CUÉNTAME TU HISTORIA

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Salieron a uno de los lugares más altos del castillo. Okono jamás imaginó que podía haber un jardín en un balcón. Pero allí estaba, caminando por andaderas rodeadas de flores de cristal. Con los rombos del techo encargándose  de hacer la noche.

-¿Cómo pueden vivir con todo artificial?-soltó Okono.

-Nos adaptamos, pequeña. Suena difícil de creer, pero  realmente no concibo la idea de que estos aldeanos salgan a la superficie-contestó Funren con la mirada perdida-. Lo hemos planteado cientos de veces, sin embargo siempre llegamos a la conclusión de que no sabrían qué hacer. Aunque quisieran. Esto es lo único que conocen.

Okono rió con amargura.

-Realmente no creo que nadie quiera ir a la superficie-negó ella-. No sé si estén al tanto de lo que sucede en el mundo hoy en día, pero es mejor que se queden aquí.

Se giró para ver al mago directamente a los ojos.

-Es mejor que se queden aquí-repitió.

-Los demonios han vuelto ¿cierto?-dijo más para sí mismo que para ella-. Su último chance, es todo o nada. O ganan la guerra o se extinguen para siempre.

La joven meneó la cabeza.

-Me temo que por el momento nos llevan mucha ventaja-se lamentó Okono, sintiéndose responsable-. Idearon una estrategia mucho más efectiva que cualquier batalla.

Funren frunció el ceño, sin comprender.

-Están poseyendo humanos. Matando su esencia. Y se contagian con el cuerpo-explicó-. Nadie nunca esperaría algo semejante-apretó los puños-. Si tan solo yo hubiera...me hubiera anticipado, tal vez...

Cortó la frase, incapaz de seguir. Las lágrimas comenzaban a anegar sus ojos cuando el anciano habló.

-Pude haberme ido de éste lugar en cualquier momento sin problemas -contó Funren, tratando de aliviar la presión-. Pero conocí a su familia.

Con "su familia" Okono intuyó que se refería a la familia real. Y agradeció en silencio al viejo mago por cambiar el tema. No quería seguir torturándose de aquella manera.

-Fui muy buen amigo de su abuelo. Tenía sólo una hija y ésa hija al paso de los años sólo tuvo una hija-pausó-. Y cuando Kemira nació, tanto su madre como su abuelo decidieron salir de aquí. No querían que su preciada bebé viviera atrapada en un lugar tan pequeño. Así que emprendieron el viaje en busca de la ciudad más cercana para hacer pública su existencia y hacer del Mundo de Cristal un nuevo reino.

Funren caminaba con Okono del brazo, conduciéndola hasta un banco.

-Desgraciadamente, escogieron un mal momento para salir. En aquellos años, los demonios volvieron para luchar por segunda vez.

Okono abrió los ojos como platos.

-Cuando mi madre luchó-atinó ella. Funren asintió.

-Fue en la época en que Saabi tuvo que llevar el Deltaff al Monte Sagrado. Aquella vez sólo los persiguió Heinhää, la única que quedaba de su "familia real" porque, si no lo sabías, tu abuela venció al padre y al hermano de la demonio. Por lo cual ella estaba muy resentida, cegada por la venganza mataba a cualquier humano que se le cruzara en el camino...

Dejó las palabras al aire. Pero Okono supo de inmediato como terminaba la frase.

-Yo no pude ir a ése viaje porque me encontraba enfermo...-Funren hizo una larga pausa, recordando aquellos momentos grises cuando le anunciaron la muerte del rey y su preciada hija. Las emociones lo amenazaron con desbordarlo, empero tomó la compostura a tiempo-. Desde que Kemira quedó huérfana, la adopté como mi  hija.

-Tuvo suerte-susurró Okono al notar lo mucho que el mago amaba a la reina.

El hombre meneó la cabeza con pesar, como si toda esa energía jovial que lo caracterizaba hubiese desaparecido.

-Pero ¿qué puede hacer un viejo como yo? Por un tiempo fui suficiente para hacerla feliz. Descubrí que era maga y la instruí en el arte. Sin embargo, debes entender que para una joven como ella, estar aquí, es como estar en una prisión-las manos del hombre comenzaron a temblar mientras luchaba por contener las lágrimas -.Ha estado tan...

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-Sola-Kemira alzó la barbilla al decirlo. Hacía mucho tiempo que se había hecho a la idea de la soledad que la embargaba, pero decirlo en voz alta aún le provocaba un nudo en la garganta-. Sola desde que ésos demonios asesinaron a mi madre y mi abuelo.

La reina esperó alguna reacción por parte de Sato, ya que acababa de contarle su pasado. Sin embargo él permaneció quieto en su asiento. Ella entrecerró los ojos, intentando penetrar en la mirada del joven y saber lo que estaba sintiendo. Sin embargo era imposible descifrarlo. Lo evaluó otro rato más, para después levantarse, dispuesta a acortar la distancia entre ambos.

Kemira pasó los dedos por el respaldo de las sillas hasta quedar detrás de Sato.

-Recibirlos fue lo más emocionante que me ha pasado en años-ronroneó seductoramente, mirando con atención los brazos de Sato que reposaban sobre la mesa. E imaginó el montón de cosas que él podría hacerle con esas manos tan grandes y fuertes. Apretó los labios, sin decidirse a insinuarse más directamente. La energía que inundaba la estancia era densa, plagada de deseo.

La respiración de Kemira encima de su cabeza fue la alarma que le avisó que debía salir de allí cuanto antes.

-Me alegra que no seamos una molestia-dijo al fin Sato-. Debe de estar cansada-afirmó levantándose antes de que los dedos de la joven rozasen su cuello.

La reina retrocedió, sorprendida por lo brusco de sus movimientos.

-Permítame escoltarla hasta su habitación-pidió Sato, inexpresivo. Kemira parpadeó  sin saber que decir,  pero en un instante recobró la compostura. Sujetó el brazo que Sato le tendió y ambos se encaminaron fuera del salón.


Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora