Borgoña

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Derek

No me fío un pelo de Jade. Ella parece muy segura de sí misma, pero me es imposible no imaginarme mi Ferrari hecho añicos por su culpa. Cuando mi madre me comentó lo de Malibú, Jade me pidió que le dejara conducir en el trayecto de ida..., y así estamos: ella en el asiento de conductor del Jeep de mi padre y yo de copiloto, a punto de comprobar cómo conduce. Si se le da mal, no sé cómo me las voy a arreglar para que no me dé un ataque al corazón cuando maneje mi Ferrari.

Hoy ya es viernes, y en menos de una hora estaremos camino a Malibú. Ha sido una semana horrible. Me he visto obligado a estar con Max y Darrell mientras veía cómo Jade y Joshua se han ido haciendo más amigos. No voy a mentir: me molesta mucho. Sé que mi ex-mejor amigo está siendo completamente falso con ella, Jade no sería capaz de pasar ni cinco minutos con el Joshua que yo conozco. No hemos hablado desde que me dejó el pómulo nuevo, sigo esperando que Kim hable con él. En cuanto a Jade..., sí, sigo un poco cabreado porque fue ella quien le dijo a Joshua lo de mi lío con su hermana; pero no encuentro la ocasión de echárselo en cara otra vez. Estos días solo hemos hablado cuando hemos ido juntos al Instituto, y echo de menos hablar más con ella. Espero que en Malibú podamos pasar más tiempo juntos. Y no lo digo porque me guste. Simplemente me divierto con ella. Eso es todo: pura amistad.

Jade carraspea y me devuelve a la realidad. La miro mientras pone el coche en macha y yo me aprieto —aún más— el cinturón de seguridad. Su ondulado pelo rubio le tapa un poco la cara, y sus ojos —ahora verdes por la oscuridad del garaje—, se pasean por los controles del coche.

–¿Listo?—me pregunta cuando ya lo ha mirado y comprobado todo cien veces.

–Sinceramente, no—admito. Jade se ríe pero igualmente arranca y sale del garaje. Ay, Dios.

Gira —sorprendentemente bien—, se mete por el camino que lleva a la fachada principal sin problemas y se detiene justo delante de las escaleras. La miro, extrañado, y ella arquea una ceja.

–¿Suficiente?—será creída.

–No. Baja toda la calle hasta la autopista y después da la vuelta—le ordeno. Ella suelta un bufido pero arranca de nuevo.

Se agarra al volante con seguridad y sale de mi finca como si llevara toda su vida conduciendo por aquí. Nunca hubiera pensado que se le podría dar bien conducir; de hecho, ni se me había pasado por la cabeza que pudiese tener coche en Melbourne. Gira la esquina y se mete por las curvas más pronunciadas de mi calle. Venga ya, eso me cuesta hasta mí, dudo mucho que sea capaz de salir de esta sin ayuda. Como si pudiera leer mi mente, me mira, desafiante pero con diversión, y atraviesa toda la zona de curvas como un buen corredor de Nascar. Es impresionante: sabe conducir, y bastante bien. Mientras baja toda mi calle, se cruza con un par de coches más que esquiva a la perfección. Llega a la autopista, se incorpora a la rotonda respetando las señales y sale por mi calle. Se me cae la baba, no sabía que el conducir bien hiciera tan atractiva a una chica. Cuando ya estamos casi llegando, un conductor le grita algo a Jade y ella, sin vergüenza alguna, le saca el dedo.

–¡Jade!, para, joder, son mis vecinos—intento meter su brazo dentro. Se resiste, pero finalmente lo consigo.

–¿Estás asustado de tus vecinos?

–¡No!, pero no quiero que me tengan manía. No sé si eres consciente, pero cuando le haces ese gesto a alguien, se suele enfadar—le informo, sarcástico. Ella rueda los ojos y me saca el dedo a mí. Ha, ha, qué graciosa.

Coge el camino de tierra que lleva a mi casa y conduce hasta el garaje sin problemas. No hemos tenido ni un solo accidente, ni siquiera la he tenido que corregir. Aparca el Jeep con una sonrisa superficial y me mira, expectante a que le diga que podría inscribirse a Nascar ya mismo.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora