Capítulo 1

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Todo estaba oscuro y, entonces, venían ellos.

Yo estaba tumbada en una camilla.

Era cuatro los médicos que venían dispuestos a hacerme sufrir.

Médico 1: Tranquila... no te pasará nada... -me susurró al oído.

Médico 2: O quizás si... sólo las niñas malas tienen este castigo... -dijo este mientras soltaba una carcajada.

Los otros dos restantes empezaron a quitarme la ropa. Después, el primer doctor me inyectó en el brazo una sustancia que hizo que me quedara profundamente dormida.

Me desperté. Todo había sido una pesadilla.

Una pesadilla que más de 15 veces se había hecho realidad.

María: Olivia... -dije en voz baja para no despertar al resto de chicas.

Olivia: ¡Cállate enana! Déjame dormir...

Olivia era la mayor de las veinte chicas que estábamos allí. Yo, la más pequeña.

Ella tenía 22 años y había intentado varias veces escapar de este oscuro infierno.

El internado "Kingston Private School" parecía el lugar idóneo para que las niñas desarrollaran sus estudios hasta los 22 años.

Allí, decían que no trabajaba ni un sólo hombre, pero todos se equivocaban.

Tenía dos edificios: el primero era la residencia y el colegio y, el segundo, estaba "abandonado".

Claro... como todo estaba rodeado de frondosos árboles debería haber edificios antiguos, ¿no? ¡Mentira!

El segundo edificio era el más peligroso. Allí se desarrollaban todo tipo de experimentos médicos que incluso podían causarte la muerte.

Todos los días, yo rezaba para ser la siguiente "caída". Así, viviría tranquila en el cielo.

Esa mañana me tocaba a mí.

Nos turnaban cada dos días, para que remitieran los efectos de los medicamentos, que te podían causar cualquier problema: cegueras, infartos, deformaciones en el cuerpo...

Pero, ¿qué pasaba si te "portabas mal"?

Si esto sucedía, es decir, si te revelabas contra ellos y hacías todo lo posible para que no experimentaran contigo, te llevaban a una habitación diferente.

Te ataban con cuerdas las manos y los pies y te ponían una mordaza en la boca para que no gritases. Así, también se aseguraban de que no pudieras escapar.

Después, te pegaban puñetazos, bofetadas... hasta que casi te quedabas sin consciencia.

Y, por último, te quitaban la ropa y abusaban de ti sexualmente todo lo que les diera la gana. A veces, te drogaban para que esto último no lo recordases, otras no. Dependía de lo que hubieras hecho antes.

Esta era mi triste realidad.

¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora