MUNDO DE CRISTAL

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Apenas cayó Sari, los ataron a cada uno en una nave. La cual se asemejaba más a una tabla con un palo para maniobrar, que algo seguro para viajar.

-Manténganse arriba lo mejor que puedan-indicó el jefe con burla.

Okono se removió, incómoda, cuando el soldado activó la nave y ésta comenzó a elevarse. La muchacha se aferró a los bordes hasta que los nudillos se le pusieron blancos, aterrada. Una vez superado el miedo, decidió mirar hacia arriba. Y así, la joven pudo reparar en los colosales rombos que colgaban de lo más alto, y los cuales comenzaban a cambiar su tono amarillo por uno rojizo.

-Está atardeciendo-dijo el soldado sin girarse, como leyéndole los pensamientos. Okono lo miró por un segundo antes de volver a mirar los rombos. Estaba asombrada.

A sus pies, las personas hacían su rutina diaria, reparando sólo un poco en los soldados y en los viajeros que llevaban consigo.

La muchacha pudo ver a las mujeres con sus vestidos largos y resplandecientes, caminando apresuradas hacia sus casas aún más resplandecientes. Incluso atisbó a unos niños jugando al lado de una fuente de cristal.

-¡Abran las puertas!-gritó el jefe, deteniendo a todas las naves. Unos chirridos inundaron el ambiente antes de que el soldado se pusiera en marcha de nuevo.

Okono no había visto muchos castillos, de hecho, sólo había visto uno anteriormente. Pero de inmediato supo que jamás presenciaría ninguno  tan hermoso como el que se extendía ante sus ojos.

El castillo era pequeño a comparación del castillo en Gatar, pero su interior era tan traslúcido como el hielo, y reflejaba los destellos de los rombos al cambiar de color. Al ver los destellos azulados que rebotaban en la superficie de los pilares, Okono supo que había anochecido.

Las naves descendieron al tiempo en  que las enormes puertas se cerraban.

-Hace mucho tiempo que no había visitantes tan bonitas por aquí-dijo entre dientes el soldado mientras desataba sus cuerdas. Okono se tensó, recordando que un soldado nunca era indicio de buena persona. La experiencia en Gatar le había enseñado que la mayoría no dudaría en violarla o lastimarla.

Pero el soldado sólo la desató y se apartó. Tampoco daba indicios de querer tocarla, lo que dijo había sido un simple cumplido.

-De pie-ordenó el jefe. Okono se levantó y se topó con el gran pecho del hombre. Parecía un oso con su barba tupida y los brazos como robles, pero había algo noble en su mirada que te impedía temerle.

El hombre asintió satisfecho ante la obediencia de Okono y echó a andar hacia el interior del castillo. Los cuatro amigos se buscaron de inmediato hasta quedar hombro con hombro.

-No parecen tan malos-susurró Sari.

-No podemos saber eso-negó Sato-. Estaré atento por si podemos escapar-informó poniéndose detrás de Okono.

Sin embargo, Okono no estaba muy segura de querer escapar. Con una señal del jefe, un soldado se adelantó a abrir las puertas de lo que parecía ser la Sala principal. Dentro, todo relucía como el oro. El piso, las paredes e incluso la gran escalera que caía como cascada asemejaban ése tono amarillo.

-Esperen aquí-ordenó el gran oso, como Okono había decidido llamarle. Caminó hacia un costado de la sala para hablar con los guardias y Sato no desaprovechó la oportunidad.

-Son muy confiados-hizo notar el chico-. Podremos escabullirnos sin lastimar a nadie.

-¿Y luego qué?-interrumpió Sekgä-¿Volarás hasta el tobogán y de ahí a una isla que está devastada por veneno?

-Pareces sentirte muy cómodo con ellos-respondió con sorna Sato-. Deberías quedarte.

-Y tú deberías aprender a pensar antes de hablar-contestó.

Sato tensó la mandíbula, decidido a responderle o pegarle, pero Okono lo detuvo.

-Ésta ciudad es de cristal, deberíamos averiguar más sobre esto. Todo parece ser muy frágil.

-No lo es en absoluto.

Aquella corrección los sobresaltó, ya que la voz retumbó por cada resquicio de la sala. Todos los presentes  se giraron hacia quien había hablado. Los soldados y el jefe inclinaron la cabeza ante la muchacha que bajaba con sutil elegancia por la escalera.

Tras ella, su vestido acariciaba los peldaños y sus tacones producían eco. A su lado, la ropa de las aldeanas que tanto había impresionado a Okono, parecían un mal chiste. La joven llevaba el cabello rubio perfectamente cepillado y caía de lado sobre su hombro izquierdo.

Cuando hubo llegado hasta los viajeros, Okono no podía concebir tanta belleza. Tanto...brillo. Los ojos esmeraldas de la muchacha los escudriñaron con atención antes de abrir sus labios rosados.

-Mi nombre es Kemira, y están en el Mundo de Cristal.

-Mi nombre es Kemira, y están en el Mundo de Cristal

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Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora