Capítulo 31

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-Narra Blas-

En ese momento, sentí como las lágrimas volvían a invadir mis ojos.

Doctora: Tranquilo... -dijo mientras me acariciaba la espalda.

Estaba llena de cables por todos lados, desde uno que hacía que respirara sin dificultad hasta otro que emitía un leve pitido cada tres segundos.

Tenía la cabeza vendada y, la mayoría de la cara, llena de puntos: por el labio, la ceja, un pómulo...

Sus brazos también parecían un mapa, ya que cada dos centímetros había un nuevo hematoma. Menos mal que las piernas las tenía tapadas...

Doctora: ¿Quieres que te deje un rato a solas con ella?

Asentí con la cabeza. Era lo que necesitaba.

Doctora: Regresaré en 15 minutos. Si notas algo raro en los monitores avisa, ¿vale? Pero por ahora no se va a despertar...

Blas: Ya lo sé... Está demasiado sedada todavía... -repetí, mientras intentaba hacer una imitación de la doctora.

Ella se echó a reír ante mi pésima actuación.

Doctora: Menos mal que ahora ya te empiezas a tomar esto con un poco de humor... Venga, disfruta de ella un rato... -y, dicho esto, cerró la puerta y se fue.

La verdad, estaba muy nervioso.

Me había  imaginado esta situación miles de veces en los cinco días que había estado sin ella, pero nunca me había replanteado qué decirle.

Sin saber muy bien qué hacer, me acerqué a ella.

Blas: Hola preciosa...

Cogí una silla, y la acerqué a la camilla. Después de sentarme en ella, cogí la mano de María.

Empecé a acariciarsela tiernamente.

Blas: La verdad... No sé como empezar... Llevo esperando este instante muchas veces: volver a tenerte a mi lado...

Comencé a decir todo lo que sentía en ese momento, todo lo que pasaba por mi cabeza a cada segundo, mientras la miraba y acariciaba su mano. Era como si estuviera jugando cinco  ella sin yo apenas darme cuenta.

Blas: Por favor... abre pronto los ojos... -genial, volvía a llorar como un niño pequeño-. Necesito verte de nuevo, escuchar tus "te quiero", tenerte a mi lado cada mañana en la  cama, mientras me agarras de la camiseta...

Me eché a reír ante esta última frase. Era una de las cosas que, a veces, me molestaba de ella, pero también las necesitaba para vivir.

Blas: Sé que debería haber ido a buscarte antes, pero fui un estúpido y un imbécil.  Me dejé vencer por ellos, por todas esas personas que te estaban haciendo daño. Cada foto que me mandaban de tus heridas era una nueva puñalada en mi corazón... Me iba muriendo lentamente...

En ese momento, recordé aquel día en el que intenté suicidarme, y Carlos me frenó.

Blas: Carlos... -susurré-. El es una de las mejores personas que conozco. Jamás ha dejado que me rindiera en todo este tiempo..Ha estado a mi lado día y noche, ¿sabes? Cuando te pongas buena, le haremos un regalo... o una fiesta, lo que tu quieras pero... Por favor... te lo suplico... despiertarte pronto...

Le cogí la mano, y se la besé delicadamente.

Blas: Después volveremos a ser felices, como antes... -ahí, recordé lo del problema de la amnesia-. Y seguro que recuerdas todo... porque los ángeles hacen milagros, y tu eres uno de ellos... Seguro que te acuerdas de aquella noche en la que te conocí, cuando te di aquellas galletas de chocolate y sólo me mirabas para preguntarme si te las podías comer... O cuando te asustaste porque pensabas que te iba  abandonar y sólo te quería decir que ese día tenía que ir a trabajar...

Ahora, me estaban riendo yo sólo, pero sabía que, si ella me estaba escuchando, lo estaba haciendo también en su interior.

Blas: Y seguro que jamás olvidarás la mañana en la que los chicos te vieron de nuevo viva... Sus caras lo decían todo... -hice una pequeña pausa, y seguí-. Todos estes recuerdos son momentos malos pero... no los cambiaría por nada del mundo...

Más segundos de silencio.

Blas: Aunque tambien los hay buenos. Cuando te besé por primera vez... aquella sonrisa en la oscuridad... O cuando hicimos el amor... Recuerdo que estabas muy nerviosa y no querías intentarlo... Cuando te recuperes, lo haremos a todas horas, por toda la casa. Te lo prometo...

Me levanté de la silla, y le di un suave beso en la frente.

Y me quedé ahí, petrificado, a escasos centímetros de su rostro, mientras notaba como me apretaba la mano, que todavía tenía agarrada a ella.

Esperé.... A que volviera a abrir aquellos preciosos ojos verdes pero... ¿lo haría?

¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora