Azabache

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Jade

–¿No llevas equipaje?—me pregunta el Sr. Harford una vez hemos entrado al recibidor.

–Se ha perdido por el camino. Charlie me ha dicho que usted se encagaría de resolverlo.

–Claro, no hay problema—hace un gesto con la mano restándole importancia—. Ah, y por favor, no me hables de usted.

–D-De-De acuerdo—tartamudeo—. Perdona..., es que no me creo que esto sea real.

–¿El qué?

–Pues... esta mansión. ¡Y que vaya a convivir con la familia Harford! Es impresionante.

–Me alegro de que te guste—se mete las manos en los bolsillos y se encoge de hombros.

Victor me enseña toooda la mansión. Cuando ya he visto una cocina enorme, dos salones, dos comedores, una galería, ocho baños, siete habitaciones, una biblioteca, dos despachos, un gimnasio, una sala de cine, un spa y cuatro balcones —a cada cual más grande y lujoso—, me lleva al exterior de la casa.

–Por aquí se sale al jardín trasero. No te olvides de cerrar bien la puerta, hay animales en el bosque y no queremos invitados inesperados—bromea, pero yo no digo nada porque me he quedado embobada mirando la piscina.

Debe de ser de la misma longitud que toda la mansión, es ovalada y como está en una pendiente, tiene vistas a la ciudad. Está rodeada de tumbonas y camas de chill-out; ¡incluso hay un mini-bar! Una terraza no mucho más pequeña preside a la piscina. Ésta es de madera, con bombillas de noche colgantes y sofás y hamacas de exterior. Hay un equipo de música listo para animar cualquier fiesta y una barbacoa junto a una mesa de madera. Todo es tan perfecto y tan genial..., y tan caro.

–¿Te gusta?—Victor me saca de mis pensamientos.

–Joder, sí—me tapo la boca y me doy cuenta de que le he dicho una palabrota a Victor Harford. <Si es que no puedes ser más imbécil, Jade>.

–No pasa nada, no es la primera vez que escucho la palabra joder—comenta encogiéndose de hombros. Miro al escritor, que me sonríe con diversión. Le devuelvo el gesto.

–¿Qué es eso?—le pregunto señalando un terreno de tierra de color azul más allá de la piscina.

–La pista de tenis, y al lado está la pista de fútbol.

–Vaya...

–Ése es el garaje permanente, ahí aparcamos los coches que menos utilizamos—me explica refiriéndose a una construcción que hay entre el bosque y la piscina. Aunque no debería sorprenderme, es un garaje enorme.

–¿Cuántos coches tenéis?

–Diez privados, dos de servicio y una moto—contesta, tranquilo.

–¡¿Diez?!—estoy segura de que todos son de marcas súper caras y lujosas. No puedo evitar pensar en la desdeñada camioneta de mi madre.

–Dos son de mi mujer y otros dos de mi hijo—me explica mirando el gran garaje desde donde estamos.

–¿Hijo? ¿Usted tiene un hijo?—inquiero. No era consciente de que también iba a convivir con alguien más joven.

–Claro; es él quien me comunicó que iba a venir alguien de intercambio y así nos presentamos voluntarios para acogerte. Se llama Derek y tiene tu edad. Ahora está jugando al golf con sus amigos—tengo que hacer un esfuerzo enorme para reprimir una carcajada.

–¿Golf?

–Sí. Hay un campo no muy lejos de aquí—me explica tranquilamente. Él debe de estar acostumbrado a que los chicos de diecisiete años jueguen al golf.

–Ah—aprieto los labios sin saber bien qué decir—. ¿Y eso de allí?—señalo el otro bloque de la mansión, el más pequeño.

–Es el hogar de los cuidadores de la casa. Por ejemplo, Charlie se hospeda ahí.

Me quedo pensativa, no acabo de entender por qué una casa para tres personas es más grande que una que es, probablemente, para más de diez. No digo nada y le sonrío, como si tener toda esta mansión fuera normal. Le doy las gracias por enseñarme la casa y le pido que me guíe a mi habitación ya que yo probablemente me pierda, me va a costar varios días aprender a moverme por la casa. Volvemos dentro, subimos al primer piso y lo sigo hasta que se detiene frente a una puerta blanca doble.

–Es esta. Si no te gusta la decoración me lo puedes decir y haré todo lo posible para que te sientas a gusto. Mi esposa y yo dormimos ahí—me señala otra puerta doble, de cristales opacos—, y el dormitorio de Derek es éste—la puerta de su hijo está a pocos metros de la mía.

–De acuerdo. Muchas gracias, señor Har..., Victor—me corrijo, y él sonríe cortésmente. Seguramente haya ensayado esa sonrisa más de cien veces.

–De nada. Ah, y mi esposa se ha tomado la libertad de comprarte algo de ropa, aunque claro, es de chico. Espero que no te moleste—abro los ojos como platos, ¿se han gastado dinero en mí? Supongo que para ellos no es nada, pero me sorprende mucho.

–No pasa nada. Además, no hacía falta, pero muchas gracias de todas formas.

–Dáselas a mi mujer—me sonríe de nuevo.

–¿Dónde está?

–Esta mañana ha tenido que coger un avión a San Francisco con urgencia; su padre está en el hospital. Volverá pronto—me asegura—. La cena es a las ocho, así que tienes una hora para instalarte. Si me necesitas, estaré en mi despacho reclamando tu equipaje.

Asiento, aunque sería incapaz de encontrar su despacho. Se despide educadamente y yo suspiro. Esta casa es increíble, si me hubieran dicho que viviría con Victor Harford no me habría resistido tanto a irme a Los Ángeles un curso entero. Abro la puerta de mi nueva habitación y en cuanto la veo me enamoro de ella al instante. Es una habitación realmente grande, creo que tiene más metros cuadrados que toda mi casa. La cama es de dosel y extremadamente grande. Hay un baño incorporado con una bañera enorme y una ducha igual de grande. ¡Incluso tiene dos lavamanos! El ventanal ocupa casi toda una pared y descubro una salida a un bonito balcón con vistas al jardín delantero. Esta habitación es impresionante, todo esto parece de un cuento de hadas. Encuentro otra puerta al lado de la del baño y no dudo en abrirla. ¡Madre mía!, ¡tengo vestidor! Hay estanterías, armarios y espejos del suelo al techo. Veo algunas prendas planchadas y colgadas a la perfección. Son pantalones pijos para chico, jerseys y camisas. Maldigo a la agencia por pensarse que yo era un chico. Salgo del vestidor y durante unos instantes observo mi nueva habitación. Es muy increíble.

Como no tengo maleta ni nada que hacer, llamo a mi madre. Le explico que he perdido mi equipaje, pero que Victor se está encargando de ello. Ella me pregunta por la señora Harford, y le cuento que se encuentra en San Francisco pero que no tardará en volver a Los Ángeles. Dice que se alegra por mí, pero distingo un ápice de tristeza en su voz. Me lleva un buen rato describirle la mansión, y me obliga a prometerle que le enviaré fotos del lugar. También llamo a mi mejor amiga para darle un poco de envidia por primera vez en toda mi vida; Georgia siempre me ha ido restregando por la cara que ella vive en una casa mejor que la mía y que ella tiene dinero. Bien, pues esta vez soy yo quien le restriega por la cara que voy a vivir ocho meses en la mansión Harford.

Cuando cuelgo, miro la hora y me doy cuenta de que ya son las ocho. Me levanto de la cama de un salto. Pongo mi teléfono a cargar y abro la puerta para bajar a cenar. Por poco no me choco con quien supongo que es el Sr. Golf.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora