EN SU HONOR

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Una vez limpios, los jóvenes bajaron a cenar en el gran comedor donde Funren los esperaba. Kemira llegó pocos minutos después, vestida en ropas más sencillas, pero que la hacían lucir igual de bella.

-Por favor, siéntense-dijo ella cuando todos la saludaron con reverencia-. Disfrutemos de la cena.

Apenas pronunció éstas palabras, los platillos se sirvieron en abundancia. Llenando los estómagos hambrientos de los viajeros. Okono se preguntó de dónde conseguirían tanta comida, pero decidió que había otras cosas más importantes por las cuales preocuparse.

Durante todo ése rato, ni Funren ni Kemira tocaron su plato. Se limitaron a observarlos comer.

-Me imagino que hay mucho de qué hablar-hizo notar Funren con la barbilla reposando en sus manos entrelazadas, dirigiéndose a Okono con una sonrisa en los labios -. Ya que te expliqué cómo conocí a tu abuela, seguro  querrás saber cómo llegué aquí.

-En sí-corrigió Okono-. Me gustaría saber el origen de este lugar.

Funren iba a hablar, pero la reina se le adelantó.

-Fue hace  tiempo-comenzó Kemira con frialdad-. Cuando los Dioses dejaron el equilibrio del mundo aquí, en la tierra: El Deltaff. Que es un regalo y una maldición. Los primeros en cuidarlo fueron hechiceros del principio de los tiempos. Ésos que no necesitaban ya a los ángeles para obtener magia. Al principio hubo paz. Pero como bien sabemos, al pasar de los años hubo mucha sangre derramada para proteger el Deltaff. Mucha sangre inocente, como la que residía en ésta isla. Aquí las personas respetaban el Deltaff,  estaban fuera del conflicto y aún así, Ellos nos atacaron.

-¿Ellos?-inquirió Sari.

-Los dang-blang-respondió de inmediato Kemira.

Pronunció dang-blang con tanto desprecio que Okono no pudo evitar mirar a Sekgä, buscando una reacción. Pero el muchacho seguía impasible, comiendo despacio.

-Nos hubieran liquidado por completo de no ser por Juhyt, un mago que escondió a las personas bajo la tierra. Cuando los demonios se fueron, supo de inmediato que no podían volver a salir a la superficie. Si lo hacían morirían, así que usó la magia para crear este lugar. Entre los supervivientes había varios magos, quienes ayudaron al crecimiento de la ciudad, y que a su vez procrearon más hechiceros.

Kemira tenía la vista perdida, recitando las historias que le enseñaron. Teñidas de un odio evidente y poderoso.

-Con el tiempo-prosiguió, suavizando la voz y quitándole tensión al momento-. Nos acostumbramos a vivir aquí. Casi nadie conoce nuestra existencia, sólo mercaderes especiales y bueno...viajeros desafortunados.

Se volvió hacia Funren y éste rió.

-Vaya que sí. Hace treinta años viajaba en un navío hacia las tierras del norte, pero una tempestad nos hundió. Pude sobrevivir de milagro y justo como ustedes encontré la roca en el centro de la isla. Supongo que me gané su confianza después de cierto tiempo-el anciano se encogió de hombros-. Así que decidí quedarme.

Kemira se reclinó hacia enfrente. Dándole  a entender a Okono que era su turno para hablar. Ella se aclaró la garganta.

-Hace poco más de seis meses emprendí la marcha hacia el Monte Sagrado. Pero por si no lo sabían, las cosas se han complicado mucho. Hay sangre de demonio en la superficie del mar y todo lo que toca lo destruye-informó-. Como nuestro barco. Tenemos planeado ponernos en marcha lo más rápido posible.

Kemira la interrumpió.

-Estoy al tanto que eres Okono, la Elegida. Pero no hemos tenido el placer de presentarnos propiamente-indicó con una falsa sonrisa en el rostro-¿Quién eres?-preguntó dirigiéndose hacia Sato.

-Soy Sato y soy...-titubeó un instante-. Soy su protector.

Los dedos de Kemira se crisparon casi imperceptiblemente.

-¿Y tú?

-Soy Sari, su protectora-explicó la chica. Kemira asintió.

-¿Y tú?

El demonio dio un bocado antes de responder.

-Sekgä.

-¿Sekgä? ¿No eres un protector también?-preguntó con un sarcasmo. 

El demonio lo meditó unos segundos.

-Un guía-se limitó a decir antes de volver a su plato. Okono estaba tan preocupada porque Kemira no se fijase demasiado en Sekgä, que no se dio cuenta que estaba apretando los cubiertos tan fuerte que los nudillos se le pusieron blancos.

-Pues, a todos ustedes, bienvenidos. Sé que no lo pidieron, pero me honraría mucho que se quedasen un día más. Nuestro pueblo es devoto al Deltaff y ustedes como sus servidores, se merecen nuestro mejor trato. Y qué mejor que una fiesta en su honor.

Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora