SUEÑOS

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Sansce se removió en su cama, inquieta. La noche apenas había llegado, pero ella yacía ahí desde horas antes. Ya que eso era lo único que se le tenía permitido. Después de que Heinhää descubrió el fuerte lazo que la unía al traidor de Sekgä, se limitó a encerrarla en su habitación. Demasiado ocupada en las tragedias que sucedían en su pueblo diariamente como para prestarle  atención.

Heinhää tuvo razón al decir que los humanos no resistirían el poder de los dang-blang. Semanas atrás, esto sonaba improbable, sin embargo cuando la primera decena de personas falleció de pronto, la reina supo que debía entrar en acción.

Así que inventó un hechizo en forma de brebaje, el cual adormecía a los demonios en el interior de los pueblerinos. Impidiendo-por el momento-el desarrollo desenfrenado de sus poderes. Y gracias a esto las calles se habían vuelto lúgubres. Sansce las observaba desde su ventana, con tiempo de sobra para reflexionar sobre su situación. Antes no había tenido  tiempo para hacerlo, o ella simplemente no quería pensar de más, pero ya no podía evitarlo. Desde que escuchó el nombre de Sekgä, un remolino de emociones la había embestido, llenándola de incógnitas.

Se preguntaba cada mañana cuando repetía la misma rutina; ¿Qué hacía ahí? ¿Para qué la necesitaba Heinhää? ¿Por qué le servía? Y la más importante;

¿Quién era ella?

Lo último que recordaba era a Heinhää, acostada, esperándola. Y que ella había llegado para darle sus servicios. Eso era lo único que sabía hasta que...

Hasta que empezó a soñar.

Los sueños llegaron a ella después de una semana recluida en su cuarto. Personas distintas aparecían cada día. Y Sansce estaba encantada, porque por mucho que no supiera nada de su pasado, aquello se le hacía lo más parecido a recuerdos. Paisajes desconocidos variaban cada noche. Pero había algo, o más bien, alguien que siempre estaba presente.

Alguien que en ése mismo instante la acompañaba en sueños.

Sekgä sujetaba su mano con delicadeza, guiándola por un jardín hermoso.

"Vamos..."

Su voz sonaba ahogada, como un eco. Sansce miró a Sekgä con una sonrisa en los labios.

"Vamos..."

Volvió a decirle. La muchacha lo siguió por la andadera hacia un riachuelo. El agua corría con avidez, clara y pura. Sekgä se detuvo al borde y se volvió hacia ella, radiante. Sin dudarlo ni un solo instante, la asió por la cintura para pegarla a su cuerpo.

Sansce observó cómo el viento mecía el cabello negro de Sekgä por encima de sus ojos dorados. Y descubrió que sentía calidez en el pecho. Algo extraño en ella.

El demonio se inclinó y la besó en los labios con suavidad. Acariciando los pliegues de su ropa con picardía.

"Eres hermosa"

Sekgä se giró de nuevo hacia la cabaña que los esperaba del otro lado del riachuelo y brincó. Después prosiguió a tenderle la mano a Sansce.

La joven sonrió a su vez y se sujetó de él, lista para saltar. Pero cuando quiso alzar el pie, no pudo. Extrañada bajó la vista hacia sus pies y descubrió unas cadenas- que antes no tenía- rodeándole los tobillos.

Sansce cruzó mirada con Sekgä y él la miró con pesar.

"No puedes venir"

Ella entreabrió los labios, rota por dentro. Quería ir con él.

Lo ansiaba.

Forcejó con las cadenas un poco más, pero fue inútil. Entonces, otra cadena apareció en su cuello. Sansce gritó desesperada, con los brazos estirados  hacia Sekgä. Sin embargo él ya no le tendía la mano.

Giró en redondo, decidida a averiguar de dónde provenían las cadenas. Y al hacerlo se topó con Heinhää jalando de ellas mientras reía histéricamente.

Sansce miró a Sekgä por última vez para escuchar lo que éste le dijo antes de despertar:

"No puedes venir"

"No puedes venir"

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Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora