Fem

1.5K 175 0
                                    

Llevo una hora encerrada en ésta habitación. La primera media hora ha sido de agradecer. Básicamente, porque he estado durmiendo. Después de despertarme, he tardado menos de diez minutos en ponerme nerviosa. No puedo volver a dormir, así que estoy dando vueltas. No caigo en una posibilidad hasta que pienso en tirar la puerta al suelo.

¿Y si esto es una prueba más? ¿Avaluarán nuestra calma, nuestro aguante, nuestra paciencia? No lo sé, pero prefiero no arriesgarme a tener un rango bajo (Como más arriba esté, menos control tendré sobre mi) o, peor, a suspender por algún capricho del jurado. Viendo que esto va para largo, vuelvo a tumbarme en el sofá y empiezo a picar de el bol de comida que hay encima de la mesa... El tiempo pasa de una forma muy extraña. Paso del sueño a estar en vela a una velocidad alucinante. La comida pronto se acaba. Tampoco tengo hambre. Por la pequeña ventana que tengo sobre mi cabeza puedo ver que ya ha empezado a anochecer. Cuatro o cinco horas por lo menos. 

Por fin, alguien llama a la puerta. Una mujer vestida con un sencillo vestido rojo y verde se para delante de mí y me indica con un sencillo gesto que salga de la habitación. Me acompaña por todo un largo pasillo lleno de puertas que, intuyo, conducirán a habitaciones como la mía. Me fijo en la chica. Sus movimientos son recatados y simples, como si intentara ahorrar energía. Su pelo se encuentra cortado y peinado de manera perfecta. Ni un solo mechón de pelo sale de su lugar, es como si  fuera una sola masa fija de color avellana. Su aspecto parece cuidado al extremo, como si fuera un simple objeto, como un jarrón que la gente admira por su belleza.

Llegamos a un despacho bastante sencillo en el que nos espera un hombre de aire estricto rodeado de unas veinte personas... Puedo ver a Celeste, a Jatte, a Bía, a Dimitri... No. No son ellos. No les conozco. Ahora me dirán sus nombres y puede que les ame, que les odie. Eso no lo sé. Porque no soy Salem, soy Rem.

Entro en la habitación y cruzo el grupo hasta legar justo al frente. Los demás me miran con sorpresa. Supongo que esperarían que me quedara arrinconada en algún sitio alejado. Sin embargo, quiero mirar al hombre que será mi jefe durante las próximas semanas, puede que meses.

Es bastante alto (Aunque hay un par del grupo, Jatte entre ellos, que le pasan) y musculoso. Puedo ver por su complexión que lo que más ha hecho en esta vida ha sido manejar espadas. Tiene ciertos músculos de los brazos muy desenvolupados, además de ciertas partes de la espalda y el pecho, que supongo deben de haber sido entrenados con armas más altas que yo. Sus facciones son afiladas, y lleva un corte de pelo militar que los acentúa todavía más. Sus ojos, grises como la nieve sucia, son pequeños, se encuentran hundidos en su cráneo y nos escrutan con avidez uno por uno. Se detienen en mí un solo segundo antes de pasar al siguiente.

-Habéis mostrado habilidades para la pelea excepcionales, todos y cada uno de vosotros. Habéis sido ovacionados por el público, amados y odiados a partes iguales. Habéis mostrado habilidades poco comunes entre la gente de vuestra edad... Puede que ganarais con facilidad a algunos de mis hombres... Pero no sois soldados, sois gladiadores. Exhibís vuestra habilidades como lo haría un mercenario y sois rebeldes, desobedientes. No puedo trabajar con gente como vosotros... A no ser que os rompa. Las dos próximas semanas serán vuestra peor pesadilla. Los demás empezarán una instrucción normal y corriente, destinada a los soldados normales. Vosotros... Haréis algo peor. Os haré hacer los trabajos más humillantes, los más duro, los menos deseados... En dos semanas, veremos si seguís siendo sólo gladiadores. Siete os guiará hasta vuestras habitaciones, ahí os vendrán a despertar a las seis de la mañana para empezar la instrucción. No quiero quejas sobre los horarios- Dice, mientras mira a la zona posterior de la sala, donde se han oído suspiros de indignación -Os prohíbo relacionaros con los cadetes normales y, de hecho, tampoco os relacionéis demasiado entre vosotros. Después de dos semanas, ya veremos que hacemos con vosotros... Siete, llévatelos-

Aquí termina este discurso tan animador. En cuanto el hombre le da las instrucciones a la chica, hasta ahora quieta, como si de otro elemento de la habitación se tratara, se gira y se sienta delante de la mesa, donde empieza a revisar unos papeles de aspecto oficial con el ceño fruncido.

No hablo con los demás. Si quiere a una soldado, a una soldado tendrá. Veo que algunos de mis compañeros... Mal, de los compañeros de Salem, se me acercan para hablar conmigo, pero mis miradas deben de advertirles lo suficiente. La chica nos acompaña, uno por uno, a una serie de habitaciones situadas la una detrás de la otra. La mía es la última, justo después de las chicas que Salem conoce como Jatte y Bía. La mujer carga con un fardo de ropa, el uniforme de los cadetes, aunque veo que tiene una franja de color negro en las mangas y en el cuello que nunca le he visto a ningún soldado. Supongo que debe de ser para distinguirnos de los soldados normales.

La chica me alarga el paquete pero, cuando intento cogerlo, no lo suelta. Miro a la chica, intentando saber qué quiere, y ella me devuelve una mirada triste. Se levante un poco una manga del vestido, sin una sola arruga, y veo como aparece la marca de la guardia imperial tatuada en su brazo... Con una franja negra atravesándola con unas letras gravadas encima de la piel como crueles cicatrices: Descartada.

La miro con la compasión en la mirada.

-¿Tú eras... ?-

-Séptima de la promoción. No lo hagas. Las pruebas son imposibles... Pide que te degraden a soldados normal... Puedes llegar a los cargos más altos si asciendes... Te he visto pelear... Sólo tardarías mucho más pero...-

-No tengo tiempo, confía en mi... Necesito esto... No me importa aguantar éste tipo de cosas, de verdad... Pero gracias... ¿Porque me lo dices a mi?-

La chica no responde, solo niega fuertemente con la cabeza. No creo que vuelva a hablar... Su mirada está vacía. A ella la han roto de verdad en mil pedazos, han cogido esos pedazos y han construido lo que veo ahora: Una descartada. Alguien que no tiene a dónde ir y, desesperada, se convierte en una esclava... Aunque claro, la esclavitud está prohibida, por lo que les dan otro nombre. Descartadas. Supongo que el mayor fracaso de nuestra sociedad.

La chica se gira y empieza a marcharse. Cuando se ha alejado un poco, se para bruscamente y corre hacia a mi otra vez. Me susurra con voz débil, casi inaudible, una palabra: Fem.

Me paso parte de la noche dando vueltas hasta conseguir llegar a una conclusión. La palabra hurga en mi mente, que trata de darle un significado... Hasta que caigo en ello. Los descartados no tienen nombre, se los arrebatan en cuanto se convierten en lo que son y se les dan los que serán sus nuevos nombres, normalmente números o cosas parecidas. Muchos terminan olvidando sus nombres y llega un momento en el que ya no recuerdan ni quienes son...Fem. No era una advertencia, un ultimátum o una palabra de socorro... La chica me acaba de decir su nombre.

Danza de demonios: La chica y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora