Le miré a la cara.
Estaba esperando una respuesta de mí, pero me dolía demasiado recordar ni horrible vida.
María: No... -tartamudeé, mientras agachaba la cabeza avergonzada.
Blas: Lo siento... creo que he sido un poco impaciente con tu historia. Esperaré el momento adecuado... -dijo avergonzado.
Los recuerdos venían y se iban de mi mente: médicos, sangre, puñetazos, bofetadas, risas malvadas... Me entró un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo.
Ahora tenía sueño. Estaba muy cansada, y esta iba a ser la oportunidad de mi vida para, al menos una noche, dormir tranquila.
Sin darme cuenta, había empezado a cerrar mis párpados.
Blas: Oh, seguro que estás muy cansada... vamos a mi habitación -dijo mientras se levantaba de su respectiva silla.
Comenzó a caminar por el pasillo, así que yo le seguí, temerosa, por si me pudiera haber mentido.
Pero el no lo había hecho, no era malo, y me llevó a una bonita habitación.
Blas: Hay un problema... Esta es la única habitación que tiene el piso, porque la otra la utilizo de trastero -decía mientras recorría aquel lugar, buscando soluciones.
Blas: Tampoco te voy a dejar dormir en el sofá, porque es muy pequeño, así que, si te parece bien, tu dormirás en la cama y yo en el suelo.
Me volvió a mirar de nuevo. Quería una respuesta.
María: Vale... -le dije.
Y ya no sabía que hacer. ¿Debía tumbarme en la cama y listo?
Blas: Y no tienes ropa para cambiarte...
Era verdad. Le negué con la cabeza, aunque ahora la tenía agachada.
Blas: Pues no tengo pijamas de chica... ¿quieres una camiseta mía por esta noche? Y no te preocupes por el frío, que tengo mantas...
¿En serio me lo decía?
María: Si...
Entonces abrió un armario empotrado que había en la pared de la parte izquierda y urgó en uno de los cajones de su interior.
En poco tiempo, encontró una. Era blanca, y no tenía ningún gravado.
Blas: Creo que te va a quedar enorme, pero es lo único que tengo para ti.
Me la dio y yo la cogí. Ahora, ¿me cambiaba aquí o tenía que ir a algún baño?
Le miré, esperando a que me dijera algo.
Blas: ¡Ah! Sígueme, te llevaré al baño.
Me guió de nuevo por el pasillo y, con tres pasos, acabamos llegando a nuestro destino.
Blas: Yo voy a preparar mi cama, ¿vale? Si necesitas ayuda, me avisas -y se fue.
Cerré la puerta. Necesitaba estar sola.
Me cambié rápido, para tiempo de pensar en mi misma, sin levantarle sospechas.
Lo primero que me pregunté fue: ¿qué hago yo aquí?
Si. Jamás me había fiado de nadie, y ahora aparecía uno que, con dos palabras, ya me había enamorado.
Y, lo más extraño, era que había empezado a confiar en él, sin conocerlo de nada.
Lo vi. Allí estaba. Un espejo.
Lo había tenido delante de mis narices y ni siquiera me había dado cuenta.
Levanté la cabeza y me vi pero, desafortunadamente, aquella no era la imagen que me esperaba: estaba muy pálida, delgada, débil... ¿de verdad era yo?
Necesitaba verme al completo, desnuda, pero ya no tenía tiempo. Tenía que hacer un plan.
Salí de allí y me fui a la habitación. El todavía seguía en pié.
Se quedó sorprendido al verme. Yo no sabía porqué era, así que lo miré, esperando a que me dijera algo.
Blas: Sólo es que... estas muy delgada y... ¿¡¿qué te ha pasado en las piernas?!?
Era verdad. Aunque la camiseta me las tapaba un poco, las huellas de aquel infierno iba a seguir conmigo,
durante mucho tiempo.
María: Nada... -dije mientras me sentaba en la cama.El hizo lo mismo, pero en el suelo.
Lo volvía a tener cerca pero, extrañamente, ya no me molestaba tanto como antes.
Blas: Bueno... ya puedes descansar. Si necesitas algo, me avisas -dijo mientras se tumbada y se cubría con la mantas.
Yo lo imité, pero no me dormí, sino que empecé a esperar la oportunidad para largarme de allí.
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¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?
FanfictionUna sola persona puede salvarte del mundo invisible en el que vives. Sólo tienes que confiar en ella, aunque sea difícil, porque será tu Ángel de la Guarda...