CARCELERO

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-¡Sáquenme de aquí!-estalló Okono, pero los soldados ya la habían colgado a la  sucia  pared sin intenciones de escucharla si quiera. La muchacha se revolvió, encajándose  las esclavas en los talones. Dejó caer la cabeza después de un rato de debatirse sin sentido. ¿Qué había hecho? ¿Acaso no podía esperar con astucia como lo hizo Sansce? Ahora, por culpa suya su hermana estaba con aquel hombre "pagando" sus errores. Sus malditos errores.

Un ruido la sacó de sus pensamientos y Okono alzó la mirada hacia el  anciano que  salió de entre las sombras. Ella temió que fuera igual que el monstruo  que vio horas atrás. Empero no fue así, el único parecido entre aquel ente horroroso que gemía por las calles y éste hombre era el cabello cano.

-¿Quién eres?-le espetó Okono con brusquedad. El anciano la miró en silencio por un largo rato.

-Tú no deberías estar aquí-respondió él.

- ¿Qué?

-Tú ni nadie debería estar en este lugar-repitió el hombre. Okono tardó en procesar sus palabras-. En ésta maldita ciudad.

La forma en que habló despertó el interés de la joven. 

-¿A qué te refieres? ¿Qué es lo que está pasando aquí?

Más silencio.

-Vino una enfermedad-dijo por fin. 

-¿Enfermedad?-repitió la joven.

-Vino con la llegada del rey y pronto infectó a la ciudad entera-reiteró el anciano.

-¿Qué clase de enfermedad puede provocar todo esto?-inquirió Okono recordando las sonrisas desquiciadas, los cuerpos desnudos y los cuchillos relucientes. 

El hombre meneó la cabeza.

-No es una epidemia común niña. No puedes sentirlo, no puedes verlo, pero es la más letal y peligrosa que haya existido jamás.

Okono no respondió, en espera de que explicase más.

-Hace apenas cuatro semanas todo estaba bien. Rengt había regresado de un importante negocio con la reina de Haew, pero en vez de tierras-como todos esperaban-regresó con las manos vacías y una ideología nueva-relató el hombre-. Dijo que había un nuevo mundo esperándonos, pero para llegar a él primero debíamos ganar una guerra. Una guerra que nos concernía a todos.

La observó para ver si lo escuchaba y se encontró con la mirada atenta de Okono.

-¿Qué estás haciendo aquí niña?-inquirió el hombre de pronto, como dándose cuenta por primera vez que no estaba solo- ¿Por qué habrías de visitar una ciudad maldita?

-Yo no sabía que estaba maldita, mi hermana y yo...-se mordió la lengua a tiempo, no quería dar información que no debía. El anciano notó su desconfianza y suspiró.

-¿Conoces las Islas de Ceísh?-continúo él. Okono no comprendía a dónde quería llegar. ¿Por qué el carcelero le hablaba? ¿Para darle información? ¿Para asustarla? ¿Para qué? ¿Por qué?

-No conozco ninguna Isla de Ceísh y no me interesa. No sé qué juego estás jugando pero no tengo porqué hablar contigo. Si vas a matarme, hazlo. Si vas a encarcelarme aquí para siempre, hazlo. Pero no juegues conmigo-advirtió Okono pensando que con esto el sujeto la dejaría en paz. Pero en cambio éste echó a reír.

-Las Islas de Ceísh-prosiguió como si la joven nunca hubiese hablado-. Son también llamadas las Islas del Increptum. El borde con la no-vida. Quienes viven ahí conocen todo. Magos iban a refugiarse allí cuando la guerra entre ellos y los humanos comenzó. Puede que muchas historias hayan sido ficticias, pero muchas otras no. Y eso era lo que hacían los magos con la gente de Ceísh; les enseñaban. Los informaban. Los advertían de una amenaza mayor que una guerra civil. De algo que acechaba desde tiempo inmemoriales y que así seguiría. Muchas profecías fueron dichas a lo largo de mi vida; pero la última que escuché antes de irme de aquel lugar fue acerca de una joven. Hija de una hechicera poderosa que también había llevado la responsabilidad de cuidar con...-pausó, recordando el nombre-. Con el Deltaff. Pero ninguna misión ha sido suficiente para cesar la venida de los dang-blang.

Okono no pudo reprimir un gesto de sorpresa al ver lo mucho que conocía. El viejo sonrió, captándolo.

-Te dije que quien vive en el borde con la no-vida conoce de todo. Y tanto tiempo rodeado de magos, fantasmas y espíritus me han servido para desarrollar un sexto sentido. Sé perfecto que aquellos demonios que sólo escuchaba en los cuentos de terror cuando era niño, son los mismos que ahora rondan por las calles, poseyendo personas y convirtiéndolas en esclavos. Ser carcelero ha permitido que el rey no se fije en un viejo como yo. Pero si saliera a las calles aquellas bestias me matarían...sin embargo hay una sola cosa   que puede matar a un demonio.

Se acercó a la joven.

-Y es por eso que estás aquí.

-Usted no sabe nada, es un viejo que delira en lo profundo del castillo-respondió Okono a la defensiva, pero el hombre se rió.

-Tienes razón, soy viejo pero no estúpido. No sé que hayas hecho para  acabar aquí, pero no es tu lugar. Lo que sea que esté pasando allá arriba no es bueno...

 Y debes detenerlo. 

Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora