Capítulo 2: Borjar (reeditado)

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Salem se levantó después de haber soñado con un cielo nocturno eterno, donde las constelaciones eran finas líneas de luz en los cielos que se movían.

Cuando abrió los ojos, Sil estaba ahí, sacudiéndola.

- Dice mamá que vayas a ayudarla con el desayuno- Le dijo tímidamente, con la cabeza inclinada para que no topara contra el bajo techo de su habitación.

- ¿A qué? ¿A quemar el pan? El gato podría hacer algo mejor que yo en la cocina-

Su hermano sonrió, se encogió de hombros y bajó las escaleras. De mala gana, ella empezó a vestirse con algo mínimamente decente. Hoy era el día de la prueba, así que se tendría que arreglar un poco si no quería que su madre le recriminara "vestir como un jardinero harapiento" delante de tanta gente.

Así pues, se puso una de sus mejores piezas de ropa: un sencillo vestido de algodón tintado de violeta. Su madre decía que iba bien con sus ojos.  Gulendar se lo había regalado hacía unos años por su cumpleaños, diciendo que estaba teñido con sabia de alguna planta mágica increíblemente rara. Ella no había sabido por qué lo tenía en una tienda de magia hasta que se dio cuenta de que, todo ese tiempo después, el vestido no había perdido color y le seguía yendo a la medida. Era bonito. 

Bajó las estrechas escaleras que llevaban a su cuarto y llegó al comedor, donde su madre ya había encendido el horno. La mujer se giró al oír sus pasos, le sonrió y señaló hacia una pequeña montaña de harina que rodeaba un charquito de agua. A amasar pan. Otra vez.

Con un suspiro de exasperación (y con cuidado de no mancharse el volante del vestido) empezó haciendo una pasta que rápidamente se le pegó a las manos.

- Hoy es el gran día-

- Ajá- Respondió ella, concentrada en que su falda no rozara la encimera.

- No tienes nada de lo que preocuparte, todo irá bien. Tu solo... intenta no llamar la atención-

- Eso es como pedirle al sol que no salga por el este, mamá. Seguramente le estornudará al mago en la cara o algo por el estilo- Dijo una voz que recién bajaba por las escaleras.

Ambas se giraron para encontrarse de cara con Braj. El chico, al igual que Sil, había heredado de su padre una altura envidiable. Su cabeza casi rozaba el techo de la cocina. Eso no hizo mucho para animar a Salem. Quería a su hermano, pero... ¿por qué todo el mundo era más alto que ella?. Con Sil y él era ya insultante. Al menos Sil parecía apenado por pasarle dos cabezas. Braj, en cambio...

- Eso si llega a la cara, claro. Como es tan alta, seguro que termina siendo a las rodillas-

- ¿Recuerdas cuando te diste un cabezazo contra el dintel de la entrada y yo me reí de ti? Que buenos recuerdos...- Espetó Salem, amasando de forma casi furiosa, salpicando los alrededores de agua turbia por la harina.

-¡Salem!- Exclamó su madre, con tono entre enfadado y divertido

- Para que luego digan que lo bueno viene en frascos pequeños...- Suspiró Braj, con falso tono apenado.

- ¡Basta ya!- Exclamó su madre, mirándoles con cara de enfado.

Braj se rió por lo bajo mientras, sin necesidad de que lo ordenaran, empezaba a poner la mesa. Su madre quería creer que lo hacía por buena educación. Salem sabía que su hermano tenía hambre.

El pan que horneaban ahora sería reservado para el día siguiente. Una vez acabó de amasar (y siendo que tenía prohibido acercarse a nada en la cocina desde que casi quemó la casa intentando hacer un pastel) rebuscó en la despensa. Más de media hogaza envuelta en un trapo. Algunos embutidos secos. Un poco de queso curado. Un frasquito de poción saciadora.

Danza de demonios: La chica y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora