LA MALDITA. LA ELEGIDA

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Heinhää observaba la noche con calma. Su pueblo había crecido rápidamente, ya que cada día, el dang-blang que residía en sus habitantes iba tomando más fuerza, más vigor. Era cuestión de tiempo para que el alma humana muriese dentro de ésos cuerpos, que si bien no eran los mejores, se adaptaban bastante a sus necesidades.

Su plan estaba funcionando. Había tomado una de las  ciudades más importantes del Norte y pronto la "enfermedad" se propagaría hasta los confines del mundo. Sabía que en algún momento tendría que luchar contra las gemelas, pero para entonces todos los humanos serían ya poseídos por los suyos. Incluso si llegaban a advertir a otros reinos, éstos no sabrían cómo los atacaría. Tal vez los reyes estarían alertas a una guerra, cuando en realidad el verdadero peligro residiría en la prostituta con quien compartirían lecho.

Sin embargo le faltaba una sola cosa. El Deltaff.

Sin él, pronto las almas de demonio que se gestaban como fetos en el interior de los humanos, terminarían por consumirlos. Era demasiado poder para que un mortal pudiese soportarlo, y sin un recipiente dónde guardar a su raza, ésta se perdería.

Sabía de antemano que Sekgä ya no estaba y que no lo estaría nunca más. No le molestaba tanto, era un simple utensilio. De hecho, fue inteligente al irse, porque ella ya había notado que algo había cambiado en su interior y de haberse quedado estaba segura que lo hubiera matado tarde o temprano.

Siguió sumergida en sus pensamientos hasta que por fin una luz centelleó entre las dos esencias. Se levantó de un salto.

-Es hora-sonrió.

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-Sólo te pido una cosa-dijo Rengi-. Sólo una y prometo dejar de quererte. Seré tu ayudante, lo que sea que me pidas...pero déjame besarte.

Sansce no respondió de inmediato a su petición por dos razones.

La primera era que no sentía la menor atracción por el joven. No es que fuera feo, de hecho sus rasgos toscos le daban mucho atractivo, pero eso la llevaba a la segunda razón; sentía que así traicionaría a Sekgä.

-Por favor-suplicó Rengi.

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-¡Eh! ¡Muchacho!-exclamó uno de los tripulantes tras ellos-. No deberías tener a esa niña sólo para ti.

Sekgä ni siquiera se volvió para mirarlo, sabía perfecto quien era y también sabía que sus amigos estarían tras él.

-¿No me escuchaste? Mira mocoso, no voy a repetírtelo dos veces-indicó él acercándose aún más, asomando por debajo de sus ropas una afilada espada. Sus compañeros lo imitaron. Habían estado observando al grupo de jóvenes y asumieron que alguno de ellos sería un príncipe, o princesa. Que, de hecho, no estaban equivocados.

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Heinhää esperó, con el semblante de piedra. Aquellos minutos se le hicieron más eternos que los dieciocho años que había esperado. Cuando por fin las esencias dejaron de fusionarse, quedándose estáticas,  la reina estiró la mano y con la punta del dedo índice, tocó ligeramente la textura vaporosa. Conteniendo el aliento para ver cuál de las dos sería la que se adhiriera a su mano.

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Sansce observó con atención los labios de Rengi. Eran pequeños, delgados y hasta podría decirse que un poco resecos, pero a la vez ansiosos de unirse con los suyos. Torció la boca, ¿Qué era lo peor que podía pasar? Sekgä estaba lejos y desde hacía días añoraba la sensación que le provocó. Un hormigueo desde la barriga hasta más abajo de su vientre. Además, esto le serviría para sellar un trato con el chico.

Sin decir ni una sola palabra se acercó aún más al muchacho, que al instante reaccionó a su decisión.

Rengi se giró hacia ella, inclinándose hasta que su aliento le calentaba las mejillas. Con los labios entreabiertos le acarició la mano. Inundándose de un deseo insospechado que era aumentado incluso con la fragancia de la maga, volviéndolo loco. Si ella no se apresuraba, estaba seguro que él mismo se abalanzaría. Sansce rozó su nariz contra la del muchacho, aumentando el ritmo cardiaco de Rengi.

Sansce se acercó aún más despacio, pero Rengi no pudo soportarlo más y la tomó de la nuca para hundir sus labios en los de ella. "Sekgä no me besaría así" pensó decepcionada. Y entonces decidió   no pensar nada, dejarse llevar por una maldita vez.

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Heinhää comenzó a extraer el humo con una sonrisa en los labios. Era como si le hiciera caricias en la mano, sutil y hermosa.


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No sabía si era el océano o el ayuno lo que le provocaban aquel intenso mareo. Pronto los griteríos de los ocho matones dejaron de tener importancia. Okono se llevó las manos a la cabeza, tratando de alguna forma mantenerla en su lugar. Ahora sólo veía borroso.

-¿Okono, estás bien?-inquirió Sekgä visiblemente preocupado. Ella no respondió.

-¿Qué le pasa a la chica? ¿Quieres que la reviva?-dijo otro de ellos  moviendo la pelvis de atrás hacia delante-. Déjamela una noche y la haré tocar las estrellas. ¿Tú puedes hacerla gozar así, chico?


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Heinhää sintió el humo rodeándole no sólo el dedo, si no la mano entera. Cerró el puño como si sujetara una cuerda y.... jaló.

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Okono gritó, un grito que desgarró su propia garganta y los tímpanos de quienes la escucharon.

-¡Cállate maldita zorra!-estalló el líder de la pandilla tomándola del brazo. Sekgä quiso detenerlo, pero  la muchacha calló de golpe.

Todas las miradas cayeron sobre la joven que tenía los ojos en blanco. Sólo entonces el hombre intuyó que algo no iba nada bien. Pero era demasiado tarde.

Con el semblante serio Okono le quitó la espada y le atravesó la garganta. Dejando que la sangre que salía a borbotones le mojara las manos.

Llevándose un dedo a los labios probó la sangre...y sonrió.

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Estaba sintiendo algo intenso pero estaba segura, no lo provocaba Rengi. Se llevó las manos a la cara y las vio temblar. Aterrada vio a su amigo a los ojos, queriendo pedirle una explicación, o ayuda...

Pero ya no tenía control de sí misma.

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-¡Mátenlos! ¡Son unos malditos brujos!-estalló la pandilla al unísono. Pronto las armas comenzaron a relucir y la batalla comenzó. Sato llegó atraído por el ruido  y junto con  Sekgä formaban un muro para que nadie tocara a Okono. Sin embargo, estaban tan ocupados defendiéndola que no se dieron cuenta que iba inclinándose hacia la borda. 

Okono.  

  Alguien la llamaba.  

La joven se dejó caer y sintió el agua inundando sus pulmones, pero aún así no se movió.

"¿Qué me está pasando?"

Okono.

¿Quién me está...?

Alguien la estaba llamando y le estaba sacando por la fuerza algo de su interior. Quiso mover los brazos, nadar, pero era incapaz de hacerlo.

En ése mismo instante ambas hermanas abrieron la boca y de ellas salió un haz de luz. El de Okono era negro y el de Sansce blanco.

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-Te encontré-sonrió Heinhää.

Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora