EL CASTILLO NAVEGANTE

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Si a Haew lo caracterizaba el comercio, a Gatar lo representaba el enorme lago en el que estaba construida la ciudad. Sabían de antemano que esto era porque sus antepasados  habían creado  balsas con tierra encima, haciendo con el tiempo, el suelo sólido por el cual caminaban.

Era tan estable como cualquier otro, con la única diferencia de que parte del enorme lago aún rodeaba el  castillo.

Después de que el pueblo entero las acorralase, los soldados fueron por ellas. Y así, maniatadas  las llevaron al castillo. Por el camino, Okono aún tenía la esperanza de que Sansce las sacase de allí de algún modo, pero su hermana no alzó la vista del suelo. No hasta que llegaron al castillo y observaron la manera tan peculiar de adornarlo. Mantas colgando de las paredes con historias de caballeros en barcas, magos conjurando en el lago y todo lo relacionado con el agua. Pero lo más impactante de aquel lugar,  era el vitral.

Se encontraba en la pared derecha, justo antes de La Gran Sala. Medía diez metros de altura y veinte de ancho. Y a base de vidrio puro dibujaban a un monarca extendiendo la mano hacia un corazón de agua.

Okono quedó tan  perdida en los colores del vitral,  que solo un tirón por parte de sus apresores la hizo regresar a la realidad. Abrieron las puertas y dentro las esperaba Rengt, el rey de Gatar, con una diabólica sonrisa en los labios. Antes de que pudieran hacer nada más, los hombres las obligaron  a ponerse de rodillas.  

-A qué debemos el honor, que unas jóvenes tan bellas hayan pisado nuestras tierras-dijo en modo de saludo. 

No respondieron.

-¡El rey les hizo una pregunta!-estalló el soldado que estaba a su lado. Okono apretó los dientes, reprimiendo las ganas de romperle la boca.

-Vamos a ver a nuestra abuela-respondió Sansce al fin. Rengt enarcó una ceja.

-¿Tan lejos de casa niñas? ¿Cruzando los pantanos y el bosque? Vaya que deben amar a su abuela-comentó con sarcasmo-. De pie.

Las hermanas se levantaron frente a Rengt.

-Gemelas...unas muy bellas-halagó, aunque Okono reprimió un gesto de repulsión-. Tú pareces ser rebelde-señaló a Okono -. Y tú la obediente...¿es cierto?-inquirió acariciando la mejilla de Sansce.

Okono hirvió de ira, pero Sansce ni se inmutó. Rengt parecía divertirse al provocarlas. 

-Siendo tan  hermosas sin ningún vestido caro...no  puedo ni imaginar cómo deberán verse sin ropa -continuó Rengt estirando la mano hacia Okono, pero antes de que éste pudiera si quiera rozarla, ella le escupió a la cara. Okono mantuvo su mirada desafiante, mientras que el rey se quitaba el escupitajo del labio inferior-. Como dije...tú eres la rebelde.

Sin más, comenzó a llevar la mano al mango de su espada y Okono se preparó para pelear, sin embargo   Sansce lo detuvo.

-Disculpe a mi insolente hermana-interrumpió la maga.

Okono miró a Sansce como si no entendiera lo que decía. Rengt enarcó una ceja.

-No puedo dejarlo así niña. Sabes que su osadía merece la muerte. No puedo perdonarle un insulto como éste, afectaría a mi reputación. ¿Cómo se vería un rey que perdonó a la mujerzuela que le escupió en la cara? Debes darme algo muy valioso, ¿Tienes tierras que no domine aún? ¿El secreto de alguna hechicera para que todos me aclamen? ¿O que me das tú a cambio...?

Dejó las últimas palabras al aire, pero Okono dedujo con asco a que se refería el hombre.

-Yo pagaré por sus errores-se limitó a decir Sansce soportando la mirada del rey.

El hombre rió con sorna.

-¿Estás segura que lo vale?

Sansce no titubeó ni un segundo.

-Llévenla al calabozo-ordenó entonces refiriéndose a Okono y   llevando su gran mano hacia el cuello de Sansce dijo-.Déjenos solos.

-Sansce no...no puedes hacer eso-negó Okono, pero su hermana no la escuchaba-. Estoy segura que él fue quien creó a ésas personas que vimos fuera del castillo ¿no lo ves? ¡Va a meterte una cosa así a ti también y luego a mí! -casi chilló, pero Sansce seguía mirando al frente.

-Oh pequeña...pero si yo no puedo darte algo que ya tienes-interrumpió el rey y Okono  calló en seco, atónita. Tanto, que ni siquiera tuvo fuerzas ya para resistirse. 


Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora