CIUDAD DE CRISTAL

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Sato tomó aire y se impulsó hacia delante, en contra de todos los intentos de Okono por detenerlo.

-No, no, no, no, no-susurró presa del pánico mientras se acercaba al borde. Esperó lo peor, sin embargo Sato estaba intacto. Había caído-como Sekgä-sobre una extensa manta sujeta por quince hombres. Okono se quedó petrificada.

-¿Qué?-murmuró Sari acercándose. Y en cuanto vio  lo que Okono, Sato y Sekgä vieron, se le desencajó la mandíbula.

El mundo que se extendía ante sus ojos iba más allá de la imaginación del hombre más creativo. Era una ciudad, una ciudad completamente funcional en el núcleo de una isla.

Y era una ciudad de cristal. Las casas, las calles e incluso los uniformes de los hombres que las esperaban expectantes, relucían  con destellos cristalinos. 

-¡Ey!-gritó el jefe-¡No vamos a esperarlas más!


Okono bajó la vista hacia él, lento, como si le costase despegar la mirada de todo lo que la rodeaba. No supo que tenía miedo a las alturas hasta que midió la altura que la separaba de la manta.

Quince metros por lo menos.

Tragó saliva.

Sari y ella se miraron. Luego miró a Sato. Sus ojos azules le prometían que nada malo pasaría si saltaba.

Así que confió en él.

La caída fue rápida, pero lo poco que duró provocó que sintiera un agujero en el estómago. Cayó sobre la manta y sintió la rugosidad de ésta. No le dolió, pero percibió el brillo en las hebras.

"¿Cristal?..." pensó, pero un soldado la tomó del brazo para ponerla de pie sin darle tiempo de observar mejor. Sólo la soltó cuando tocó el suelo y Sato la recibió.

-¿Estás bien?-era la primera vez que hablaban desde lo que parecía ser una eternidad y Okono se sintió bien al notar la preocupación en su voz.

-Sí...-murmuró recargada en su pecho-¿Qué es éste lugar?

-No lo sé-negó Sato aún con sus brazos rodeando su espalda-. No lo sé.


Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora