Sato hacía arder el fuego de mal humor, tirando la madera de mala gana. ¿Cómo es que Okono podía confiar en un tipo como ése? Si supiera lo que él sabía, consideraría dos veces dormir cerca de aquel monstruo. Porque eso era. Aunque pareciera un simple muchacho sumergido en un sueño reparador.
En serio lo repudiaba.
Por otro lado, Okono esperaba con ansias a que el forastero se repusiera lo suficiente como para empezar a hablar. Tenía tantas preguntas agolpadas en la garganta, impacientes por salir, que no aguantaría mucho más. Sin embargo Sato estalló antes que ella, cuando el sol de medio día quemaba sus brazos.
-Okono ya vámonos, éste tipo no va a hacer otra cosa más que estorbarnos. Entiéndelo por favor, encontraremos a Sansce más adelante, pero él no es de fiar-dijo Sato.
Okono desvió la mirada, no tenía ánimos para discutir, solo quería respuestas y peleando con Sato no iba a obtenerlas.
-No tengo porqué repetirte mis razones para esperarlo, si no las entiendes está bien, pero tampoco quiero que estés molestándome cada cinco minutos-siseó Okono con todo el enojo que fue capaz de expresar. Al instante se sintió mal por ser tan brusca con su amigo, pero era lo que en verdad sentía. Sato relajó el semblante y se sentó junto a ella.
-Comprendo lo que estás pasando, sé perfecto que quieres encontrar a Sansce, que quieres que ésta profecía acabe- decidió confortarla lo mejor posible-. Verás que nos libraremos de ésos demonios cuando lleguen.
-El problema es que ya están aquí-dijo la voz del forastero tras ellos. Ahora parecía estar renovado.
-¿Disculpa?-respondió Okono-¿Hablas de la enfermedad del siglo?-inquirió acordándose de las palabras del carcelero en Gatar.
-Creo que es hora que los mortales sepan lo que les está pasando, y es más, mucho más que una enfermedad.
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Sansce se había despertado con los primeros rayos del amanecer, decepcionada y herida. Era estúpido pensar que Sekgä volvería, pues ni siquiera sabía si seguía vivo. No tenía sentido pensar en él ni esperar tener señales suyas. Era mejor enfocarse en lo que haría a partir de ése momento. Tenía una vida por delante y once años de entrenamiento puro que debía aprovechar. Había cambiado de opinión con respecto a morir, ahora debía seguir su camino al Monte Sagrado, en honor a su hermana y para terminar con lo que sea que tuviera que terminarse. Aunque eso le costase la vida.
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Sekgä dio unos pasos hacia ellos e instantáneamente Sato sujetó la daga que llevaba al cinto. El chico lo notó, pero hizo caso omiso.
-Creo, que es momento que todos ustedes sepan exactamente que está pasando-reiteró mirando incluso a Sari, que había sido testigo de todo lo ocurrido en silencio. Leal y preparada para lo que fuera que sucediese.
-¿Sabes dónde está mi hermana?-preguntó impaciente Okono. Sekgä la miró con pesar.
-Déjame explicarte a qué te enfrentas y después hablaremos del paradero de Sansce.
Okono reprimió un escalofrío. Escuchar el nombre de su hermana en los labios de aquel sujeto le disgustaba.
-Prefiero saber de mi hermana, ella está presente en nuestro Mundo. Los demonios no han dado señales de vida en ningún momento y estoy segura que sólo aparecerán en el Monte Sagrado.
Sekgä se puso en cuclillas y observó el fuego.
-No puedes estar esperando algo que ya llegó-comenzó, absorto en pensamientos.
-¿A qué te refieres con eso?-preguntó Sato.
-Me refiero a que los dang-blang ya están aquí, lo han estado desde que Heinhää abrió los ojos por primera vez después de dieciocho años.
Okono ahogó una exclamación.
-El solsticio de invierno...nuestro cumpleaños-murmuró.
-Así es-afirmó él.
-¿Cómo puedes saber eso tan exactamente?-dijo Sato. Sekgä rió amargamente.
-Porque yo fui creado para que en el momento en que mi reina volviera al mundo de los mortales yo pudiera sentirlo e ir en su busca. Responder a su llamado. Para eso vivo...o vivía.
-¿Y qué te motivó a renunciar?-dijo Sato. Sin embargo Sekgä no respondió a su pregunta.
-Verás, desde hace muchos años nuestra raza ha estado a punto de perecer. Mi padre fue asesinado por la madre de tu madre-indicó Sekgä girándose hacia Okono-. No me preguntes cómo lo sé porque va de más. Tu familia ha luchado generaciones contra la mía y en la última pelea casi nos vence. Por eso recurrimos a la única opción que nos quedaba.
-¿Y esa cuál fue?-interrumpió Okono, hipnotizada con su relato.
-Confiarle las vidas de toda una raza a una persona, la última de la...realeza demoniaca por así decirlo. Mi hermano también fue asesinado por tu abuela y sólo quedó...
-Heinhää-adivinó Okono.
-Y todas las vidas de los demonios están en ella-agregó Sato.
-Pero eso no es lo único. Las lleva dentro pero no precisamente para guardarlas, si no para esparcirlas. Tomó Haew, primero a sus soldados, luego a su reina, después al pueblo entero. Los "infestó" de un virus que no se puede curar. En éstos precisos momentos almas de demonios se incuban en los cuerpos de los jóvenes y adultos y mientras más tiempo pase, el demonio que reside en su interior irá asesinando al alma humana. Pronto ya no habrá personas por las cuales luchar.
Okono se llevó una mano a la boca, horrorizada.
-¿Cuántos?...-inquirió.
-Infestó a los principales monarcas de cada reino del Norte. Gatar, Joylar etc.
Okono comenzó a comprenderlo todo y se sintió desfallecer.
-Por eso a Rengt le parecíamos tan repulsivas.
-Había un demonio en su interior y alguna de ustedes lleva el Deltaff, es lógico que le parecieran repulsivas. Y él también infestó a su propio pueblo.
-A este paso el norte será tomado por los demonios-dijo Sato, abrumado.
-No, tal vez no-negó Sekgä-. La reina de Joylar murió cuando intentaron infectarla, al parecer el alma del demonio no puede residir ni en ancianos ni en niños. En ancianos porque sus cuerpos son demasiado débiles para soportar tanto poder, y en los niños porque son lo más parecido a los...
-A los ángeles, demasiado puros para ser corrompidos-concluyó Sari. Sekgä volteó a verla, asintiendo. Okono metió la cabeza entre sus brazos, era más de lo que jamás había sospechado. Heinhää se les había adelantado por mucho.
-Su objetivo ahora son los demás reinos. Pero hay un enorme mar que la separa del resto.
-¿Por qué me dices todo esto?-cortó Okono, de pronto-. Puede que yo sea la maldita y vaya corriendo con Heinhää a darle mi lealtad y mi alma. Puede que sea también la elegida y te mate a ti y a toda tu raza...¿por qué nos ayudas?
-Porque de todos modos voy a morir. Y si voy a hacerlo, planeo que sea por un motivo.
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Heinhää se sujetó al borde de su cama, algo le faltaba, pero eso no importaba mucho. No ahora que tenía las esencias. Se había pasado la noche entera fusionándolas, una contra la otra. Esto tomaba su tiempo, pero ya llevaba un avance. Se levantó y se acercó al recipiente de cristal que contenía las esencias. Un humo más claro que el otro, envolviéndose en un abrazo infinito.
-Pronto, mis queridas, una de ustedes será mía.
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Las Hermanas Deltaff
FantasyPORTADA HECHA POR: @bizzleselfie DEMONIOS, DOS HERMANAS, UNA GUERRA. Una será la elegida para proteger el Deltaff (báculo otorgado por los Dioses para mantener el equilibrio del mundo), y la otra estará al servicio de los dang-blang. Demonios surgid...