Malaquita

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Derek

Necesitaba soltar todo eso. Lo necesitaba, sin más: iba a explotar si no se lo decía de una vez por todas. Me mataba ver que no confiaba en mí, y cuando ha abierto la puerta he sabido que ya no iba a tener que preocuparme por eso nunca más. Me alegro tanto de que mis palabras hayan servido de algo... He podido desahogarme diciéndole todo eso, y creo que, en cierto modo, ella también se ha desahogado escuchándolo.

La tenía a unos centímetros, pero la sentía a miles de quilómetros de distancia. Ahora, entre mis brazos, sé que está aquí, conmigo. Sé que no volverá a estar tan lejos jamás.

Le acaricio el pelo y le coloco un mechón suelto detrás de la oreja. Está sentada en mi regazo; no sé cuánto tiempo ha pasado desde que ha salido del baño, pero el suficiente para que haya dejado de llorar y sus ojos no estén tan hinchados. Sé perfectamente que Jade no es alguien que suela llorar o expresar sus sentimientos, y es por eso que me ha afectado de sobremanera verla tan... frágil. Parecía un pequeño cervatillo frente a un cazador, y en este caso, el cazador era yo. No había rastro de la Jade fuerte y segura que conozco. Solo había inseguridad y miedo. Dios, no quiero volver a verla tan asustada en mi vida.

Cierra los ojos unos instantes disfrutando de mis caricias. Respira lentamente, me alegra ver que ahora está más tranquila. Le doy un beso manso en la frente.

–¿Estás bien?—murmuro. Jade asiente y apoya la cabeza en mi hombro—. Confía en mí, por favor—le ruego en voz baja. Como respuesta, me besa la mandíbula con suavidad.

–Te quiero.

Me da un vuelco el corazón al oír esas palabras. Un "te quiero" de Jade no es muy usual: mientras que yo le he repetido decenas de veces que la quiero, ella no me lo habrá dicho ni cinco; sé que no se siente cómoda diciéndolo como quien da los buenos días.

Busco la mirada de sus bonitos ojos avellana y no dudo en acabar con la distancia que nos separa. La beso poco a poco, suavemente. Resigo sus sabrosos labios y más tarde abre la boca para dejar paso a que mi lengua se enzarce con la suya. A medida que pasa el tiempo, vamos aumentando el ritmo y acabo agarrándola de la cintura para atraerla más a mí. Le muerdo el labio inferior provocándole una sonrisa adorable y ella lleva sus pequeñas manos a mi nuca. Joder..., con esta ridícula falda me pone aún más de lo normal. Empiezo a descender por su cuello dejando un camino de besos y caricias hasta llegar al borde de la camisa. Hago el amago de desabrochársela, pero me coge de la muñeca y me detiene.

–¿Qué...?

–Ahora no—me corta—. Hoy... no... Yo...—empieza a balbucear cosas sin sentido y se le enrojecen las mejillas.

–¿Estás bien?—inquiero acariciándole el muslo.

–Tengo la regla, Derek; no me apetece hacer nada... de eso—confiesa en un tímido murmuro.

–Eh...—tengo que reconocer que mi conocimiento sobre la regla y todas esas cosas es nulo. Mis anteriores parejas nunca me han hablado sobre ello y yo tampoco es que haya puesto mucho interés, la verdad—. Sí; eso de las compresas.

Como si lo único que sé sobre el tema fuera un chiste, Jade se echa a reír. Niega con la cabeza y pone los ojos en blanco mientras se le escapa una risita.

–Tampones, en mi caso—puntualiza aún riéndose. Mentiría si dijera que sé lo que es eso. Se quita de encima mío para sentarse a mi lado—. No tiene importancia—repone.

–Pero, ¿estás bien o...?

–Estoy bien, Derek, no te preocupes—me dice con una sonrisa—. Solo... prefiero que nos quedemos en la cama sin hacer nada en especial.

–Vale—contesto algo confuso.

Jade se levanta y se dirige a la cómoda, donde por lo visto ha guardado sus pijamas. Saca unos pantalones gruesos de algodón y una camiseta vieja. Yo me quedo al borde de la cama mirando cómo se desviste y se viste ante mí. Lo sé; no debería mirar tan descaradamente, pero tengo una novia preciosa y me encanta apreciar cada detalle de su cuerpo. Se gira como si así no pudiera verla y no puedo evitar reírme.

Cuando ya está vestida con esa ropa que la hace tan rematadamente adorable, se mete en el baño —supongo que para hacer cosas de la regla— y yo decido desencantarme y quitarme la ropa. Me quedo en calzoncillos y no tardo en colarme en su cama.

Tal y como pensaba, Jade tarda más de lo normal en salir. No sé qué narices está haciendo ahí dentro, de veras que no tengo ni idea de esos temas femeninos. Renée se limitaba a decirme que no se encontraba bien o que no estaba de humor; las demás ni siquiera me contaban nada acerca del tema. Es una gran incógnita para mí.

Mi novia se acerca a la cama y se mete entre las sábanas, a mi lado. Pasa un brazo por mi cintura quedándose pegada a mi cuerpo. Sonrío.

–¿Tienes sueño?—la pincho.

–Cállate—me espeta en broma acurrucándose más cerca de mi torso.

–Apenas son las diez de la noche, Jade—murmuro echando un rápido vistazo al reloj de su mesilla.

–Ha sido un día muy largo, necesito descansar—replica. ¡Ha!, será vaga. Sé perfectamente que le encanta dormir y esa es solo una simple excusa para poder hacerlo veinte horas seguidas.

–Lo que tú digas...—murmuro con una sonrisa. Ella alza la vista y me lanza una mirada asesina. Me río.

Nos quedamos pinchándonos y hablando unos minutos más, hasta que la voz de Jade se convierte en susurros adormilados y acaba cayendo dormida entre mis brazos. No sabría decir cuánto tiempo me la quedo mirando mientras duerme, pueden ser minutos e incluso horas. Lo único que tengo claro es que en algún momento u otro apago la luz y caigo rendido a su lado.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora