Limón

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Jade

Qué asco de fiesta. Y yo que pensaba que no podría haber nada peor que las reuniones embriagadas de alcohol en los callejones de Melbourne... Está claro que una fiesta en un piso minúsculo atiborrado de universitarios borrachos es peor. ¡Madre mía!, es horrible. Lo que daría por estar en la Mansión Harford con Derek, bajo las mantas, abrazados... ¿Se puede saber por qué he accedido a venir a esta fiesta? Si es que soy idiota.

Por si fuera poco, resulta que alguien no tenía nada mejor que hacer que reinventar el juego de la oca. El funcionamiento es el mismo, pero en esta versión en lugar de "de oca a oca y tiro porque me toca", la rima es "de boca a boca". Parecen pre-adolescentes con ganas de coger mononucleosis y no universitarios. Suspiro y me apoyo en las piernas de Derek, que está sentado detrás de mí, en el sofá.

El anfitrión empieza tirando el dado en nombre de su equipo, que es el del otro sofá. Cae en una casilla que le obliga a quitarse la camiseta durante las próximas dos rondas, y todo el mundo le vitorea cuando se deshace de la prenda. La verdad, su cuerpo deja bastante a desear; no entiendo por qué le aplauden y silban. En el turno de nuestro equipo es Will el que tira el dado, y por suerte solo tiene que beberse el contenido de su vaso de un sorbo. Solo faltaría que Emma y él tuviesen otro conflicto más.

Seguimos jugando por un rato; yo me dedico a mirar el espectáculo mientras me bebo un par de vasos bien cargados de ron con cola. Cuando me termino el segundo no voy ebria, pero me cuesta concentrarme y ya no estoy tan enfurruñada. De hecho, el juego me empieza a parecer gracioso.

–Vuestro turno—nos avisa la chica que acaba de tirar, y tiende el dado a nuestro equipo. Nadie lo coge.

–Solo faltan por tirar esos dos—exclama uno, pero no hago mucho caso. La alfombra del suelo es más interesante que este zoo de animales salvajes.

–Vennnga, Derrek, anííímatte—y ahí es cuando levanto la cabeza y me pongo alerta.

Todos están mirando a mi novio, quien se encoge de hombros y acepta el dado. Sus ojos están rojos y es obvio que no piensa con claridad. ¡Mierda!..., está bebido. Y va a tirar el dado. Y puede caer en cualquier casilla. Mierda, mierda, mierda. Antes de que pueda detenerlo, lanza el dado. Cuatro. El corazón me late demasiado rápido, e intento calcular en qué casilla acabará, pero mi ebria mente es demasiado lenta y...

–¡Beso al de la derecha!—chilla una chica leyendo mi peor pesadilla.

Alzo la cabeza. A su derecha tiene a una universitaria como otra cualquiera; la verdad es que no me fijo mucho en ella, estoy más pendiente de lo que hace Derek. Derek borracho. Noto los latidos de mi corazón en la cabeza y el calor en mis mejillas. ¡Que no la bese! Por favor, ¡que no la bese! Lo veo reírse y mirar a la chica en cuestión, que solo sonríe y disfruta de su minuto de gloria.

–Derek...—consigo murmurar. Mi novio me mira con esa sonrisita ladeada que luce desde que ha tirado el dado.

–¿Quéé?

–No... la irás a... besar..., ¿verdad?—balbuceo.

–¿Tttte enfadaríass mucho ssii lo hago?—inquiere, e inmediatamente se me tensa el cuerpo. No me puedo creer lo que acaba de decir—. Porque...

–¡Pues claro que me enfadaría! Joder, ¡te pasas los días diciéndome que serías incapaz de besar a otra!—chillo, y me levanto para salir de ese estúpido salón lleno de gente que no me quita los ojos de encima.

A base de empujones me hago sitio para llegar al recibidor, y sin pensarlo mucho salgo de un portazo. Dios..., por fin un poco de paz. En el rellano no hay humo, y la música de la fiesta solo se escucha de fondo, y —sin contar al borracho de antes— no hay nadie. Esto es el Cielo comparado con el infierno que se vivía ahí dentro. Suspiro y me paso las manos por la cara; aún no me creo que Derek fuera a besar a esa chica. ¿Me iba a traicionar por un estúpido juego? Tengo ganas de llorar, y de gritar, y de mandarlo todo a la mierda.

–¿Essstás bieen?—el chico apoyado en la puerta me sorprende.

–Sí—me limito a responder.

–No loo pareecee—canturrea mientras se lleva la botella a la boca. Me cruzo de brazos y lo fulmino con la mirada; ahora no estoy de humor.

–¡Jade!, ¿se pueeede saber quéé hacesss aquí fueraa?—vaya, Derek me ha seguido. Cierra la puerta detrás suyo.

–Ah, nada: plantearme si mi novio me quiere de verdad—le espeto con frialdad.

–Pero ¿qué diceessss?

–¡Ibas a besar a esa chica!—exploto—. ¡La ibas a besar en mis narices! Solo por un estúpido juego...—aquí estamos: en una fiesta, discutiendo. No sé por qué no me sorprende.

–¡No la ibbba a bessar!—replica—. Antes no me hass dejado acaabarrr la fffrasse.

–¿Qué frase?—pregunto de malas maneras. Derek da unos pasos hacia mí.

–Ibba a decirrr: "¿Te enffadarííasss mucho sssi la besoo? Porque esso me ponnndría a cien". No me hass dejado acabarr—se explica, y yo frunzo el ceño.

–¿Ibas a besar a esa chica?

–Noo, ¡clarrro quee no! Nuesstraa relación vale muchho másss que un jueggo de niññoss—aunque lo dice completamente borracho, sus palabras me gustan y soy incapaz de contener una sonrisa—. No iba a besssarrla—añade acercándose aún más a mí.

–Me has dado un buen susto—reconozco.

–¿Me perrrdonass?—dice con cara de cachorro abandonado. Pongo los ojos en blanco.

–Está bien...—al final cedo; no quiero discutir más.

–Mejorrr, porrque ahora me apeetece besarrrte un rrattto—ronronea haciéndome chocar contra la pared. Entierra su boca en mi cuello.

–Derek...—jadeo.

–Yo mejorrr me vvoy—interviene el chico de la botella, que al parecer lo ha presenciado todo. Me río mientras lo veo irse escaleras abajo.

Agarro a Derek del pelo y junto nuestros labios. Aunque sepa a alcohol necesito saborearlo, necesito su lengua recorriendo la mía y sus manos tocando mi cuerpo. Le necesito a él. Necesito saber que solo va a besarme a mí. Me obliga a enroscar mis piernas en su cintura, me coge de la mejilla y profundiza el beso. Yo me agarro a sus hombros y resigo cada curva de sus músculos. Dios..., me gusta tanto... Por muy borrachos que estemos siempre habrá esa química, ese fuego que no deja de arder entre los dos. Ese algo que nos une y nos hace indestructibles.

–Vaya..., está claro que sí lo han solucionado—la voz de Will nos despierta del trance, y me apresuro a bajar mis piernas y enderezarme.

La pareja nos mira con una sonrisa de oreja a oreja y mis mejillas pasan de ser rosas a rojo intenso. Dios, qué vergüenza.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora