EGOÍSTA

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Avanzaron deprisa hacia el primer navío que desembarcaba en Luza. Después de la terrorífica noticia que Sekgä les había dado, decidieron apresurarse aún más. Gracias a la ayuda de parte de ciertos granjeros que aún no habían sido infestados por un demonio, y que iban hacia el mismo destino, pudieron estar después de tres días,  abordo de un barco de mediano tamaño. Costeando su abordaje con el precioso caballo que Sekgä había robado.

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Rengi observaba a Sansce detenidamente, pero ella apenas si lo notaba. Estaba enfrascada en sus propios pensamientos y él sabía perfecto a quién se los dedicaba; a Sekgä.

La primera vez que escuchó ésas cinco sílabas, fue una noche en la que la maga hablaba dormida. Y creyó que eran meros balbuceos. Pero a medida que lo pronunciaba comprendió que en realidad era el nombre de alguien. Trató   de no sentirse celoso, pero ahora estaba harto de ser la sombra de un sujeto que no conocía.

El muchacho volteó a verla y percibió el movimiento en sus labios. Y en ellos pudo leer el nombre que tanto había aprendido a odiar.

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La marea meció el barco y con este también lo meció  él, incitándolo a perderse en el mar que parecía otro cielo. Dirigió la mirada hacia su pecho e incluso sobre las ropas pudo distinguir el brillo ardiente de la gema.

La alzó para observarla mejor. Era un símbolo de unión con su reina. Ahora había terminado por formar una parte de sí mismo; como una mano más, un pulmón más o incluso su propio corazón.

"Pero ya no estás con tu reina" se dijo. Titubeó en desprenderlo, porque no sabía qué efecto podría tener. Dentro de ésa gema había una esencia que no era la suya ni la de Heinhää, pero que tenía como misión unirlos a los dos.

Tal vez se apresuró al escaparse. Tal vez pudo haber hecho las cosas diferentes y así no estar arriesgándolo todo en un plan que era posible que  no funcionara. Tal vez si hubiera permanecido leal a Heinhä aún podría...tal vez...

Azotó el puño contra la borda.

No.

-Jamás sería así-razonó. Miró al horizonte y pensó en Sansce por milésima vez.

Ella le había hecho ver que quería morir. O al menos que no quería seguir viviendo bajo el yugo de una reina que tarde o temprano iba a matarlo si no le servía más. Ahora miraba la gema con otros ojos. Ya no era el fuego de los suyos, era su propio fuego.

Él era su propia fuerza.

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-Si tanto deseas estar con él, ¿porqué no has ido en su busca?-inquirió Rengi sin soportarlo ni un minuto más-¿Acaso te dejó?

Sansce pareció no haberlo escuchado. Es más, hasta se sorprendió al oír la voz del joven, como recordándole que no estaba sola. Parpadeó un par de veces hasta que centró sus ojos turquesas en Rengi. El muchacho no pudo evitar un escalofrío al ver tanto pesar en su mirada.

Ella esbozó una media sonrisa.

-Porque si lo hago, muero-respondió. Rengi no esperaba esa respuesta, pero de igual manera lo destrozó.

-Entonces deberías olvidarte de Sekgä.

Sansce suspiró al escuchar el nombre del demonio.

La joven se levantó y en silencio caminó hacia él. Cuando se sentó a su lado pudo percibir como el cuerpo de Rengi vibraba entero.

Rengi alzó la vista por primera vez.

-¿Quién eres?-musitó-¿De quién me he enamorado?

Sansce suspiró con pesar.

-De la misma destrucción.

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Sekgä percibió una presencia a su lado y  metió la gema bajo las ropas. 

-No deberías estar aquí. Lo que Sato menos desea es que te acerques a alguien como yo-dijo el demonio cruzándose de brazos.

-Lo que yo menos deseo, es estar quieta y especulando, en vez de preguntarte directamente. Quiero saber porqué estás aquí-soltó ella.

El muchacho continuó viendo el horizonte. Era consciente que las miradas de los demás tripulantes recaían no sólo en la gema que guardaba, si no también en la joven. Okono no se daba cuenta de qué tan hermosa y exótica podía llegar a ser, por eso no dudó en acortar la distancia entre ambos y rodear su espalda. De modo que ella quedara entre su brazo y la borda del barco. En señal de protección.

Okono se estremeció cuando se puso cerca de él. Le provocaba escalofríos, pero tampoco podía negar que tenía algo que la atraía.

El muchacho la vio detenidamente, con los mechones blancos cubriéndole los preciosos ojos turquesa.

-Iba de cacería-comenzó con voz seductora y susurrante-. Para cazarlas a ustedes y llevarme sus esencias. Pero la tormenta me sorprendió y no tuve más remedio que refugiarme en una cueva. Y ahí estaba Sansce. Sucia con toda la sangre de aquellos soldados. En cuanto la vi me atrapó. Sabía que ella era una de las guerreras. Pero por un momento decidí no cumplir con mi deber. Y ésa fue mi perdición, porque me  obsesioné con mantenerla viva.

-¿Las dos semanas  que duró la tormenta?-preguntó Okono.

Sekgä asintió.

-El primer día le hice una promesa. Le dije que no iba a matarla.

-Y por eso viniste conmigo-razonó Okono-. Porque ayudabas a Heinhää,  estarías matando a Sansce. Bueno, si es que ella es la maldita.

-Aún no lo sé con certeza. Pero me pareció mejor idea venir contigo-asintió, alejándose un poco. Ya sin intenciones de intimidarla.

-Porque así, si Heinhää te buscaba y te encontraba conmigo, creería que soy yo a la que amas y me mataría a mí, y no a Sansce. ¿No es cierto?

-No te mataría, pero al menos Sansce estaría fuera de su mapa-argumentó él.

-Eres un egoísta.

Sekgä se encogió de hombros.

-Un egoísta que da la vida por quien ama.


Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora