Guinda

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Derek

Cambio de marcha y aminoro un poco la velocidad del coche. Ojalá estos trayectos pudieran ser infinitos, ella y yo, uno al lado del otro, sin discutir, simplemente disfrutando de la compañía del otro. Jade está recostada en la ventanilla, absorta en sus pensamientos. Apenas hace un cuarto de hora que han acabado las clases y ya estamos de vuelta a casa. Nuestra charla del mediodía se ha grabado en mi mente, ¿a qué se refiere con que "no le van las relaciones"? No hemos hablado mucho desde entonces: hay pocas clases en las que coincidimos y por los pasillos no la veo. Quiero sacar el tema, necesito que me aclare sus palabras. No puede ser en sentido literal, ¿no? ¿Dónde se ha visto una chica que no quiera relaciones? No me entra en la cabeza.

–Ehm... Jade—la llamo, pero está tan absorta en sus cosas que no me oye—. Jade.

–Dime—murmura sin apartar la vista de la ventanilla. Me aclaro la garganta.

–¿Qué...? ¿Qué querías decir antes..., cuando has dicho que "no te van las relaciones"?

Jade despega de una vez por todas la cabeza de la ventanilla y me mira. Sus ojos muestran diversión y asombro, como si le gustase que me acordara de nuestra charla de antes. Desvío durante unos segundos la vista de la carretera para mirarla, le está costando lo suyo responder.

–Pues que no me van las relaciones. Me dan arcadas. Vaya, que me parecen una estupidez—se encoge de hombros y devuelve la mirada al paisaje.

–Es coña, ¿no?

–No, claro que no. ¿De veras me ves como la típica princesita que ansía un prícipe azul?

Me quedo un rato pensativo. No, obviamente no la veo así, ella es diferente..., pero de todas formas sí que había supuesto que querría tener pareja y encontrar al amor de su vida. Eso es lo normal, lo que cualquier mujer del mundo quiere. ¿Por qué demonios tiene que ser tan diferente al resto? ¿Y por qué me gusta tanto?

–Entonces, ¿nunca has tenido pareja?

–No.

–Pero, ¿crees en el amor?—se queda un buen rato sopesando su respuesta, hasta que finalmente masculla:

–No.

Y entonces un eterno silencio se expande por mi coche. A Jade parece no gustarle hablar sobre el tema: se revuelve, incómoda y sus respuestas no han sido precisamente extensas. Yo, por mi parte, estoy descolocado. No sé por qué razón la idea de que Jade no crea en el amor me deshincha, me revuelve el estómago y me da náuseas. Joder, ¡ni que estuviera enamorado de ella! Agarro el volante con fuerza y piso el acelerador, quiero llegar ya a casa.

–¿Tú crees en el amor?—murmura Jade después de un rato. Me giro a mirarla: cabizbaja, se arranca los pellejos de las uñas mientras da toquecitos inquietos con los pies.

–No veo por qué no.

–¿Cuándo me dejarás volver a conducir tu coche?—cambia rápidamente de tema. La miro, intrigado, y veo que su mirada está llena de ilusión. No puedo evitar reírme.

–¿Quién te ha dicho que puedes volver a conducirlo?

–Dijimos dos veces por semana, genio.

Suelto un bufido de cansancio, aunque en realidad me alegro de que hayamos cambiado de tema y estemos más a gusto; no podría aguantar que se volviera a enfadar conmigo.

–Ya hablaremos..., pero recuerda: no vas a conducirlo sin que yo esté contigo.

–¿No puedes separarte de mí?—me pregunta haciendo pucheros, y yo pongo los ojos en blanco.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora