Latidos dentro de mi pecho

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Es curioso como pasa el tiempo cuando sabes que vas a morir... Puedo pasarme una eternidad mirando al techo de mi celda, sin noción del paso de las horas y que, de repente, el carcelero me traiga la comida... No pasa despacio, no pasa deprisa, no sé ni siquiera si pasa o no... Hasta que llega el día.

No quiero morir pero, de algún modo, he entrado en un estado de aceptación que me tiene medio... ¿Deprimido? Resulta incluso reconfortante saber que al menos aún puedo sentir algo... Puede que, dentro de un par de siglos, hubiera llegado un momento en el que no pudiera ni hacer eso... Es agradable saber que no voy a morir siendo un robot.

El día llega sin que me de cuenta de ello... Ya puedo imaginarme el panorama: La plaza central abarrotada de gente gritando, esperando ver mi cabeza sobre una pica. La horca, imponente, delante de ellos como un árbol de negras y retorcidas ramas hechas para el peor de los propósitos... Los niños que habrán venido haciéndose los valientes cerrarán los ojos al oír el ruido de la compuerta que estará bajo mis pies abriéndose con un siniestro crujido, a la vez que las damas de la corte emitiran un pequeño chillido al ser, seguramente, la primera ejecución que vean... Sin embargo, la verdadera acción no se llevará a cabo aquí, si no a apenas unos metros, donde el verdadero verdugo, escondido, clavará un puñal en mi corazón a la vez que mi cuerpo cae como un plomo. Antes de que mi propio peso llegue a romperme el cuello o me muera asfixiado, ya estaré muerto... 

"Y así termina Esjalar, señoras y señores... Saluden al hombre sin corazón"

Una imagen acude a mi mente... Un pequeño círculo ambulante en el que un maestro de pista hace caminar a un perro sobre dos patas hacia una horca en miniatura, mientras sonríe alegremente al público... 

Río sin poder evitarlo... La vida es irónica, pero más irónica es la muerte... Incluso cuando esté muriendo no dejaré de ser un perro. Suspiro, mientras camino por el pabellón, donde los prisioneros que esperan en sus celdas me miran con pena...

"No me compadezcáis, tampoco tengo a nadie que me llore, así que supongo que es mejor estar muerto"

El sol me ciega cuando salimos a la plaza... El ruido de la gente me ensordece y casi no puedo ver nada porque la luz me ciega... Los guardias me llevan, tirando de mis grilletes con violencia, pero tampoco me importa demasiado.

-¡Traidor!- Una voz cercana de la cual no logro encontrar el propietario me grita esto cuando paso cerca... La escena de hace menos de una semana acude a mi mente, y eso es mucho más doloroso de lo que cualquiera me pueda decir...

"Fallarle a dos personas que confiaron en ti es lo más despreciable que un ser puede hacer"... Si tu supieras, Salem... Eso es lo único que me da pena, que Salem va a morir sin saber nada... Pero al menos me conforma saber que va a vivir.Ya es más de lo que puedo decir yo.

Los tablones de la horca crujen bajo mis pies cuando subo las escaleras... Y en pocos segundos estoy arriba. Es curioso como las mejores vistas de la plaza de Vijnad se dan en el lugar en el que nadie quiere estar jamás... La gente es pequeña y puedo ver perfectamente el lugar, una perfecta circunferencia de piedra... A unos cuantos metros, se eleva hacia el cielo una enorme fuente que escupe chorro de agua desde la boca de diversos animales esculpidos en piedra blanca... Una buena vista para morir.

Me colocan la cuerda alrededor del cuello... Su textura es rasposa, desagradable, y se encuentra pegada a mi piel como una serpiente enrollándose alrededor de su presa, esperando a poder estrangularla... Pensaba que iban a ahorcarme y ya está, pero resulta que Tánatos, a quien puedo ver entre las gradas donde está la gente  acomodada, quiere regocijarse en ello. Uno de los guardias se saca un pergamino de uno de sus bolsillos y empieza a hablar.

Danza de demonios: La chica y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora