PORTADA HECHA POR: @bizzleselfie
DEMONIOS, DOS HERMANAS, UNA GUERRA.
Una será la elegida para proteger el Deltaff (báculo otorgado por los Dioses para mantener el equilibrio del mundo), y la otra estará al servicio de los dang-blang. Demonios surgid...
Si tan solo la reina hubiera prestado atención a más que sólo la gema que hundía con malicia, hubiera notado que Sansce apretaba los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos.
Okono trató de hacerlo respirar, pero los ojos de Sekgä comenzaron a volverse cristalinos.
-¡Ayúdame!-le dijo a Sato, desesperada. Sari llegó atraída por los gritos, y al ver al demonio en aquel estado se limitó a apartar a Okono.
Sari llevó una mano al pecho de Sekgä, pero la retiró casi al instante.
-Esto lo está matando-indicó refiriéndose a la gema que se aferraba, casi como si estuviera fundida, al cuerpo del muchacho.
-¿Pueden hacer algo?-preguntó Okono.
Sari y Sato intercambiaron una mirada.
-Tal vez, pero si no lo salvamos, sólo alargaríamos su muerte-explicó ella.
-¡No pierdan el tiempo explicando! ¡Hagan algo!-replicó Okono.
Sari por pura respuesta tomó a Sekgä del cuello, buscando su pulso y cerró los ojos. Mientras que Sato por su parte posaba una mano en el corazón del demonio.
De pronto una luz blanca cubrió el cuerpo de Sekgä. Okono estaba impactada, pero no era momento de preguntas. Después de unos minutos Sari y Sato apartaron las manos.
-Es inútil. No podemos con tanta magia-murmuró Sari rendida.
Okono no dijo nada. Pues ya no había nada que hacer.
Los tres permanecieron viendo el cuerpo del demonio, quien poco a poco moría sin que ninguno de ellos pudiera salvarlo.
Sato alargó la mano para cerrarle los ojos. Entonces, como si fuera un milagro, el demonio se incorporó dando una gran bocanada de aire. Tanto que se atragantó. Los tres se echaron hacia atrás, asombrados de verlo respirar.
Okono volteó a ver a sus amigos, pero ellos negaron con la cabeza.
-No fuimos nosotros-negó Sato.
Okono frunció el ceño. "Si no fueron ellos entonces...¿quién?"
Los brujos dejaron de cantar vítores para quedarse en un silencio sepulcral. Nadie movió un solo músculo. Era como si el tiempo se hubiese detenido.
Heinhää observó primero la mano de Sansce, que mantenía su brazo fuera del agua, y luego la miró a ella. El instinto le decía que la maga se había rebelado, que estaba en peligro y que todo se había venido abajo. Sin embargo al toparse con sus ojos turquesa sólo encontró vacío, sin ningún ápice de sentimiento. Pero la maga continuaba sosteniéndole con fuerza la muñeca en la cual llevaba la gema.
-Mi señora-dijo Sansce, despacio-. Me duele.
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