Gris frío

502 26 5
                                    

Derek

La veo desaparecer por su puerta y soy incapaz de decir o hacer nada. Nunca nadie me había hablado así. ¿Que no sea tan gilipollas? Ella es la gilipollas, no yo. Vaya niña pobre más estúpida, no sé cómo voy a aguantar un curso entero conviviendo con ella. Me meto en mi dormitorio dando un portazo y me siento en la cama. Recibo un montón de mensajes de un enrabiado Joshua porque aún no le he pagado. Inspiro hondo. Me cambio y me visto con un polo negro y unos chinos beige. Saco mis gafas de sol del armario y me miro al espejo. Aún tengo el pelo algo mojado, así que sacudo un poco la cabeza hasta que lo tengo despeinado pero seco. Le mando un mensaje a mi amigo informándole de que ya estoy yendo al banco para transferir lo que le debo. Bajo al primer piso, me cruzo con La Señora Que Cocina y No Sé Cómo Se Llama Ni Me Importa y salgo por la puerta trasera para dirigirme al garaje.

Mis ojos son incapaces de ignorar a la Srta. Vagabunda, que ha decidido tomarse un baño en la piscina sin preguntarle nada a nadie. Está nadando tranquilamente. Llega a la escalera y sube hasta estar de pie y secarse con la toalla. Madre mía, hay que decir que a la chica no le falta de nada. Está bastante perfecta..., físicamente. Se escurre el pelo y, cuando gira la cabeza, me pilla mirándola. Menos mal que estamos lejos y me da tiempo a hacer como si nada y seguir mi camino hasta el garaje.

Me decido por mi coche favorito: un fantástico Porsche 911 de última generación de color blanco. Abro la puerta de la plaza de mis dos coches y me acomodo en el maravilloso asiento de cuero del Porsche. Salgo del recinto de mi casa y conduzco hasta mi banco de confianza. Bueno, el banco de confianza de mi familia, para ser exactos. Miachel es el encargado de controlar las cuentas de Los Harford; básicamente, es alguien en quien confío ciegamente. Nunca le daría acceso a mi cuenta bancaria a un desconocido. Una vez he entrado en el banco, busco el despacho de Miachel. Entro sin llamar, y como de costumbre, no está ocupado. Lo saludo con un movimiento de cabeza y me quito las gafas de sol para colgármelas en el cuello del polo.

–¡Derek! Hombre, chico, ya te echaba de menos por aquí—se levanta de su butaca y me ofrece un amistoso apretón de manos.

–Sí..., bueno... Ya sabes, no suelo perder las apuestas. Supongo que no me voy a salir de rositas siempre—me encojo de hombros, aunque decir en voz alta que he perdido una apuesta contra mi mejor amigo hace que me suba la bilis por la garaganta.

–¿Joshua otra vez?—asiento, y él rueda los ojos.

Miachel es la única persona de la Tierra a la que le he contado el tema de las apuestas con Joshua. Supongo que me sentí obligado a hacerlo cuando tuve una mala racha hace unos meses y no hacía otra cosa que venir al banco a sacar cantidades considerables de dinero. Me juró que no le contaría nada a nadie —por medio de un contrato, claro— y yo me fié de él porque lo conozco desde que uso pañales y sé que es un tío legal.

–¿Cuánto es esta vez?—me pregunta suspirando y volviendo a sentarse en su asiento.

–Cien mil—musito, pero está claro que a la distancia a la que estamos no me va a oír.

–¿Cuánto?—me aclaro la garganta un poco abochornado.

–Cien mil.

Miachel se queda en silencio durante unos instantes. Creo que se piensa que no ha oído bien la cantidad. Levanta la vista por encima de sus gafas cuadradas y me mira, al principio sin expresión alguna. Se le van alzando las cejas muy lentamente, y depués de un rato parpadea varias veces para volver a fijar sus pequeños ojos en mí.

–¿¡Cien mil dólares!?

–Eh...—no me da tiempo a explicarme.

–Derek, cuando empezasteis con esta tontería las apuestas con suerte llegaban a los mil. ¿Me puedes explicar cómo narices habéis llegado a tal cantidad? ¡Es mucho dinero!, ¡incluso para un Harford como tú!

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora