Café

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Derek

No recuerdo absolutamente nada la fiesta. Lo último que sé es que les abrí la puerta a los Roth y que me comí con la mirada a Kim. Ya está, eso es lo último que recuerdo antes de haberme levantado esta mañana. Ni yo mismo sé cómo fui capaz de ir a mi habitación y acostarme. Al menos puse el despertador para que me diera tiempo a recoger todo el estropicio de la fiesta antes de que los de servicio vuelvan a casa. Me duele la cabeza aunque acabe de tomarme un ibuprofeno, espero que pronto se vaya el dolor porque no tengo ni idea de cómo voy a aguantar el primer día.

Estoy acabando de recoger la porquería de la terraza. Llevo una bolsa enorme en una mano y con la otra voy tirando vasos de plástico, botellas, colillas... Es un asco de trabajo, pero no puedo dejar que lo limpien los de servicio porque se lo contarían a mi padre. Acabo de limpiar la terraza y tiro la bolsa en los contenedores de fuera. Luego vuelvo a la cocina y me preparo un café. Estúpida resaca y estúpida fiesta, ¿qué narices hice? Bufo, exhausto del maldito dolor de cabeza y me froto los ojos a ver si se desvanece esta sensación de querer morir.

Me llevo la taza a los labios y justo entra Jade en la cocina. Lleva puesto el uniforme del Instituto, y si no fuera porque tengo una resaca de la hostia me reiría. La falda a cuadros negra y roja le llega por las rodillas, y no mucho más abajo empiezan los calcetines que presiden a unas manoletinas negras. Está claro que no está acostumbrada a ponerse camisas; no se ha abrochado bien los botones. Al menos la corbata ha sabido ponérsela. Me mira e immediatamente entierra los ojos en el suelo. ¿Qué le pasa?

–Hola..., buenos días—la saludo, y sorbo un poco de café.

–Buenos días—musita.

Se acerca a la nevera y saca el brick de zumo de naranja. Se lo sirve, y a medida que va llenando el vaso va poniéndose más y más roja. ¿Qué le pasa? ¿He hecho algo mal? Como hiciera cualquier tontería ayer..., si es que soy imbécil. Seguro que hice alguna estupidez. En teoría Jade se quedó todo el rato en su habitación, así que no debería preocuparme por nada.

–Llevas un botón mal abrochado—le comento intentando entonar una voz suave; me sale ronca.

Ella baja la vista a su camisa y se aparta un poco la corbata. No quiero hacer esto más raro de lo que está siendo, pero no puedo evitar acercarme más y abrocharle bien la camisa. Noto que se pone tensa en cuanto mis dedos entran en contacto con su piel. Sé que me está mirando, me pone un poco nervioso y me obligo a cordarle rápido el botón. Su respiración me salpica la frente. Doy un paso para atrás cuando ya he acabado y ella se recoloca la corbata y el cuello de la camisa. Me lanza una mirada que no puedo descifrar y después se gira para beberse su zumo. <Derek, ¿qué demonios hiciste ayer en la fiesta?> Cuando se acaba su bebida y yo mi café, nos dirigimos al garaje en completo silencio. Me sigue y no tengo duda de que no deja de mirarme. Jade y yo nos estábamos empezando a llevar bien..., ¿qué hice? ¿Y si le solté alguna burrada? Tengo que saberlo.

Decido conducir el Porsche. Bajo la atenta mirada de mi acompañante, abro la puerta y me siento. Unos segundos más tarde, ella me imita y se coloca de copiloto. Me aclaro la garganta mientras pongo en marcha mi precioso coche.

–Eh..., Jade, yo... ¿Qué tal fue la fiesta?—empiezo dando un pequeño rodeo. Salgo del garaje.

Me mira, pero no dice nada. Recoloco el retrovisor mientras doy marcha atrás y nos acercamos a la puerta principal. Jade no deja de mirame y después de un rato me vuelvo. Sus verdes ojos analizan mi expresión unos segundos para luego mirar al frente. Siento que ahora mismo yo tengo el mango por la sartén, cuando últimamente era ella quien controlaba la situación. No sé qué hice o dije, pero ha hecho cambiar las cosas.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora