¿Quién mata en realidad?

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El pequeño espacio cruje debido al paso del tiempo y el poco mantenimiento a lo largo de él. Supongo que montar éste follón para limpiar un ascensor milenario no estaba en la lista de prioridades de los directores del colegio. Aún así tengo la sensación de que, ni dentro de mil años, el ascensor dejaría de funcionar. Los crujidos no suenan como a algo rompiéndose, ni resquebrajándose. Es como cuando caminas por encima de un suelo de madera antiguo. 

Pese a todo, intentaré salir de aquí lo mas pronto posible. Los espacios cerrados me agobian. Un sinfín de recuerdos no propios sobre estrechas jaulas, intrincadas trampas y derrumbamientos en espacios cerrados no contribuyen a ello.

El pequeño viaje transcurre en silencio. Algo me dice que no hace falta que pregunte nada: Pronto lo veré con mis propios ojos. El ascensor se detiene de forma brusca, y veo como las puertas se abren con el estrepitoso chirrido del metal rozándose contra la piedra. Entre las puertas y el suelo saltan algunas pequeñas chispas, casi imperceptibles a simple vista.

Todo está oscuro al otro lado. El ascensor tenía una pequeña luz que nos permitía vernos los unos a los otros, pero al otro lado la oscuridad impregna todo el lugar y no nos deja ver mas allá del medio metro que la tenue luz del ascensor consigue iluminar.

Doy un paso hacia adelante. Ya estoy fuera. Un paso más. Ahora la oscuridad me envuelve como un manto negro que me protege de la vista de los demás. Mis ojos empiezan a notarse... Raros. Normalmente, después de un inútil intento de vislumbrar algo dilatando sus pupilas, dejarían de hacer nada, pero empiezo a sentir como un extraño picor que no tarda en extenderse por dentro de mi cabeza, como si mis nervios ópticos ardieran. No tarda en pasar. No creo que haga falta mirarme al espejo para saber que mis ojos son distintos ahora. No sé que aspecto tendrán, pero ahora puedo ver, aunque de una forma... Distinta. No veo colores, pero aprecio los objetos, su volumen y el resto de sus características con absoluta nitidez.

Por eso, al ver lo que se extiende por delante de mí, no puedo evitar soltar un grito de admiración.

Un sinfín de estatuas de piedra de tamaño y aspecto humanos se extienden por delante de nosotros. Centenares, miles, centenares de miles... Cubren el terreno hasta donde alcanza la vista. El lugar donde estamos es una gigantesca cueva reforzada con vigas, pero sigue siendo una cueva. Logro intuir un escurridizo lagarto entre dos figuras cercanas. La naturaleza no tardará en hacer suyo este enorme lugar.

Las figuras, de rostro inexpresivo y ojos cerrados, se encuentra perfectamente ordenadas, con un espacio de medio metro entre ellas. Logro distinguir ciertos tipos: Las primeras filas son de lanceros, luego vienen los espadachines, los arqueros, los que manejas mazas o hachas... Son guerreros. Guerreros de piedra que esperan ser despertados... Éste es uno de los ejércitos más antiguos del mundo. La voz de la profesora se oye detrás de mi, como un leve susurro.

-El ejército de piedra... Más de tres mil años de historia. El segundo ejército más antiguo del mundo... Solo superado por el de terracota, en china, que tiene más de cuatro mil... Nunca pensé que estaría aquí... Hasta que Selene nos lo dijo hoy mismo... Ni siquiera pensé que su ubicación fuera conocida por alguien... Resulta gratificante saber que esta pieza de la historia no se ha perdido... Aunque inquietante saber que vamos a necesitarlo... Un ejército de gólems de piedra maciza.-

Gólems. La palabra me es familiar. Nada raro. aparecen en muchos cuentos y leyendas, así que cualquier niño podría decirte lo que son, pese a no haber visto uno en su vida. Cuentos como corazón de piedra o el amigo del herrero han contribuido bastante a ello.

-Yo... No veo nada... Que se supone que...- La voz de Varg se ve interrumpida por un ruido desconocido... Un resplandor suave empieza a emerger de una cueva secundaria, que no había visto hasta ahora. En pocos segundos, un fluido espeso y candente emerge de ella e inunda unos canales que no había visto hasta ahora, que recorren gran parte del lugar. En pocos minutos, la estancia queda bañada por la suave luz del magma ardiente.

-Hemos bajado varios kilómetros bajo tierra. Estamos justo encima de lo que queda de un antiguo volcán, el cual sigue activo gracias a la magia que lo alimenta. Su energía es la que mantiene a los guerreros de piedra... Y la que nos deja ver ahora mismo-

Ahora la cueva está bañada por una misteriosa y suave luz rojiza. Es bonito, de alguna forma.

-Vaya... ¿Cuantos hay?- Bía, que, como el resto, apenas ha empezado a verlo todo, pregunta esto mientras se acerca a uno de los soldados.

-Originalmente eran unos cien mil mil. El tiempo y las batallas habrán reducido su número, pero no creo que haya menos de diez mil aquí. Selene dijo que el ejército se repartió por distintos lugares, así que habrá unas tres o cuatro cuevas iguales a esta- La profesora vuelve a responder mientras observa detenidamente al guerrero (Un lancero) más cercano.

Observo la sala. Veo un ejército de piedras, pero no tengo ni idea de cómo hacer que luchen. Ahora mismo es como si fueran solo un montón de figuras normales. No tengo ni idea de cómo... ¿Activarlos?

-Usa la llave-

-¿El que?-

-Se supone que tú eres la lista del grupo... ¿Acaso creías que la llave solo servía para abrir la puerta?-

Miro a mi alrededor, y me fijo más en todo lo que veo. Los guerreros se encuentran conectados  al suelo por un pequeño cable. Estos se entrelazan hasta formar un cable tan grueso como yo, que se conecta a su vez en una pequeña torre de control. Una cerradura sobresale de ésta.

Camino hacia ella y introduzco la lave en ella. El crujido que se oye es horripilante: Una mezcla del chirriante roce del metal, el crujir de la piedra chocando y una cacofonía de sonidos que no logro identificar. Suena como un millón de voces guturales y agudas gritando de dolor.

Los párpados de los soldados de piedra se abren al unísono, revelando unos ojos de cristal que reflejan con intensidad la luz rojizo del ambiente.

Las cabezas de todos los soldados se giran y me miran fijamente. Veinte mil espejos rojos se clavan en mi. No entiendo lo que que quieren hasta que Eris me lo dice.

"Esperan órdenes"

"Otra vez tengo que ser un general"

"Nunca has dejado de serlo"

Levanto la vista y miro al ejército que cubre el suelo hasta donde alcanza la vista. Seguramente ni siquiera necesite alzar la voz.

Un estrépito me revela una enorme puerta que empieza a abrirse, dejándonos ver unas escaleras ascendientes suficientemente anchas como para que quepa una casa en ellas.

-Subid por las escaleras. Salid al exterior y dividiros en dos grupos iguales. Uno se dirijirá al castillo, el otro al ejército enemigo. Identificad a los alumnos y profesores y ayudadles en lo que podáis, respecto a los enemigos, localizadles y...-

La palabra se me atraganta, me atraviesa la garganta y una náusea contenida sacude mis hombros ligeramente. Trago saliva, y doy mi última orden.

-Matadles-

Los soldados se giran hacia la puerta todos a la vez. Los primeros en desfilar hacia ellos son los lanceros, seguidos por una fila de arqueros. Los espadachines les siguen, y los de armas pesadas se colocan en los flancos, mientras que los arqueros restantes les siguen los últimos. Sus pasos siguen un compás uniforme, todos dados a la vez con milimétrica precisión. Nada altera los pétreos rostros de los gólems. No están vivos. Sólo obedecen. No matarán a nadie esta noche, porque quien matará en realidad a todos los que prueben el filo de su espada... Seré yo.





Danza de demonios: La chica y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora