Lo has hecho bien...

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De la enorme mansión sale Esjalar, cargando a su alumna en brazos... El elegante traje de Esjalar, de un elegante color crema con bordes dorados, empieza a ser invadido por una húmeda mancha de sangre que lo oscurece.

El capitán, por primera vez en mucho tiempo, siente un ataque de pánico. Los ojos parecen estar a punto de salirse de sus órbitas y su respiración se ve alterada hasta el punto de que ha empezado a hiperventilar. Ve borroso y no sabe qué hacer.

Tumba a la chica en el suelo y se lleva las manos a la cabeza.

"¡No no no no NO! El hospital queda lejos... ¿Qué hago?"

El semi elfo se agacha para tomarle el pulso a la chica. La respuesta que recibe cuando posa sus yemas en la muñeca de la chica es un leve tamborileo en la punta de sus dedos.

"Tiene pulso... Espero que aguante hasta que leguemos... No hay ningún mago en el lugar, así que la opción más rápida sería llegar a caballo... Pero me arriesgaría a abrirle las heridas..."

Esjalar se detiene un momento y mira a la chica... ¿Por qué se preocupa tanto por ella? Ya hace años que Esjalar, inmunizado ante las desgracias de la guerra... No le importaba el número de bajas si el enemigo era derrotado o se rendía. No le importaba ver morir a sus aliados delante de él mientras ganara la pelea... Nunca le cogió cariño a nadie desde hacía años... ¿Por qué esa chica, que hace apenas tres semanas que conoce, le preocupa tanto?

El hombre se gira, para mirarla, tendida en el suelo. El vestido negro intenta realzar las formas de una mujer que, en realidad, pese al aspecto, las muertes a su espalda, la habilidad a la lucha... No es más que una niña. Apenas tiene diecisiete años. Respira con dificultad, seguramente incapaz de escapar del dolor incluso en los sueños. Pierde sangre... Mucha. Demasiada... Y es bella. El capitán se agacha y acaricia la suave y blanca piel de su mejilla con la punta de sus dedos... La textura, suave y lisa, le sobresalta un poco... ¿Será que hace demasiado que el semielfo no conoce más que el dolor y la guerra? ¿Será que ya no es capaz de encariñarse con alguien sin temer a la traición?

Niega con la cabeza y mira hacia el cielo nocturno, buscando una respuesta, que le llega en forma de brisa invernal que le despeina la larga cabellera y le enfría la piel... El hombre cierra los ojos y contiene las súbitas ganas de llorar. Una avalancha de invitados llega desde el piso superior y suelta exclamaciones de horror a la vez que se tapa los ojos, con expresiones dolidas. Los murmullos no tardan en llegar a las orejas del semielfo, que se enfurece.

-Dios... Era tan joven-

-Murió intentando protegernos... Es una heroína-

"No... ¡Callad! ¡Vosotros no la conocéis!¡No está muerta!" El semielfo aprieta los dientes y los puños con rabia.

De repente, Tánatos emerge de entre la multitud con una imperturbable expresión. Se acerca al tendido cuerpo de la chica y posa su mano sobre el hombro del semielfo.

-Vamos- Le da una sencilla orden al capitán que, sorprendido, se gira.

-¿A dónde...?- El monarca no le deja terminar su pregunta.

-Al hospital. Cárgala y coge mi brazo- Le responde, a la vez que le alarga uno de sus poderosos brazos.

El semielfo no tarda en entenderlo... Claro. Pese a ser un nigromante, Tánatos no deja de ser un mago. Puede llevarles al hospital sin poner en riesgo la ya delicada salud de Rem... Realmente, la presencia de el monarca, que antes le inquietaba, ahora le resulta de un valor incalculable.

La coge con delicadeza del suelo, intentando no mover demasiado su cuerpo. La chica se remueve un poco en brazos del semielfo, que acaricia su cara para calmarla un poco. Cuando ese tierno movimiento roza la piel de Rem, parece que ella se relaja, dejando de moverse y sometiéndose a la merced de los brazos de su superior.

Danza de demonios: La chica y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora