Derek
Mi teléfono hace un ruido espantoso y de un manotazo acallo el sonido. Joder, ¿alguien me puede explicar qué demonios hago despierto a las cinco de la mañana en domingo? Ah, sí: coger el avión a San Francisco para empezar con mi querido padre su tour de promoción. Me dan arcadas solo de pensar en lo que me espera. Con cuidado le aparto el brazo a Jade y consigo no despertarla mientras me levanto del colchón y me dirijo al vestidor. Sé que debería tener un aspecto medianamente decente —soy el hijo del Gran Escritor—, pero no me apetece en absoluto. Así pues, me visto con una sudadera de cremallera y unos tejanos negros. Que le den al Gran Escritor y a toda esa mierda. Intento domar mi pelo peinándome con los dedos y me echo un poco de colonia.
Me quedo mirando el escenario al salir del vestidor. Una mínima luz se cuela por las cortinas de mi habitación, pero no corresponde a la luz del sol, sino a la luz de las farolas exteriores. Despertarse cuando aún es de noche debería estar penado por ley. Entre la penumbra distingo la figura de Jade, que descansa plácidamente sobre mi cama y ha sustituído mi cuerpo por una almoahada que abraza como si le fuera la vida en ello. Está preciosa. Siempre lo está. Maldigo entre dientes no poder pasar el día con ella mientras me acerco a mi mesilla. Dejo la pequeña caja blanca que le compré el otro día y la nota que escribí ayer junto a su teléfono móvil para asegurarme de que lo vea al despertarse y le doy un suave y discreto beso en la frente.
Sé que si la sigo mirando se me hará más difícil irme, así que me apresuro a alcanzar mi maleta y abrir la puerta. Me quedo unos instantes en el umbral y después de un rápido vistazo al amor de mi vida salgo de mi habitación.
Cinco días. No es para tanto, ¿verdad?
No entiendo cómo demonios Victor Harford está tan limpio, impoluto y perfecto a las cinco de la mañana. Camisa planchada, pantalones rectos, mocasines deslumbrantes y el pelo perfectamente peinado. ¡Son las malditas cinco de la mañana! No paso desapercibida la mirada de desaprobación que me dedica cuando bajo las escaleras, pero no podría importarme menos. El Gran Escritor y sus mocasines pueden irse a tomar por culo; obligarme a venir a este viaje no se lo voy a perdonar en la vida. Le lanzo una mirada de odio cuando sonríe al ver mi cara de fastidio y trato de centrame en llegar a la puerta principal, donde Charlie nos espera igual de animado que yo. Genial.
Una hora más tarde el jet privado de los Harford está despegando rumbo a San Francisco. Estoy sentado en uno de los sillones de piel del avión, lo más alejado que puedo de mi padre. Mientras nos alzamos en el cielo y la ciudad de Los Ángeles se hace pequeña bajo nosotros, yo solo puedo pensar en Jade y en lo mucho que la voy a echar de menos. Intento imaginarme su cara al ver el regalo que le he dejado cuando se despierte, y cómo sonreirá al leer la nota. Durante el resto del viaje intento convencerme de que cinco días no es nada y que en un abrir y cerrar de ojos estaré de vuelta a Los Ángeles.
No sé por qué me sorprende, pero mi padre ha reservado las mejores suites del hotel. No sería de extrañar que, acorde con su comportamiento de estos últimos días, hubiera reservado para mí un dormitorio en un hostal o en un albergue. Me recuesto en uno de los numerosos sofás que hay en mi suite imperial y miro a mi alrededor. Estoy en un lujoso hotel en el centro de San Francisco, frente a una cama king-size al lado de una ventana con vistas a toda la ciudad. Aún estando donde estoy, no puedo ignorar que son más de seiscientos los kilómetros que me separan de Jade. ¡Mierda!, no puedo dejar de pensar en ella; ya la echo de menos. Saco el móvil y le mando un mensaje explicándole que ya estamos instalados en el hotel y que en unos minutos iremos a la primera conferencia. Suspiro. ¿Para qué quiero estar rodeado de todas estas tonterías si no estoy con ella?
Cuando ya se me ha hecho tarde y pasan diez minutos de la hora acordada, bajo hasta recepción en busca de la sala donde mi padre da su primera charla. Si por mí fuera no iría, pero resulta que el hijo de la gran estrella tiene que estar presente en ciertos eventos. Parezco un pato mareado yendo de un sitio para otro buscando la maldita sala de conferencias de este hotel, y no tarda en aparecer una trabajadora para ayudarme.
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Blanco y Negro
Romance"He tenido la maldita suerte de ganar el sorteo para hacer un intercambio con un instituto privado de Estados Unidos. A pesar de mis constantes quejas, mi madre me ha obligado a irme a vivir allí un curso entero. ¡Un curso entero! Ocho largos meses...