ESTALLIDO

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Mientras Sekgä hablaba con Okono, una silueta se deslizaba con sigilo entre la gente. Sin perder de vista al demonio. Tenía órdenes estrictas, y éstas eran acercarse al muchacho. Lo suficiente como para que las piedras que llevaba en la mano reventasen. Y sólo reventarían si él era un dang-blang. Kemira se las había dado cuando los jóvenes se alistaban para la fiesta. No había podido toparse con él en el transcurso de la tarde, pero ahora su mejor aliado eran las personas que cantaban y bailaban a su alrededor. Asemejando mucho a un depredador escondido en la maleza.

Movía los pies con agilidad, sorteando mujeres y empujando a los hombres para abrirse camino hacia su presa.

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"Ya está" pensó Kemira.  Ya se había dejado al descubierto y no había marcha atrás. Sólo faltaba ver la reacción del joven. Sato tragó saliva. Las manos de la reina comenzaron a sudar y apretó los puños para ocultarlo.

Sato se acercó a ella.

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-Lo sé-asintió Okono, relajando los hombros-. Es sólo que...no sé que hacer-la voz se le cortó-. Lo quiero. Maldita sea Sekgä, lo amo.

Las lágrimas empaparon su rostro, y Sekgä estaba tan concentrado en Okono, que no notó cuando una mano se estiraba hacia él.

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El corazón de Kemira amenazaba con salírsele del pecho a cada paso que daba Sato. La alta figura del ángel contrastaba con la pequeña figura de ella. Obligándola a alzar la mirada cuando lo tuvo frente a frente. Su cuerpo ardía por tenerlo. Su propio pecho delataba lo mucho que lo deseaba. Pero no planeaba ocultarlo. Apretaba y cerraba los puños para que éstos no se le durmiesen. Sato tragó saliva, sin decir una sola palabra. Y de igual forma, sin decir una sola palabra se hincó. Kemira pudo sentir el aliento de Sato en la barriga al bajar.

Una emoción inaudita la embargó. Excitada y feliz esperó a que Sato la tocase, pero éste se limitó a tomar la bata del suelo y colocarla de nuevo en su lugar. Cubriendo el cuerpo de la reina.

Kemira se quedó en blanco ante el evidente rechazo y la sonrisa se le borró. De pronto se sintió terriblemente vulgar. Vulgar y profundamente humillada. Cuando Sato se irguió, no se atrevió a mirarlo a los ojos.

¿Qué había hecho mal? ¿No era lo suficientemente atractiva?

En un último intento por retener a Sato le echó los brazos al cuello y lo besó, mientras que, a lo lejos, pudo escuchar un pequeño estallido.

Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora