ENFERMEDAD

171 6 0
                                    


La barbilla comenzó a temblarle involuntariamente, tratando de  gritar o respirar sin que el miedo la dejase hacerlo.  Y  se sintió enferma de pronto, con el pánico provocándole náuseas. Se sujetó al borde de la ventana para no caer. No tenía explicación para lo que acababa de pasar. Lo único que sabía era que había perdido a sus tres hijos varones ante sus propios ojos, consumidos por unas bestias del sexo y la abominación.

 Y no planeaba perder a sus últimos dos hijos. 

Los bebés comenzaron a removerse en sus cunas, como si el miedo de su madre los estuviera despertando. En cuanto Ulmina comenzó a escuchar los lloriqueos de uno de los niños, corrió para taparles la boca. Los envolvió como pudo y con sus temblorosas manos tomó los cuchillos de merienda que había dejado en la mesilla, lista para huir. Los pasillos estaban vacíos, como si todos estuviesen demasiado ocupados en la orgía como para prestarle atención a algo más.  Pero la buena fortuna no la acompañó por demasiado tiempo.  Una patrulla de soldados se toparon con ella de frente cuando se disponía a robarse un caballo. Y se volvió loca de terror. 

La reina de Ioley clavó cuchillos de merienda en los cuellos y rasgó rostros con sus propias uñas, desesperada por huir. Ciertamente no tuvo que luchar mucho, parecía que ellos no estaban en lo más mínimo interesados en la desdichada madre. Incluso cuando el joven de los ojos dorados se aproximó a Heinhää para advertirle de la huida de la mujer del rey Trwet, la demonio sólo se encogió de hombros.

-Deja que informe a quien le plazca. No podrá advertirles a los demás reinos de una amenaza que ni siquiera podrán notar.


Y estaba en lo cierto. Días después los reyes de los respectivos reinos volverían a estar sobre sus tronos. Los más cercanos dirían que había algo distinto en sus monarcas, pero nadie les creería. Además ¿Qué importancia tendría que un rey fuese más inteligente o atractivo cuando una extraña enfermedad se había propagado?

La noticia de que el incesto se practicaba deliberadamente se esparció con una velocidad inaudita. Quienes los acusarían de abominación pronto se hallarían en las mismas circunstancias. Era una enfermedad que acusaba a adolescentes y adultos, asesinaba a los ancianos pero mantenían intactos a los niños.

En menos de tres semanas todo el norte padecía éste estado. Esparciéndose  rápidamente. Y fue justamente el primer destino al que llegaron las gemelas.



________________________________________________________________________

Las calles estaban vacías, y sólo el olor a estiércol las recibió.

-Va a anochecer pronto, deberíamos buscar dónde dormir-informó Okono.

-Lo sé-asintió Sansce-. Pero este lugar me da mala espina...

La maga detuvo su corcel y escudriñó el horizonte.

-Sansce...-Okono la llamó con urgencia.

Ella se giró hacia su hermana y se encontró con la mirada de un pequeño que estaba parado delante de sus imponentes caballos. El infante rondaría los cinco años  y llevaba el rostro sucio. La maga frunció el ceño.

-¿Qué haces aquí niño?-inquirió. Él no contestó. 

Las gemelas intercambiaron una mirada.

-Vámonos de aquí-dijo Sansce.

-No podemos dejarlo-negó Okono-. Es demasiado pequeño para que se vaya solo.

Se volvió hacia el niño.

-¿Y tus padres?

Tampoco habló.

-Okono, vámonos, algo no está bien aquí y...

-¡Con que ahí estás!-exclamó una mujer de pronto. Ambas se volvieron hacia ella y en cuanto las vio, una sonrisa se dibujó en su rostro-. Y mira lo que nos has traído...

Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora