Las Hermanas Deltaff

TRANSFERENCIA

Sato se quitó de un jalón, furioso.

-No sabes de lo que hablas-respondió.

-He notado cómo la miras, todos lo hemos hecho. Pero sólo tú y yo sabemos que no puedes tocarla, a menos que quieras que ese dolor en tu espalda te mate.

Sato apretó la mandíbula.

-¿Qué quieres tú demonio?-preguntó Sato impaciente-¿Porqué vienes a buscarme para sermonearme sobre lo que ya sé? ¿Qué ganas con restregármelo a la cara? ¿Satisfacción?

Sekgä meneó la cabeza.

-Yo también estoy en problemas. Heinhää me dio una esencia que ella controla desde su castillo. Y no sé por cuánto tiempo más podré resistir. Tengo que transmitir ésa esencia intoxicada por su magia. De otro modo moriré.

Sato torció el gesto.

-¿Y qué tengo que ver con esto?

-Quiero darte ésa esencia-soltó Sekgä. La idea era tan absurda que lejos de enojarse, Sato estalló en carcajadas.

-¿Me crees estúpido? ¿Por qué motivo habría de guardar tu asquerosa esencia en mi interior?-se mofó, dándole la espalda-. No voy a quedarme a oír tus idioteces.

-Si lo haces, podrás hacer lo que quieras con Okono sin que haya consecuencias.

Las palabras cayeron como un mazo sobre él. Sato se giró despacio.

-Estarás infectado-comenzó a explicar el dang-blang-. Como ella tiene el Deltaff, ella será la única que podrá "curarte".

Era una invitación irresistible.

-¿Y qué quieres tú a cambio?-preguntó Sato.

-Aquí-señaló la gema-. Aquí está la esencia que Heinhää controla, pero no puedo sólo arrancarla...debo transmitirla. Vaciarla. Y sólo hay un modo de hacerlo.

Sato esbozó una mueca de asco, el simple hecho de imaginar al demonio acercársele más de la cuenta le provocaba repulsión. Pero el olor de Okono volvió a sus fosas nasales. Imaginó la silueta de la joven, su rostro, sus labios...todo.

-Acepto-dijo apretando la mandíbula.