Marfil

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Jade

No recuerdo mucho de lo que pasó anoche. De hecho, no sé dónde estoy ni qué hago durmiendo en esta cama desconocida con Derek. El techo de esta habitación tampoco lo conozco, y dado que estoy presa entre los brazos de mi novio, me dedico a observarlo detenidamente. No es que entre mucha luz, pero hay la suficiente para poder distinguir los alógenos y su forma.

Sé que anoche bebí. Bebí mucho. Tengo recuerdos difusos; la mayoría con Derek y con alcohol de por medio. Aún así, por mucho que me esfuerce, no logro recordar bien lo que pasó. Supongo que todos bebimos, y como nadie estaba en condicines de conducir acabamos durmiendo en este... ¿apartamento? Sí, diría que es un apartamento. Lo poco que veo desde la ventana parece estar a una altura considerable de la calle.

No es hasta que Derek empieza a moverse que me duele la cabeza. Se revuelve por el colchón, me abraza con fuerza y no sé si ya está despierto cuando me besa la mandíbula. Intento girar la cabeza para poder mirarlo bien, pero el dolor hace acto de presencia y desisto. Es horroroso; como si me estuvieran dando mil martillazos por segundo en la frente.

–Hm...—oigo que gruñe Derek—. ¿Jade?

–¿Sí?—murmuro. Dios, qué dolor de cabeza.

–¿Dónde estamos?

–No lo sé—admito, y él se ríe.

–Joder—abre un tanto los ojos, y nada más verme me regala un beso corto en los labios. Luego se incorpora un poco, lo justo para sentarse al borde de la cama.

–Me duele la cabeza.

–Es lo que tiene la resaca—repone. No le veo la cara, pero me juego lo que sea a que está sonriendo. Pongo los ojos en blanco.

–¿Bebimos mucho?

–Supongo—dice, y yo deduzco que él tampoco se acuerda de mucho. Genial—. Anda, vamos a ver dónde narices estamos.

Derek se levanta y me mira. Yo hago un mohín y me aferro a las mantas; no me apetece en absoluto moverme. Escondo la cabeza bajo la almohada, pero mi escondite no funciona tan bien como creía y mi novio acaba agarrándome de la cintura para sacarme de la cama. Pataleo, pero no me hace ni caso y en menos de lo que esperaba estoy de pie frente a él. Me cruzo de brazos como una niña pequeña.

–Quería seguir durmiendo—refunfuño.

–Te habría dejado si supiera dónde estamos—me sonríe.

Derek echa a andar a la puerta de la habitación y me doy cuenta de que ambos aún vamos vestidos con la ropa de ayer. Joder, qué asco. Huele a tabaco, alcohol y solo Dios sabe qué más. No tengo otro remedio que seguir a Derek y salir del cuarto. Madre mía..., menudo apartamento. Techos altos, ventanales grandes, metros y metros de espacio...

–A buenas horas...—oigo que canturrea alguien.

Me giro y me encuentro a Emma, por lo que no tardo en deducir que este es el apartamento de Will. Mi amiga se ha duchado y viste ropa limpia, lo que me da una envidia tremenda. Tiene un bol de cereales entre las manos y está apoyada en la encimera de la cocina —cómo no, de concepto abierto—. Me mira con una sonrisita ladeada y yo le devuelvo el gesto.

–¿Es muy tarde?

–Las doce menos cuarto—su respuesta me da aún más dolor de cabeza.

–Mierda. Deberíamos volver ya a casa—farfulla Derek pasándose las manos por su delicioso pelo.

–Desayunad antes de iros. Lo necesitáis—nos aconseja Emma, y se apresura a servirnos una taza de café a cada uno.

Mientras las tazas se vacían aparece Will, quien resulta que estaba en la ducha y no tiene problemas en aparecer sin camiseta. Aparte de saludarnos y meterse con nosotos por habernos despertado tan tarde, nos explica cómo fue la noche. Según nos cuenta voy recordando ciertas cosas, entre ellas bailar con Derek en el 124, besarnos borrachos, la discusión en la fiesta del amigo de Will... Al fin y al cabo, no fue una mala noche. He tenido peores.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora