Naranja web

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Derek

–Hace mucho frío, Derek, no quiero salir de aquí—refunfuña Jade contra las sábanas. Suspiro.

–Te has pasado toda la mañana en la cama; deberías salir un poco—replico.

–Hm—esconde la cabeza bajo la almohada y yo me río—. Hace mucho frío—repite.

–Te prometo que te llevaré a un sitio donde no pasarás frío.

Por fin enseña su cabecita entre las mantas y se me queda mirando como un cachorro. Es adorable. Se me dibuja una sonrisa en la cara, y Jade frunce el ceño.

–¿Qué sitio?

–Un sitio donde no hace frío y en el que necesitas el bañador—tras escuchar mi adivinanza, Jade hace un mohín para sopesar su respuesta.

–¿El jacuzzi? Suena bien...—veo cómo detrás de esos ojos verdes se debate entre quedarse en la cama o venir al sótano conmigo—. Dame dos minutos—dice al fin.

Satisfecho de lo que he conseguido, le doy su tiempo y salgo del cuarto. Yo ya llevo puesto el bañador, así que voy directamente al jacuzzi. Lo pongo en marcha y me siento al lado del tubo de las burbujas. Después de un viaje tan agotador y exasperante como el que he tenido que aguantar, me merezco un poco de relax. ¿Qué mejor manera que meterme en una piscina de burbujas con mi novia?

Media hora más tarde —sí, ¡media hora!—, aparece Jade en el jacuzzi. Va con un bikini muy sencillo, de color negro y formado por triángulos. Sus tetas se ven genial en tan poca ropa; son redondas, firmes y llenas. Joder..., cómo me pone. Luce de lujo su estómago plano pero no trabajado, se nota que la genética ha jugado un papel más importante en su cuerpo que el gimnasio. Y después están sus piernas. Largas, perfiladas, suaves. Jade es perfecta.

–¿Qué miras tanto, Harford?—me suelta acercándose al agua. Me río.

–Nada... Que eres perfecta, eso es todo—le digo pasándole un brazo por los hombros cuando se sienta a mi lado. Veo que se sonroja un poco y yo aprovecho para plantarle un beso en la mejilla.

–Te he echado tanto de menos...—suspira apoyándose en mi cuerpo. Nos quedamos unos minutos así, abrazados el uno al otro y disfrutando de los efectos del agua caliente y las burbujas.

–Mi padre intentó emparejarme con la hija de su socio—interrumpo el silencio que se había formado. Jade levanta la cabeza y entorna los ojos.

–¿Qué?—no sé si está enfadada, sorprendida o preocupada. Podría ser una mezcla de las tres—. ¿Y tú qué hiciste?

–Le dejé claro que no me interesaba—contesto—. De verdad, Jade. Ni siquiera le dirigí la palabra; esa chica me daba igual—parece relajarse un poco tras escucharme, pero sigue con el ceño fruncido.

–No me gusta que tu padre se meta entre nosotros—musita volviendo a apoyar su cabeza en mi hombro.

–Créeme: a mí menos—rezongo—. Yo solo te quiero a ti, Jade. Que me presente a doscientas chicas, si quiere, pero no pienso dejarte—le prometo. Noto que sonríe.

–Te quiero.

Y dejo que esas dos palabras se cuelen en mi alma por unos instantes. Dios, me gusta tanto oírlas salir de su boca... Lo dice con ternura, cariño y determinación. Es perfecto. Trato de calmar mi alterado corazón mientras me recompongo y murmuro:

–Yo también te quiero, preciosa.

Pasado un rato, la respiración de Jade se torna pesada y lenta. Me vuelvo y veo que, efectivamente, se ha dormido. No me extraña: escucharme hablar sobre Stanford no debe de ser muy entretenido, que digamos. Me la quedo mirando unos instantes antes de despertarla. Siempre me ha gustado verla dormir. Está en paz y no está tan enfadada, o al menos eso parece. Tras darle unos toquecitos en la nariz, abre los ojos y bosteza.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora