Capítulo 7

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Le miré a la cara.

Estaba esperando una respuesta de mí, pero me dolía demasiado recordar ni horrible vida.

María: No... -tartamudeé, mientras agachaba la cabeza avergonzada.

Blas: Lo siento... creo que he sido un poco impaciente con tu historia. Esperaré el momento adecuado... -dijo avergonzado.

Los recuerdos venían y se iban de mi mente: médicos, sangre, puñetazos, bofetadas, risas malvadas...  Me entró un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo.

Ahora tenía sueño. Estaba muy cansada, y esta iba a ser la oportunidad de mi vida para, al menos una noche, dormir tranquila.

Sin darme cuenta, había empezado a cerrar mis párpados.

Blas: Oh, seguro que estás muy cansada... vamos a mi habitación -dijo mientras se levantaba de su respectiva silla.

Comenzó a caminar por el pasillo, así que yo le seguí, temerosa, por si me pudiera haber mentido.

Pero el no lo había hecho, no era malo, y me llevó a una bonita habitación.

Blas: Hay un problema... Esta es la única habitación que tiene el piso, porque la otra la utilizo de trastero -decía mientras recorría aquel lugar, buscando soluciones.

Blas: Tampoco te voy a dejar dormir en el sofá, porque es muy pequeño, así que, si te parece bien, tu dormirás en la cama y yo en el suelo.

Me volvió a mirar de nuevo. Quería una respuesta.

María: Vale... -le dije.

Y ya no sabía que hacer. ¿Debía tumbarme en la cama y listo?

Blas: Y no tienes ropa para  cambiarte...

Era verdad. Le negué con la cabeza, aunque ahora la tenía agachada.

Blas: Pues no tengo pijamas de chica... ¿quieres una camiseta mía por esta noche? Y no te preocupes por el frío, que tengo mantas...

¿En serio me lo decía?

María: Si...

Entonces abrió un armario empotrado que había en la pared de la parte izquierda y urgó en uno de los cajones de su interior.

En poco tiempo, encontró una. Era blanca, y no tenía ningún gravado.

Blas: Creo que te va a quedar enorme, pero es lo único que tengo para ti.

Me la dio y yo la cogí. Ahora, ¿me cambiaba aquí o tenía que ir a algún baño?

Le miré, esperando a que me dijera algo.

Blas: ¡Ah! Sígueme, te llevaré al baño.

Me guió de nuevo por el pasillo y, con tres pasos, acabamos llegando a nuestro destino.

Blas: Yo voy a preparar mi cama, ¿vale? Si necesitas ayuda, me avisas -y se fue.

Cerré la puerta. Necesitaba estar sola.

Me cambié rápido, para  tiempo de pensar en mi misma, sin levantarle sospechas.

Lo primero que me pregunté fue: ¿qué hago yo aquí?

Si. Jamás me había fiado de nadie, y ahora aparecía uno que, con dos palabras, ya me había enamorado.

Y, lo más extraño, era que había empezado a confiar en él, sin conocerlo de nada.

Lo vi. Allí estaba. Un espejo.

Lo había  tenido delante de mis narices y ni siquiera me había dado cuenta.

Levanté la cabeza y me vi pero, desafortunadamente, aquella no era la imagen que me esperaba: estaba muy pálida, delgada, débil... ¿de verdad era yo?

Necesitaba verme al completo, desnuda, pero ya no tenía tiempo. Tenía que hacer un plan.

Salí de allí y me fui a la habitación. El todavía seguía en pié.

Se quedó sorprendido al verme. Yo no sabía porqué era, así que lo miré, esperando a que me dijera algo.

Blas: Sólo es que... estas muy delgada y... ¿¡¿qué te ha pasado en las piernas?!?

Era verdad. Aunque la camiseta  me las tapaba un poco, las huellas de aquel infierno iba a seguir conmigo,

durante mucho tiempo.

María: Nada... -dije mientras me sentaba en la  cama.El hizo lo mismo, pero en el suelo.

Lo volvía a tener cerca pero, extrañamente, ya no me molestaba tanto como antes.

Blas: Bueno... ya puedes descansar. Si necesitas algo, me avisas -dijo mientras se tumbada y se cubría con la mantas.

Yo lo imité, pero no me dormí, sino que empecé a esperar la oportunidad para largarme de allí.

¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora