DOS COSAS BUENAS

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El recorrido por el castillo hacia sus habitaciones fue rápido. Funren hablaba sin pausa, contando sus anécdotas de antaño; donde su piel no era rugosa, tenía un brillante cabello castaño y su única preocupación era aumentar sus habilidades como mago. Antes de que los demonios volvieran para luchar después de quinientos años. Okono prestó atención lo mejor que pudo, pero aquella situación era demasiado...rara. ¿Qué hacía un viejo en una ciudad en el fondo de una isla? Para empezar ¿Qué hacía una condenada ciudad en el fondo de la isla?

Kemira caminaba a su lado, seria. Arrastraba el vestido por el suelo cristalino, con las manos entrelazadas bajo el vientre. Asemejando mucho el gesto de Funren. Okono se preguntó qué tan cercanos eran ésos dos, porque al parecer la joven reina le daba al mago una jerarquía que un simple consejero no tendría.

Fueron dejando a cada uno de los muchachos en una habitación distinta, previéndoles de sirvientes que prepararan las tinas para darse un baño antes de cenar. Después de unos minutos, Okono caminaba sólo con Funren y Kemira.

Por algún motivo las ganas de Funren por contar historias cesaron, haciéndolos caminar en un ambiente tenso e incómodo. Cuando Okono creyó que no soportaría más silencio, Funren y Kemira se detuvieron frente a una puerta.

-No está muy lejos de las demás habitaciones-informó el anciano con su característica sonrisa afable-. Espero que tengas todo lo que necesites. La cena será en una hora.

-Gracias-asintió Okono, ansiosa por estar a solas. Tomó el picaporte, pero antes de entrar la voz de Kemira la detuvo.

-Es un placer...tenerla aquí.

Tanta formalidad la incomodó aún más, así que Okono sólo atinó a sonreírle antes de entrar. Cerró la puerta y recargó la espalda en ella.

Exhaló mirando el techo. Estaba exhausta de tantas emociones.

Demasiadas cosas pasaban por su mente y llegó a la conclusión que por el momento podían confiar en ésas personas. Estaban en un lugar seguro y agradable.

Y Sato volvía a ser el de antes. Ya no parecía evadirla e intuyó que se debía a que las mariposas se habían quedado en la isla. Así que ya no tendrían que fingir.

Un soplo de alivio la invadió. Al menos había una cosa buena.

Entonces, el vapor que salió de lo que asumió era el cuarto de baño la distrajo. Caminó hacia él y dentro se encontró con una tina traslúcida. Ésta estaba llena de agua caliente.

Se corrigió; había dos cosas buenas.


Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora