LA CASA DEL TECHO PARDO

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La dichosa casa del techo pardo parecía todo, menos un lugar en donde quisieran pasar la noche. Sin embargo no tenían opción.

-Puedo cargarla yo-indicó Sato extendiendo los brazos hacia Sekgä, quien todavía sujetaba con delicadeza a Okono.

-No, tú eres el amable aquí. Debes ocuparte en conseguirnos morada, yo me encargo de la chica-respondió. Sato hizo una mueca pero se limitó a caminar hacia la desvencijada puerta.

-Lárguense-escuchó desde adentro antes de que Sato tocase la madera.

-Buenas tardes-dijo ignorando la hostilidad de la voz, era de mujer-. Nosotros...

-¡Dije que se largaran! ¡Aquí no hay forasteros! ¡Yo no voy a aceptar unos!

-Señora, pagaremos bien por su servicio.


-¡No me interesa su dinero!-vociferó la mujer desde el otro lado.

Sato enarcó las cejas con escepticismo. Entonces los  lloriqueos de unos bebés rasgaron el silencio.

-Es inútil-replicó Sari-. Podemos buscar cualquier otro lugar.

-Claro-contestó Sekgä con sarcasmo-. Aquí no es como Haew, donde comercias y te quedas. Aquí sólo comercias y te vas.

-¿Haew?-dijo la mujer-¿Vienen de Haew?

-Sólo uno de nosotros-indicó Sato.

Por unos segundos no hubo respuesta, pero entonces la puerta se abrió despacio. Sato dio un paso adelante para entrar, cuando de pronto la mujer se le abalanzó con cuchillo en mano. Intentó apuñalarlo justo como lo hizo con los soldados cuando huyó del castillo, pero Sato fue más rápido e interceptó su mano.

-¡Demonios!-chilló la mujer-¡Púdranse en toda la miseria!-casi escupía.

Sato aferró las muñecas de la mujer y ésta no tuvo más remedio que soltar el cuchillo.

-Veo que ella ya conoce el verdadero peligro-comentó Sari.




Al final la mujer los había dejado pasar. Había algo en ese grupo de jóvenes que le impedía el ignorarlos.

-No hay mucha comida...sólo la justa-comunicó sirviéndoles un poco. No confiaba del todo en ellos, en especial por el joven de los ojos dorados, pero parecía que tenían información que compartir.

Okono seguía inconsciente sobre unas mantas y el muchacho de los ojos azules no se separaba de ella.

-No vamos a hacerle daño, ni a usted ni a sus hijos-indicó Sato.

-No lo permitiría-respondió ella. Sekgä clavó la mirada en aquella mujer. Llevaba ropas viejas y el cabello poco peinado, empero sus ademanes mostraban su verdadero origen.

-De pura casualidad...¿usted ha estado en Haew?-inquirió Sato-. Debo aclarar que puede hablarnos de lo que sea. Nosotros somos de fiar.

-¿Cómo puedes asegurarlo?-inquirió su anfitriona.

-No podemos, pero debe confiar en nosotros. Al parecer usted ya vio a que se enfrenta el mundo hoy en día. Hay que escoger bien los bandos-dijo Sari consiguiendo que la mujer se relajara.

Tal vez Sato y Sari no lo sabían, pero Sekgä había reconocido a la mujer de inmediato. Era Ulmina, la esposa de Trwet. La había visto escapar.

La mujer suspiró, como cansada de seguir guardando el secreto de lo que vio aquel día.


-Eran bestias. Desde siempre he sabido que mi esposo me era infiel, pero jamás me importó que él fuera así. Sin embargo esa tarde parecía...como si algo lo estuviese poseyendo.

Los jóvenes intercambiaron miradas.

Cenaron en silencio y Ulmina les permitió quedarse sin antes claro advertirles que los mataría si hacían algo raro.

El fuego ardía en la chimenea dando calor a todos. Sari ya se hallaba descansando y Sekgä estaba en un rincón de espaldas a Sato y Okono.

-Cuando despierte, tendremos que decirle-dijo el demonio.

-Lo sé.

-Tú se lo dirás-indicó Sekgä.

-Lo sé-reiteró Sato acariciando el rostro de la joven. Desearía no decirle. No quería que aquella expresión de calma se tornara en una de horror.

De pronto ella pestañeó.


Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora