ESPÍAS

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Sekgä miraba el cielo estrellado, tendido en el suelo. Sin prisa por regresar al campamento, aún cuando ya tenía energía suficiente para hacerlo.

Apenas había infectado a Sato, éste lo había dejado tirado y sin intenciones de socorrerlo.

Esbozó una media sonrisa.

No podía culparlo. Con una naturaleza tan estricta como la suya, él también hubiera salido corriendo a aprovechar la oportunidad.

Así que ahí se quedó una hora, o tal vez dos, esperando con tranquilidad poder estabilizarse. Y ahora que se sentía más ligero prefería quedarse alejado de todos. En parte para darle privacidad a sus amigos y en parte porque lo necesitaba.

Gracias a que las cosas habían pasado más rápido de lo que él podía procesar, apenas se iba haciendo a la idea de los hechos. Repasó mentalmente cada cosa ocurrida días atrás.

A estas alturas Heinhää ya debía de haberse dado cuenta que Sansce y él compartían esencias.  Por otro lado, el mar envenenado debería estar llegando a las costas de Vuet y Nawis. Se agotaba el tiempo. Si no lograban llegar al Monte Sagrado y elevar el Deltaff a los Dioses antes de que Heinhää infectase a todo el mundo...

Decidió no pensar más en ello.

Siguió observando el cielo,  cuando de pronto una mariposa blanca cruzó su campo de vista. Extrañado, siguió su vuelo con la mirada. Se mantenía en el aire como si supiera exactamente dónde encontrarlo. Cómo si lo estuviera examinando.

Aunque Sekgä sabía que eso era precisamente lo que estaba haciendo. Otra mariposa se colocó al lado de la otra. Ambas suspendidas en el aire encima de él.

Eran inquietantes.


Sari caminaba rápido con la mirada fija hacia al frente. No debía llamar la atención, más ahora que había encontrado una mariposa. Sabía de antemano que no era la única porque siempre estaban acompañadas. En grupo.

En cuanto la vio, Sari inclinó la cabeza en señal de saludo y se fue. Dejándola justo dónde la encontró: sobre una flor. Ésta no la había seguido, al menos por el momento. Pero no le gustó nada su presencia.

Cuando por fin vio la fogata a unos metros relajó los músculos. Ya estaba lejos de la mariposa. Siguió caminando, ansiosa por calentarse con el fuego. A pesar de estar en un lugar tropical, la mariposa le había dejado un frío interno difícil de quitar. Debía decirle a Sato cuanto antes.

Dio un paso más y la sangre se le heló en las venas. Oculta tras una palmera observó los cuerpos entrelazados de Okono y Sato.


Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora