Salmón

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Derek

Las típicas casas adosadas de San Francisco pasan frente a mí a toda velocidad. Charlie tararea una canción que suena en la radio y tamborilea sus dedos por el volante. En otra ocasión le hubiera dicho que parase porque es un ruido algo molesto, pero hoy me callo y le dejo ir a su rollo. No me apetece crear más conflictos; ya tengo suficientes problemas con mi padre.

Este es el segundo día que paso en San Francisco, pero a mí se me antoja como toda una eternidad. Y no es solo porque echo muchísimo de menos a mi novia, es también porque no soporto a mi padre. Dios, lo odio con todas mis fuerzas. Durante estos dos días no me ha dejado en paz ni un segundo y me ha obligado a asistir a todos sus eventos por muy pequeños e insignificantes que fueran. De hecho, ahora es el único momento que me ha dejado un poco de espacio; para ir a visitar mi futura universidad, Stanford.

Charlie me ha dejado en la puerta principal y yo me he dado un par de vueltas por los campus, dedicando especial atención a los relacionados con las ciencias sociales, la economía y la administración —al fin y al cabo, lo que voy a estudiar—. No me ha decepcionado en absoluto, y tras la corta visita se han incrementado mis ganas de empezar la universidad. Ya estoy harto del instituto, los uniformes y los idiotas de mis compañeros. Quiero empezar a tener más independencia. Además, si todo va bien, el año que viene podré vivir en la casa que mi abuelo dejó en herencia a mi madre.

No puedo evitar preguntarme cómo le habrá ido a Jade sin mí en el instituto. Solemos estar juntos durante la hora del almuerzo y siempre la acompaño por los pasillos, detesto imaginármela sola y aislada de los demás. Espero que ninguna de las idiotas de Kim o Renée se le acerquen, y lo mismo espero por parte de Joshua, Max o Darrell. Lo único que traen son problemas.

Tengo tantas ganas de hablar con ella y preguntarle cómo le ha ido el día que cuando Charlie me deja en la entrada del hotel, no me espero ni a subir a mi suite a llamarla.

Primer tono. Segundo tono. Tercer tono.

Y el buzón de voz. Jade no contesta. Mierda..., ¿qué estará haciendo? A estas horas ya ha salido del instituto, y no creo que haya ido a ningún sitio en especial. ¿Y si le ha sucedido algo? ¿Y si no se encuentra bien? ¿Y si le han robado el teléfono? Dios, estoy hecho todo un paranoico. Seguro que está bien; a lo mejor se le ha acabado la batería o no oye el móvil. Sí..., será eso. Me aferro a esas ideas mientras cruzo el corredor hasta la puerta de mi suite imperial.

Ya han pasado cuatro horas desde que he llamado a Jade y sigue sin devolverme la llamada. Tampoco ha respondido a mis mensajes. Por mucho que trate de auto-tranquilizarme, cuatro horas es mucho tiempo para comerse la cabeza e imaginar escenarios a cada cual peor. Podría llamar a mi madre y preguntar. Podría llamar a Emma y preguntar. Incluso podría llamar a Will, pero no quiero ser ese novio histérico que necesita tener controlada a su pareja las veinticuatro horas del día. Pero estoy histérico.

No podía dormir y he acabado en el gimnasio del hotel para matar el tiempo. He estado un buen rato, pero cuando se ha hecho tarde me han echado porque tenían que cerrar. Total: estoy en mi habitación recién duchado yendo de aquí para allá sin quitarle los ojos de encima a la pantalla de mi teléfono.

Parece mentira, pero después de diez largos minutos se enciende el móvil y el nombre de mi novia sale en pantalla. No me lo puedo creer, ya había perdido la esperanza de que llamase. Corro a contestar lo más rápido que puedo.

–¿Jade?

–Hola, Derek—noto cómo todo mi cuerpo se relaja al oír su encantadora voz—. Perdón por no haber llamado antes, no he oído el móvil—se excusa.

–¿No lo has oído?—¿y dónde narices estaba ella para no haber oído la llamada?

–No..., estaba... eh... Con Emma y Will, en un bar con música. No se escuchaba nada.

–¿Estabas en un club?—que yo sepa, un bar con música y ruido es un club.

–Sí..., bueno... Un club—masculla.

–¿Te han llevado a un club?, ¿entre semana?—no entiendo nada; mañana Jade tiene que madrugar para ir a clase. Bueno, siendo como es no me extrañaría que se saltase la primera hora.

–No soy una niña pequeña, Derek—me suelta claramente molesta—. Y sí, me han llevado a un club entre semana, ¿y qué?

–Nada, joder—replico yo—. No me lo esperaba, eso es todo—me paso las manos por el pelo al mismo tiempo que me siento en la cama.

–Bueno, ¿y qué tal por San Francisco?—agradezco que Jade cambie de tema, lo último que quiero ahora es discutir con ella.

–Horrible—contesto. No le voy a mentir—. Mi padre me tiene hasta los cojones, y el único en el que me puedo apoyar es Charlie. Lo bueno es que solo quedan tres días y ya estaré de vuelta. Te echo mucho de menos, amor.

Jade tarda en contestar después de esa frase. La verdad es que nunca la había llamado "amor", y a mí también se me hace raro escucharlo salir de mi boca; me ha salido solo.

–¿"Amor"?

–¿No te gusta que te llame así?

–Es raro—dice con una risita—, pero me gusta. Y yo también te echo de menos, Derek. No sabes cuánto.

–Deberías haber venido con nosotros. Me encantaría que estuvieras aquí, conmigo—suspiro echando un vistazo al gran ventanal.

–¿En tu habitación?—inquiere con voz traviesa. Intento ignorar la electricidad que me acaba de recorrer el cuerpo y digo:

–Me refería a San Francisco, pero sí, me encantaría que estuvieras en mi habitación. Esta cama es demasiado grande para mí solo.

Con tan solo imaginármela en esta cama ya me pongo cachondo. Ojala estuviera aquí: la haría chillar de placer y sus gemidos retumbarían por toda la suite. La besaría, y la tocaría, y le acariciaría el pelo al lado del gran ventanal con vistas a toda la ciudad. Y ella me tocaría y me besaría y... Joder.

–Derek, no sabes bien lo que me gustaría estar en esa cama contigo—estoy notando cómo toda la sangre se me concentra ahí. Tiene que dejar de hablar con esa voz tan tremendamente sexy.

–Joder, Jade, no me digas eso.

–¿Por qué no? ¿No te gustaría a ti estar conmigo?—ronronea. Hostia puta, está claro que sabe cómo ponerme a tono. Mi censura se hace a un lado y le suelto todo lo que pienso:

–Me encantaría estar contigo en esta suite y tenerte en mi cama haciéndote chillar mi nombre y que todo el puto hotel te oyese. Me encantaría que me tirases del pelo como solo tú sabes hacer y que me susurrases a la oreja lo mucho que me quieres.

–Derek...—suspira.

–Te quiero, Jade. Te quiero muchísimo.

–Yo también te quiero, amor—murmura provocándome una sonrisa. "Amor"...

Nos pasamos lo que queda de noche hablando y repitiéndonos cuánto nos queremos.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora