Arena

113 11 0
                                    

Jade

Tres días más tarde, Derek y yo estamos saliendo del comedor dirección a las taquillas. Me tiene envuelta por la cintura y no deja de darme besos por las mejillas, el mentón y el pelo. Me quejo como si fuera una niña pequeña aunque realmente me encanta lo que está haciendo. Con estos gestos no solo me demuestra que me quiere, sino también que le importa un mierda que nos vean así de cariñosos los demás. Además, ahora mismo sus mimos y caricias son lo que más necesito.

Mañana es mi último día aquí. Mañana es el Baile de Navidad. Y después me voy. Cogeré un avión a Melbourne para no ver a Derek hasta enero.

Creo que él también es consciente de todo esto aunque no me lo diga. De hecho, ni siquiera hemos hablado del tema. Evitamos toda conversación que arrastre "vacaciones", "avión", "Australia" y "separación". Supongo que ninguno de los dos quiere atormentar al otro con lo que se avecina, pero lo cierto es que ambos estamos muertos de miedo —o al menos yo— con eso de distanciarnos dos semanas. ¡Nunca hemos estado separados tanto tiempo! ¡Que vivimos juntos, joder! Mientras hay parejas que esperan años para mudarse bajo el mismo techo, Derek y yo hemos tomado un atajo y dormimos juntos todas las noches desde que empezamos a salir. Ni siquiera sé si podré dormir sin estar a tres centímetros de él. Dios..., va a ser un infierno.

Devolviéndome a la realidad, Derek me regala otro beso más en la sien. Trato de apartar esos pensamientos tristes y deprimentes de mí y centrarme en el presente. Eso es: nosotros, ahora, bajando las escaleras, él dándome besos, yo quejándome. <Céntrate, Jade>.

–¿Quieres parar de una vez?—le digo con un mohín.

–¿No te gusta?—se ríe. Yo pongo los ojos en blanco.

–Eres un empalagoso.

–Pero te encanta mi azúcar—replica con su típica sonrisa ladeada. No puedo evitar darle un cariñoso empujón.

Interrumpiendo nuestra burbuja no apta para diabéticos, el timbre suena para informar el comienzo de las clases de la tarde, y seguido de él, un anuncio por el megáfono:

–Jade Bristow, acuda al despacho del director, por favor—mierda. Mierda, mierda.

–Eh..., tengo que irme—balbuceo desprendiéndome de los brazos de mi novio.

–Oye, ¿qué pasa? ¿Por qué te llaman?—me coge con fuerza de la muñeca. Joder, sabía que no iba a dejarlo estar.

–No es nada..., Derek. De verdad. No te preocupes—intento romper con la tensión que se está condensando a nuestro alrededor.

–No. Jade, no es la primera vez que te llaman y siempre acabas escabulléndote. Se acabó, ¿vale?—entierro la mirada en cualquiero sitio menos sus ojos. No me apetece en absoluto tener esta conversación ahora—. Me preocupo por ti y solo quiero ayudarte. Además, no quiero secretos entre nosotros.

–Te lo diré, Derek, te lo juro. Pero hoy no. Quiero decírtelo cuando sepa que todo va a salir bien...

–Pero ¿de qué estás hablando?—me interrumpe—. ¿Tan grave es?

–No es grave, pero es importante y quiero decírtelo cuando esté segura, ¿vale?—y dicho esto, de un tirón me deshago de sus dedos. Me doy la vuelta y echo a andar hacia el despacho del director.

La reunión ha ido muy bien. Al principio estaba un poco preocupada por si ya no tenía opción de adquirir la plaza, pero el director me ha dicho todo lo contrario. Piensa encontrarse con su contacto de la Universidad de San José estas Navidades, y planea hablarle muy bien de mí para que me puedan dar una beca o bien una plaza "adaptada" —es decir, que pagaría menos—. Me ha preguntado si ya tengo claro qué voy a hacer, y yo le he dicho que aún tengo que hablar con mi madre. Bueno, no solo con mi madre: debería tener una charla conmigo misma porque no sé qué demonios hacer. Me encantaría estudiar en esa universidad, cerca de Derek y cerca de Los Ángeles. Incluso podría quedarme a vivir en Estados Unidos, cosa que me tienta de sobremanera. Seguir viendo a Emma, Ingrid y Rich cuando quisiera; construir una vida con Derek; olvidarme de las penas de Melbourne... ¡Qué fantasía! Pero en el otro lado de la balanza está mi madre, quien me dirá que persiga mis sueños y acepte la plaza de la Universidad de San José. Pero yo no quiero dejarla sola. Mi padre le hizo tanto daño cuando nos abandonó que no quiero arrisgarme a irme; podría dolerle mucho y eso es lo último que quiero. Vaya, que estoy hecha un lío.

Una rato después, salgo de clase y me dirijo al Porsche para reunirme con Derek. A diferencia de siempre, hoy me espera dentro del coche en lugar de fuera, y le veo tamborilear los dedos por el volante. Genial..., sigue enfadado. Bien, pues hoy mis ganas de discutir son inexistentes, así que más le vale no reprocharme nada.

Pero —cómo no— nada más sentarme de copiloto me ladra:

–¿Ha ido bien tu reunión con el director? Seguro que ya os habéis hecho amigos, con la de veces que has ido...

–Derek, hoy no tengo ganas de discutir. ¿No puedes dejar el tema en paz y ya?—le espeto girándome a mirar por la ventanilla.

–Es que resulta que mi novia me está ocultando algo que por lo visto es bastante importante, ¿sabes?—refunfuña mientras arranca y sale del recinto del instituto.

–No me puedo creer que te enfades por esto—suspiro—. ¡Ya te he dicho que te lo contaré!, pero no hoy.

Derek suspira y se agarra con fuerza al volante. Casi puedo oír su sangre latir contra la vena del cuello, pero me da igual. No tiene derecho a exigirme que le explique esto. Es mi vida, y por mucho que le quiera, se lo contaré cuando a mí me apetezca. De hecho..., si no fuera porque se ha enfadado, estaría dispuesta a contárselo hoy aunque aún no tenga una respuesta clara. Me muero de ganas por contarle la noticia y por ver su gran sonrisa cuando le diga que podríamos estudiar en universidades cercanas. Pero no: se tiene que enfadar como el niño mimado que es.

Me paso el resto del trayecto pensando en qué hacer, pero por muchas vueltas que le dé sigo sin aclararme. Derek, por su parte, pone la radio y se deja embelesar por la música, así que no vuelve a reprocharme nada... o eso pensaba yo.

En cuanto aparca el Porsche y salimos del vehículo, sale con un comentario que me pone de los nervios:

–Ya hemos llegado. ¿Quieres hacer algo juntos o prefieres encerrarte en tu habitación? Quién sabe: a lo mejor el director te llama y quiere pasarse la tarde hablando contigo.

–¿Cómo puedes ser tan imbécil?—le suelto echando a andar a la puerta trasera—. ¿Es que no tienes ni un poco de paciencia?

–Pues no—contesta pisándome los talones—. Te llaman de dirección desde los primeros días que pisaste el instituto, ¡y han pasado tres meses, Jade! Llevo tres meses queriendo saber qué narices ocurre—acelero el ritmo cuando llego a las escaleras, pero él no se queda atrás—. ¿No entiendes que estoy preocupado por ti? Que te llamen al despacho del director no suele significar nada bueno, y joder, ¡eres mi novia! ¿Es que no tengo derecho a saber lo que le pasa a mi novia?

–No.

Y entonces me encierro en mi habitación, habiéndole dado uno de los portazos en la cara más satisfactorios de mi vida.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora