Kemira se separó lentamente, bajando los talones al suelo mientras aflojaba los brazos alrededor de Sato. El joven no se movió ni un centímetro. Estaba claro que no tenía interés en la reina y que la había rechazado de manera definitiva y dura. Se suponía que debería sentirse ofendida y sabía que con la sola orden, sus soldados lo apresarían. Pero aún así Kemira no podía odiarlo. Había algo en él que la embargaba de calidez. ¿Serían sus ojos? ¿Su voz? ¿Su aura en sí? La reina jamás llegaría a descubrirlo.
Así que se quedó perdida en los ojos azules del ángel, con cariño. Tratando de observar con detalle cada facción del muchacho para no olvidarlo nunca. Ni siquiera apartó la mirada cuando un soldado irrumpió en la habitación.
-Lo hemos encontrado-anunció éste, sin importarle la escena tan íntima que se producía ante él-. Hay un demonio en la ciudad.
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Apenas las piedras estallaron en la palma del espía, éste prosiguió a atacar a Sekgä por la espalda, alzando su daga directo hacia el cuello del muchacho. Okono alcanzó a verlo y su grito de alarma fue suficiente para que el demonio reaccionara. Rápido como el rayo sujetó la mano de su atacante y lo inmovilizó, tumbándolo al suelo. Entonces, un segundo soldado se acercó para intentar retenerlo, usando su propia espada.
En cuanto el demonio acertó un puñetazo al joven soldado y las primeras gotas de sangre mancharon el suelo cristalino, el caos se desató.
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Kemira seguía frente a él. Pero Sato estaba tenso. El primer pensamiento que cruzó por su mente fue "Okono" y el segundo fue que debía salir de ahí cuanto antes, sin embargo, si actuaba de manera precipitada podría provocar la cólera de Kemira.
La reina se separó por completo con lágrimas salpicando sus mejillas.
-Corre-susurró.
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Los gritos rebotaron en las paredes del fondo de la isla. Seguidos de un intento desesperado por alejarse del demonio. Y llevada por la fuerza de la multitud, Okono no pudo sujetar la mano de Sekgä cuando éste se la tendió. Provocando una brecha enorme entre ellos.
Cuando el demonio la perdió de vista, tuvo que enfocarse en la docena de soldados que se congregaban a su alrededor.
-¡Sekgä!-aulló Okono, cada vez más lejos de él. Intentó por todos los medios abrirse camino de vuelta al centro de la ciudad, pero las personas la empujaban hacia atrás con demasiada fuerza. Sin poder evitarlo cayó al suelo y si no fuese porque rodó fuera del camino de todas las personas que corrían, la hubiesen aplastado.
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Sato no necesitó que se lo dijeran dos veces. Aprovechó el pequeño regalo que Kemira le dio: ventaja para alcanzar a sus amigos y corrió a toda velocidad. Cuando hubo salido por el patio principal, Kemira se volvió hacia el soldado.
-Atrápenlos.
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Sekgä logró escabullirse detrás de una casa después de derribar a la mitad de los soldados. No quería gastar toda su energía porque presentía que la necesitaría más adelante, cuando más hombres vinieran a apresarlo. Dio un paso en dirección al último lugar donde vio a Okono. Sin embargo un estallido rompió su sigilo. Descubrió con horror que más piedras estaban esparcidas por el suelo. Iba a ser imposible que no lo descubrieran.
El alma se le fue a los pies cuando una mano le sujetó con fuerza el brazo.
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-¡Levántate!-gritó Sari, apareciendo de la nada. La tomó de las axilas y la alzó con esfuerzo.
-¡Sekgä! ¡Sato!-fue lo único que atinó a decir Okono.
-Los encontraremos luego, ¡ven conmigo!-pidió con urgencia. Okono trastabilló al correr, como si de pronto hubiese olvidado cómo hacerlo. Mirando a su alrededor en busca de sus amigos.
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Sekgä se giró con las garras en alto, dispuesto a rebanar la garganta de cualquier soldado, pero fue la mano de Sato la que detuvo su muñeca. Cruzaron una rápida mirada antes de asentir con la cabeza. Sato se levantó primero, tomando todas las piedras que pudo en la palma y aventándolas por encima de los edificios. Continuaron la marcha con rapidez y sigilo. Los soldados no podían estar muy lejos. Era una ciudad pequeña y el hecho de que las muchas piedras esparcidas por las calles reventaran cada vez que Sekgä pasaba cerca de ellas, no ayudaba mucho.
Sato maldijo por lo bajo. Después evaluó a Sekgä de pies a cabeza, determinando su peso en un rápido escaneo. Sin decir una sola palabra se dio la vuelta, indicándole al demonio que se subiera a su espalda.
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Las Hermanas Deltaff
FantasyPORTADA HECHA POR: @bizzleselfie DEMONIOS, DOS HERMANAS, UNA GUERRA. Una será la elegida para proteger el Deltaff (báculo otorgado por los Dioses para mantener el equilibrio del mundo), y la otra estará al servicio de los dang-blang. Demonios surgid...