Púrpura de tiro

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Jade

"Me encantaría ver la Mansión Harford, mi padre nunca me ha llevado".

Ese fue uno de los mensajes que me envió Rich ayer. Me dio su teléfono, y hemos estado intercambiándonos mensajes desde entonces. Es un chico gracioso, inteligente y amable. Después de leer esas palabras no pude evitar invitarle a la casa. Victor me dijo que podía hacer todo lo que quisiera —siempre y cuando no destrozara la mansión—, así que le dije de venir y él obviamente aceptó. Le ha traído Charlie unos minutos después de que Derek se fuera no sé dónde. Le pedí que trajera comida basura porque la echaba de menos..., y Rich me ha traído hamburguesas de McDonald's. ¡De McDonald's! Es imposible imaginarse cuánto lo he echado de menos. Llevamos más de dos horas en el salón hablando y riendo. Creo que ya lo puedo considerar mi primer amigo en Los Ángeles. Sin contar a Charlie, claro.

Rich mira su teléfono y me dice que su padre le ha enviado unos diez mensajes mandándole que se despida y que salga ya. Me imagino a un enfadado Charlie dando toquecitos con los dedos en el volante y frunciendo el ceño mientras suena Ariana Grande en el coche. Me río.

–Supongo que me tendré que ir ya si no quiero que mi padre me mate—dice cuando guarda su móvil en el bolsillo—. Gracias por invitarme, Jade. Esta mansión es impresionante. No sabes la suerte que tienes de estar aquí.

Antes de que pueda contestar, se abre la puerta del salón y aparece Derek. Su cara muestra preocupación, pero en cuanto me ve se tranquiliza. Luego mira a Rich y frunce tanto el ceño que temo que vaya a hacerse daño. El hijo de Charlie le matiene la mirada y lo saluda como si tal cosa. Reprimo una carcajada.

–¿Qué coño estás haciendo aquí?—le espeta Derek.

–Tranquilízate, le he invitado yo—Derek se gira a mirarme y vuelve a fruncir el ceño.

–¿Qué?—vaya, está bastante cabreado.

–Que le he invitado yo—digo con la máxima seguridad que soy capaz de entonar. Derek se frota las sienes y decido sacar a Rich de esta incómoda situación:—. Puedes irte, Rich. Tu padre debe de estar echando humo por la nariz.

–¿Seguro?, ¿no quieres que me quede?—pregunta amablemente. Veo que Derek aprieta la mandíbula tras escucharlo.

–No, no pasa nada—le sonrío—, ya nos veremos otro día.

–Vale. Te llamaré.

Se acerca a mí y antes de que pueda hacer nada, me planta un beso en la mejilla. Le sonrío otra vez y él sale del salón. Unos instantes más tarde, la puerta principal se cierra de un portazo. Ay, Dios. Miro a Derek, que se ha cruzado de brazos y está apoyado en la pared. Sigue apretando su mandíbula y sus músculos están tensos, hay que ver lo bueno que está..., pero ahora no es el momento de pensar en eso.

–¿Se puede saber qué acaba de pasar? ¿Cómo...? ¿Por qué...?—se interrumpe a sí mismo con preguntas que no acaba durante un rato. Luego se pasa las manos por el pelo y suspira—. A ver, ¿de qué conoces a ese tío?

–Rich. Se llama Rich—le corrijo. No pienso permitir que hable de él con este desprecio suyo tan característico—. Y es el hijo de vuestro chófer. Me lo presentó cuando nos encontramos el otro día, ya sabes..., en aquel barrio.

–Inglewood.

–Sí.

–Bueno, ¿y me puedes explicar por qué narices lo has invitado a casa? Que yo sepa, tú no vives aquí y no tienes derecho a invitar a quien te plazca. ¡Y mucho menos sin avisarme! Pero, ¿qué te has pensado?

A ver, a lo mejor un poquito de razón sí que tiene. Como mínimo debería haberle avisado o preguntado si le parecía bien. Al fin y al cabo, estos días el responsable de la casa es Derek. Sea como sea, él no tiene derecho a ponerse así, este chico tiene que mejorar sus impulsos y dejar de hablarme como si fuera el Rey del Mambo.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora