La última noche de lluvia azotó las paredes de una pequeña cabaña a las afueras de Gatar. Golpeando sus ventanas y amenazando con romperlas. Colándose por los pequeños orificios en las esquinas y goteando en el suelo de madera, justo al lado de una chimenea que mantenía el calor del puchero. Un puchero apenas lleno con verduras y lo que restaba de la carne.
-Si esta lluvia continúa así, nos moriremos de hambre-dijo la mujer mientras le servía a su marido y a sus tres hijos. El mayor removía su plato, inapetente. Cansado no sólo de comer todos los días lo mismo, si no también de su monótona vida en la granja-. No podemos salir, no podemos sembrar y nuestros animales morirán. ¡Estamos atrapados!
El joven mantenía los ojos castaños fijos en el caldo. Su madre se quejaba de los últimos días que habían tenido que permanecer en casa, pero él se sentía atrapado desde hacía años. No tenía opción, personas como él no las tenían. Aunque su sueño siempre fue descubrir el mundo, estaba destinado a vivir entre ésas cuatro paredes. A llenarse los pies de estiércol y a trabajar como mula el resto de sus días. ¿Dónde estaba el deseo de conocer nuevos lugares? ¿Nuevas personas?
Suspiró. Sus padres jamás lo entenderían. Ellos estaban acostumbrados a aquella aburrida vida. Donde no pasaba nada, donde nunca había pasado nada. Al menos, hasta esa noche en que alguien llamó a la puerta.
-Estoy segura qué los Dioses quieren castigarnos. O no, peor, quieren matarnos. Quieren borrarnos de la faz de la tierra-continuó su madre, agitando los brazos y recogiéndose el pelo tras las orejas, nerviosa.
-No cabe duda qué algo anda mal-asintió su esposo-. Primero aquella espantosa enfermedad, luego el asesinato del rey y ahora esta lluvia...
-¿Y si nosotros también estamos enfermos y aún no lo sabemos?-le increpó ella, con un dejo de terror en la voz.
-No Leija, no estamos enfermos. Si así fuera, estaríamos abusando de nuestros propios hijos-el hombre miró a su pequeña niña y le recorrió un escalofrío-. Estamos lejos de la ciudad.
-Pero no lo suficiente-negó Leija.
-El único enfermo que llegó a pisar nuestras tierras fue Gutwe, después de que regresó de Gatar. Quiso abusar del hijo de Martek, y ya sabes como terminó.
Leija se llevó una mano al cuello inconscientemente.
-Tenemos que irnos de aquí-soltó la mujer con desesperación- En cuanto acabe ésta lluvia venderemos todo...
-Imposible, es nuestra granja. Es nuestro hogar. Es todo lo que tenemos-hizo notar.
-¿Acaso no te das cuenta?-chilló Leija-Los Dioses ya arrasaron con Gatar y vienen por nosotros. Debemos irnos a un lugar donde les hagan altares y los adoren de tal manera que no quieran asesinarnos.
La plática se convirtió en una discusión acalorada. Mezcla de insultos y terror. Los niños pequeños se mantenían en sus asientos, incómodos y al borde del llanto. Su padre golpeaba la mesa y su madre gritaba.
El joven apretaba el puño con fuerza, tanto, que los nudillos se le tornaron blancos. No podía soportarlo ni un minuto más. Se levantó de un salto, tiró la silla, abrió la boca para gritar y....
Unos golpes en la puerta lo callaron en seco. A él y a toda la familia. Se quedaron un momento inmóviles, tratando de descifrar si era producto de su imaginación o si de verdad alguien había tocado a su puerta. Pasaron unos segundos y el golpeteo volvió, un poco más frenético que la primera vez.
-Imposible-musitó su padre. ¿Quién estaría fuera en una noche como ésa? Sólo se le ocurrían dos opciones; un loco o un...
-Monstruo-susurró la pequeña de cuatro años.
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Las Hermanas Deltaff
FantasyPORTADA HECHA POR: @bizzleselfie DEMONIOS, DOS HERMANAS, UNA GUERRA. Una será la elegida para proteger el Deltaff (báculo otorgado por los Dioses para mantener el equilibrio del mundo), y la otra estará al servicio de los dang-blang. Demonios surgid...