Capítulo 3: Dudas (reeditado)

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Salem estaba mirando al techo de su habitación sin tener la más mínima idea de qué hacer. Se iba. Lo había deseado durante tanto tiempo que, ahora que lo tenía, no sabía qué hacer con ello. Se iba de casa. O quizá no. No tenía mucho tiempo para decidirlo.

Rodó en su cama y se quedó con la cara hundida en el cojín, donde ahogó un pequeño grito de exasperación. ¿Pero qué le pasaba? ¿Si no tenía una cosa tan sencilla clara, cómo iba a tomar decisiones en su vida? Quería irse. Era lo que siempre había deseado. Y ahora que podía hacerlo, ¿empezaba a dudar de esa forma?

Habían pasado tres días desde el Borjar. Tres días en los que se había dedicado a empaquetar todo lo que pudiera llevarse y a quedarse mirando a la nada, pensando en si lo que estaba pasando le gustaba o no. 

Una maga. Ni siquiera tenía muy claro qué hacían o cómo. Ni siquiera recordaba haber visto a Gulendar hacer nada especialmente importante con magia... Por un lado, su curiosidad la animaba a seguir hacia adelante y ver qué pasaba, pero por el otro...

Una suave llamada a la puerta la sorprendió y la hizo levantarse de su cama de repente. Apenas se había incorporado cuando vio la cabeza de Braj asomándose por la puerta.

-Hola, duendecillo-

- Hola, imbécil-

- ¡Cuanta hostilidad! Si era un apodo cariñoso...-

- Perdón-

Con cara de preocupación, Braj entró a la habitación, inclinándose para no chocar contra el techo.

- ¿Estás bien?-

- No lo sé. Todo esto es muy raro... no sé qué hacer-

"No sé si nunca lo he sabido"

Brak suspiró y ambos se quedaron en silencio un rato, hasta que otra llamada a la puerta le sorprendió. Apenas unos segundos más tarde, Sil asomaba la cabeza por la puerta, una escena que empezaba a resultar familiar.

-¿Puedo pasar?- Preguntó, educadamente, casi tímido.

Salem se encogió de hombros y, de nuevo se tiró a la cama. Con la cara hundida en las sábanas, oyó como Sil avanzaba poco a poco, cuidándose de no golpearse contra una de las vigas. 

El silencio regresó, con sus dos hermanos observándola hasta que, finalmente, se cansó, se giró para mirarlos a la cara y, de muy mala forma, les espetó:

-¿Tan interesante es mi nuca?-

Ambos se quedaron en silencio hasta que Braj estalló en carcajadas.

-Ah, sí, el buen humor de Salem... te echaré de menos-

- Estás dando por sentado que quiero irme-

Braj quedó boquiabierto, completamente atónito, y Sil le dirigió una mirada tan intensa que Salem pensó que podría mirar tan profundo dentro de ella como el elfo de antes. 

- ¿No vas a irte?-

- No lo sé. Todo es tan... raro. ¡Claro que quería irme! Quería visitar el mar calmado, ir a ver la capital, comprar algo en el mercado del arcoíris... ¿Pero esto es tan repentino!-

Se quedaron callados un buen rato. El suficiente como para que pasara el tiempo y su madre los llamara a cenar. Aún en silencio, bajaron las escaleras y se sentaron alrededor de la mesa, en la que sus padres ya estaban sentados.

Inah y Eredal no podían ser más distintos el uno del otro. Inah era una mujer más bien baja (cosa que Salem había heredado, evidentemente), con la piel clara, unos enormes ojos violeta y una cabellera negra que sería la envidia de muchas nobles. Salem no podía evitar pensar que era incluso demasiado guapa como para haberse quedado en un pueblo dejado de la mano de los dioses. Su padre, en cambio, era alto y firme por el trabajo en el campo, con el pelo de un castaño claro y unos ojos casi negros que lo miraban todo con seriedad. Sil y Braj eran clavados a él (incluso eran un poco más altos). Pese a que Braj tenía un par de años más, pasarían perfectamente como gemelos si se lo propusieran.

Danza de demonios: La chica y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora