Capítulo 1 (Reeditado)

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Nota de la autora: Esto especialmente motivada con este proyecto y, al contrario que con otros, tengo la historia muy planeada, por lo que podré seguir un ritmo de publicación bastante mejor al que os tengo acostumbrados. Así pues, os doy la bienvenida a la primera parte de "Danza de demonios", que espero que, si sois lectores antiguos, disfrutéis tanto o más que la última vez y si sois nuevos o agrade a la primera. Un saludo y besos.


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PRÓLOGO

La mujer andaba a duras penas, sosteniéndose como podía sobre sus piernas, tambaleándose hasta el punto que su cuerpo dejaría de sostenerla en cualquier momento.

¿Cuanto tiempo hacía que buscaba un lugar en el que tumbarse y, quizá para siempre, descansar? Sin embargo, algo más antiguo que ella la impulsaba. Había hecho un trato. Uno que no podría romperse en mucho, mucho tiempo. Nadie podía imaginarse cómo se arrepentía de él. En realidad, nadie podía imaginarse cómo se arrepentía de todo.

Empezó a llover. Se detuvo, mirando al cielo, el agua empapándola. El olor a humedad, hierba y tierra invadió sus sentidos ampliados. El frío también. Miró a su cincho, pensando en si podría vender las espadas por comida y algo de ropa decente. Como si el pensamiento las ofendiera gravemente, pudo sentir como la neblina dentro de una de las hojas se agitaba, nerviosa. La otra, la suya, apenas profirió una especie de bufido de ofensa. La conocía demasiado bien, sabía que no lo haría, que le tenía demasiado apego a su hoja verde oscuro. La otra, en cambio, no era suya. El rubí tallado de su pomo se agitó con la negativa a ser vendida.

"Quizá venderte no sea tan mala idea... al fin y al cabo, terminarás volviendo a mi. Siempre lo haces" Pensó para sus adentros. Esas palabras no tranquilizaron demasiado al arma, porque volvió a temblar, ahora casi con enfado.

"Cállate. Si por mi fuera, te habría dejado tirada en una cuneta hace dos años..."

La espada vibró de nuevo, ahora con tanta intensidad que la funda repiqueteó contra su pierna. La otra le respondió con un zumbido familiar, casi tranquilizador.

La mujer soltó un bufido de frustración. Su estómago gruñó.

Y entonces ambas espadas se movieron de nuevo. Ahora era un movimiento distinto, un balanceo urgente. Una advertencia... alguien se acercaba. Sus sentidos ampliados le permitieron oír los pasos mucho antes de que le viera. Lentos y suaves, pero ininterrumpidos. Iban acompañados por el rítmico repiqueteo de algo duro... ¿un bastón? ¿Qué hacía un anciano andando solo en un camino dejado de la mano de los dioses, a finales de otoño y durante una tormenta? Sin fuerzas para hacerse más preguntas, mandó las espadas a callar de malas maneras y se desplomó en una piedra al lado del camino. Ya estaba empapada así que ¿qué  importaba sentarse en el suelo? quizá incluso conseguiría algo de limosna o, mejor aún, comida.

Esperó a que el desconocido la alcanzara. Y cuando por fin le vio, se le heló la sangre. Le conocía.

Distaba mucho de ser un anciano. El bastón que llevaba parecía tener más bien fines estéticos, y golpeaba el suelo rítmicamente, con elegancia y porte, su pomo adornado con la talla del rostro de una mujer. Su cabello rubio iba peinado hacia atrás, dejando a la vista sus rasgos fuertes y sus escrutadores ojos azul claro, y llevaba un elegante traje verde oscuro acompañado por una imponente capa negra. La lluvia no llegaba a golpear su piel o ropa en ningún momento, por lo que estaba seco, y parecía ser que bastante cálido.

- Gulendar- Musitó, llevando la mano a su espada con rapidez (lo que hizo que la otra zumbara, ofendida). Apenas tendría fuerza para sujetarla, pero quizá... quizá podría ganar algo de tiempo.

Danza de demonios: La chica y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora