Era como si hubiera pasado una eternidad desde que ponía un pie allí, aunque sólo hubiera estado ausente poco más de dos semanas. Haew ya no era el mismo, tampoco su gente. Parecía como si a cada día fueran más fuertes, más poderosos y más inteligentes. Como si cada día fueran menos humanos.
Llegó al portón del castillo y sólo necesitó una seña para que le abriesen las puertas. El patio principal donde Heinhää infectó a todo el pueblo se hallaba vacío y cerrado desde aquel día. Afuera en las calles todo marchaba de maravilla, pero una vez que entrabas al castillo (cosa que nadie hacía más que los que residían ahí) notabas la diferencia. Estaba sombrío y silencioso.
Y por primera vez quiso irse de ahí lo más rápido posible. Se sabía el camino de memoria, pero unos soldados insistieron en escoltarlo hasta los aposentos de Heinhää. Sekgä en vez de sentirse escoltado, se vio a sí mismo como un preso, solo que sin llevar grilletes. Cuando por fin llegó, la gran cerradura de hierro se abrió sola poco a poco y empujó la pesada puerta de madera; muy lentamente apareció ante sus ojos la esbelta figura de la mujer frente al ventanal.
Una ligera bata caía por su cuerpo y terminaba acariciando sus pies descalzos.
-Llegaste-dijo. El tono tan duro de su voz no encajaba con su físico. Era evidente que había perdido peso y fuerza vital. Cada paso denotaba su debilidad. Era como si sus pies se pegaran al liso suelo de mármol y le costara las pocas energías que le restaban llegar hasta Sekgä; quien mantenía una rodilla en el suelo y la cabeza inclinada, en señal de completa devoción y respeto.
-Ya estoy de nuevo a sus órdenes mi reina-afirmó aún con la mirada fija en los pies de Heinhää. Su piel pálida se asemejaba mucho al blanquecino mármol.
Ella tomó su barbilla con sus largos dedos y lo hizo mirarla a los ojos.
-¿Has cumplido con tu deber?-inquirió. Pero el muchacho entreabrió los labios como única respuesta. Heinhää lo miró por unos segundos antes de inclinarse hacia él.
Sekgä podía sentir el calor en las mejillas, las uñas filosas rozándole la piel y su aliento acariciándole la boca.
Los labios de Heinhää eran secos, ásperos. No como los de Sansce, tan suaves y dulces que sabía jamás se cansaría de besarlos. Todo el tiempo sostuvo la intensa mirada de los ojos verdes de ella mientras extraía las dos esencias que había guardado en su ser. Quiso hacerse creer por un momento que no estaba enamorado, al menos el tiempo suficiente para que Heinhää lo creyese también.
-Lo has conseguido-sonrió ella. Ahora parecía tener más fuerzas y él parecía haberse cansado mucho. Sin embargo se quedó quieto, como si no le pesara mantener su cuerpo erguido.
-Sólo para ti, mi reina-musitó. Lo había logrado, Heinhää no sospechaba nada. De lo contrario ya lo hubiera manifestado y en ésos momentos parecía estar realmente satisfecha con su trabajo. Al haber cumplido con su deber, sintió el enorme impulso de dejar la estancia lo más rápido posible.
Pero sus uñas seguían en su rostro.
-Quiero que me digas porqué los mataste-ordenó la reina. Sabía a quién se refería: Drii y Drata.
Palideció, por el modo en que lo dijo sabía que no lo había logrado. No había podido engañarla.
ESTÁS LEYENDO
Las Hermanas Deltaff
FantasyPORTADA HECHA POR: @bizzleselfie DEMONIOS, DOS HERMANAS, UNA GUERRA. Una será la elegida para proteger el Deltaff (báculo otorgado por los Dioses para mantener el equilibrio del mundo), y la otra estará al servicio de los dang-blang. Demonios surgid...