CÚBRELAS

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Sato carraspeó la garganta,  abrumado por la belleza de Okono,  quien había dejado caer sus ropas sin ningún ápice de pudor.  Se suponía que él no debería sentir nada, pero su pulso se aceleró y las pupilas le brillaron asemejándose al brillo que destilaba la piel desnuda de la muchacha. 

-Cúbrelas-dijo de pronto Okono, volviéndolo a la realidad.

-¿Dis..disculpa?-balbuceó Sato sin comprender.

-Quiero que cubras mis cicatrices. Estamos en un barco de tinta, quiero que vayas por un poco para pintarlas y cubrirlas....por favor-agregó con suavidad. 

Sato pestañeó sorprendido. Era una petición muy extraña y  sin embargo,  no se negó. Cumplió casi con devoción el encargo y cuando estuvo de vuelta en el cuarto, con un frasco lleno de tinta, se colocó justo detrás de ella. 

La chica lo observaba de soslayo, de espaldas a él con los brazos cubriendo su pecho. Ella llevó una mano hacia atrás para apartar  todo el cabello que llegara a estorbarle y así, Sato pudo ver por encima de su hombro hacia sus senos.

El aliento se le atascó en la garganta.

Como no tenía pinceles, hundió un dedo hasta cubrirlo de negro. El corazón del joven estaba a punto de salirse por sus labios, pero Okono estaba ajena a todo lo que Sato sentía.

"Concéntrate" se dijo a sí mismo cada vez con más desesperación, ya que   su cuerpo no le obedecía. Su respiración se había agitado a cada desliz de su mano por la espalda de Okono y podía sentir claramente los vellos de la nuca erizados. 

El tiempo se detuvo a cada trazo. Okono era el lienzo donde él podría pintar a su antojo. 


Después de unos minutos, Sato habló:

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Después de unos minutos, Sato habló:

-He terminado

Okono se giró, esperando encontrárselo de frente. Pero él seguía de rodillas ante ella, tan cerca, que la punta de su nariz le rozaba el vientre con suavidad. 

Ella entreabrió los labios para decir algo, pero la intensidad de su mirada la dejó sin habla.

En silencio, Okono continuó viendo a Sato a los ojos mientras éste se levantaba para ponerse a su altura. Cuando lo hizo,  la muchacha podía sentir la respiración del joven en sus labios. 

Aprovechó el tenerlo tan cerca para observarlo con detalle; sus cejas, sus mejillas, sus pecas, sus labios...y sus ojos. Dos zafiros profundos que parecían ofrecerle calidez y paz. 

Algo que creía haber perdido tiempo atrás.

La energía de protección que emanaba Sato la inundó en una  ola de emociones que no pudo contener y  que se desbordaban por sus ojos.

Las lágrimas cayeron una tras otra por su rostro al compás de su barbilla  temblorosa.

Sato estiró los brazos hacia ella y la rodeó por completo. Hundió el rostro de la joven en su pecho y recargó  la mejilla en la cabeza de Okono, quien, sin poder evitarlo soltó a llorar todo lo que  había reprimido.

Ella lo abrazaba con ansias, como si así jamás fuera a separarse de su lado

Ella lo abrazaba con ansias, como si así jamás fuera a separarse de su lado

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