FLECHA DE CRISTAL

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-¡En el nombre de la reina Kemira, ¿quiénes osan pisar ésta tierra sagrada?!-gritó un hombre desde abajo.

Entre sorprendido y confundido, Sekgä tiró del astil de la flecha para observarla mejor antes de hacer cualquier cosa. Ajeno a los arcos que apuntaban directamente hacia él, fijó la vista en el resplandor cristalino del arma. Otra flecha se clavó más cerca del demonio para recordarle la situación en la que se encontraba.

-¡Lo preguntaré una última vez!-insistió el hombre que parecía ser el jefe del extraño pelotón que les disparaba flechas de cristal-¡¿Quiénes son ustedes?!

-¿Qué está pasando? ¿Qué ves?-chilló Okono, desesperada-¿Porqué hay personas en el fondo de la tierra?

-¡Somos unos simples viajeros!-gritó Sekgä sin prestarle atención a la muchacha. Okono se hallaba hasta atrás de todos los demás, por ello le era imposible ver más allá de sus espaldas.

-¡Les ordeno que bajen!-dijo el mismo hombre. A Okono se le heló la sangre en las venas. ¿Bajar? A juzgar por lo poco que veía, sabía que lo que les ordenaban hacer no era "bajar" si no "saltar". Y ella no quería saltar de buena gana directamente a las manos de quien sabe qué clase de personas.

Cuidadosamente se giró hacia atrás para averiguar si había algún modo de regresar por donde habían venido. Por desgracia, lo único que atisbó fueron los extremos pulidos y grises del tobogán. Mas allá sólo había oscuridad. Estaban atrapados.

Iba a proponer otra idea cuando Sekgä la interrumpió.

-Hay que bajar.

-¿Estás loco?-le espetó Sato. Su voz no sonó tan temeroso como Okono creyó. Había algo que atrapaba la atención de sus dos amigos y los dejaba anonadados. ¿Porqué no tenían miedo?

-Debemos bajar o van a matarnos-continuó Sekgä. Como si le hubiesen leído la mente, el mismo hombre volvió a gritar.

-¡Si no lo hacen, nos veremos obligados a disparar!

-No voy a bajar-negó rotundamente Okono.

-Tienes qué-insistió el demonio. Por el momento el hombre había dejado de hablar, pero todos sabían que si tardaban mucho más, ya no habría necesidad de decir nada porque los habrían acribillado.

-¿Sari?-inquirió, temerosa.

-Yo voy a quedarme contigo-afirmó su amiga apretando su mano-. No sé qué es lo que ven, pero no pienso entregarme así como así.

Okono suspiró al ver que al menos no era la única sensata.

El demonio les echó un último vistazo a sus compañeros y Sato asintió, conforme.

Entonces se dejó caer.


Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora