LA TORMENTA DEL AÑO III

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La búsqueda se le antojaba eterna. Gracias a las órdenes de Heinhää, varios hechiceros se reunieron para enviarlo a Gatar en apenas un día. Aunque él hubiera preferido que lo enviaran directo con una de las gemelas, ellos le explicaron que no podían hacerlo aparecer en una dirección incierta. Por eso tenía que conformarse con tener varias semanas de ventaja. Sin embargo no era suficiente. Empeorando  aún más las cosas, una verdadera tempestad había caído.

Los territorios que rodeaban Gatar eran pantanosos y muy húmedos. Él odiaba la humedad. Pero la noche apremiaba y era tiempo de encontrar un lugar dónde dormir.


Por eso al alcanzar la cueva no le importó cerciorarse  si había algún animal peligroso refugiándose ahí también. 

Dentro, parecía como si la tormenta se acallara tan solo un poco en la obscura y húmeda profundidad. Permitiéndole así escuchar los propios latidos de su corazón...y los de alguien más.

Dejó que el agua le escurriera desde la frente hasta su abdomen, de espaldas a lo que fuera que lo observaba con cautela.

Miró de soslayo y dijo:

-Puedes salir. Sé que estás allí-indicó.

Como el silencio fue su única respuesta se giró  y le dedicó a la nada una seductora y encantadora sonrisa que invitaría a cualquiera a pasar un buen rato. Pasaron unos minutos antes de que se escucharan los pedazos de granito moverse  a cada paso que daba el desconocido, hasta que quedó frente al muchacho.

-Que los Dioses te bendigan con su vida y que los demonios no descansen en tu alma-recitó el himno con el que todos se saludaban.

El chico se encontró con la mirada desafiante de su acompañante. Eran unos ojos feroces, algo que nunca había visto. Asemejándose a los de Heinhää, pero sin llegar a ser tan impactantes. Unos ojos que aseguraban con asesinarte si hacías un movimiento en falso y que a la vez tenían un dejo de tristeza. 

-Que los demonios no descansen en tu alma-respondió Sansce irguiéndose segura y desafiante.

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-¿Qué hacían fuera?-inquirió su anfitriona mientras les daba bebidas calientes.

-No tenemos donde quedarnos-respondió Sato. Había algo raro en él y eso  lo propiciaba aquella chica. Okono no dejaba de ver cómo se comportaba el muchacho.  Él por el contrario, no le quitaba la vista de encima a la joven que les había dado refugio.

-Me llamo Sari-comunicó sentándose frente a ellos. Sari tenía un reservado interés en Okono, que parecía incómoda hasta en su propia piel-. Me alegra haberlos visto. Si no, no me imagino dónde pudieron haber terminado. ¿A dónde van?

-Al Puerto de Luza-soltó Sato antes de que Okono pudiera si quiera abrir la boca.

Sari lo observó, pero apenas si reparó en él y volvió a centrar su atención en Okono.

Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora