Derek
¿Jade me acaba de cerrar la puerta en las narices? Sí, creo que ha sido eso. No me lo puedo creer, ¿tan pocas ganas tiene de verme la cara? Sé que hemos discutido, pero, joder, yo solo quiero saber qué ocurre. Llevo queriendo saberlo desde el primer día que la llamaron por el megáfono, pero no hay manera: siempre cambia de tema o se escabulle poniendo alguna excusa. Bien, pues estoy harto. Soy su novio y si le está pasando algo grave, quiero saberlo. ¿Tan difícil es de entender?
Bufo y me paso las manos por la cara. Lo cierto es que no tengo ganas de enfadarme con ella; le quedan menos de dos días en la ciudad y no quiero que se vaya cabreada. Tendríamos que esta aprovechando las últimas horas que nos quedan juntos, besándonos, acariciándonos y Dios sabe qué otras cosas. Finalmente decido dejar esta tontería atrás y, acompañado de unos toquecitos en la puerta, murmuro:
–Jade, ¿podemos hablar de esto con tranquilidad? No quiero discutir—me quedo de pie frente a su puerta unos segundos que se me hacen eternos.
–¿Seguro que no quieres discutir?—me dice cuando abre la puerta. Se cruza de brazos y me inspecciona de arriba abajo.
–No. En serio, Jade, solo quiero hablarlo como una pareja normal y corriente—le pido. Tras un momento, ella asiente y se hace a un lado para dejarme entrar en su habitación.
–No somos una pareja normal y corriente—farfulla, y yo me río.
–Lo sé—convengo mientras cierro la puerta detrás de mí. Ella me mira, y creo ver que me sonríe con los ojos—. Oye..., no quería que te enfadaras, ¿vale? Perdona por haberte presionado tanto. Solo... me intriga, supongo.
Aguardo con atención su respuesta, que parece que nunca va a llegar. Me mira fijamente, como si intentara descifrar algo en mi cara para luego procesarlo. Frunce los labios y un poco después se acerca a mí con cautela. Me coge de la mano y me conduce a su cama. Yo solo la sigo, no sé qué está haciendo. Se sienta en el borde del colchón y me invita a hacer lo propio a su lado. Respira hondo:
–Te lo voy a contar todo, ¿de acuerdo? Pero tienes que prometerme que no dirás nada hasta que termine.
Asiento y me acomodo un poco. La verdad, no esperaba que fuese a explicármelo. Pensaba que íbamos a empezar otra discusión o bien que me iba a echar de su dormitorio por pesado. La miro fijamente, y creo entrever cierto nerviosismo en sus ojos. Eso solo me pone más nervioso a mí. ¿Qué narices es tan importante?
–Derek..., el director me... me...—empieza a tartamudear y yo la cojo de la mano para calmarla.
–No hace falta que me lo expliques ahora, si no quieres.
–El director me ha ofrecido una plaza en la Universidad de San José—suelta. Tardo bastante en procesar sus palabras, y estoy a punto de saltar encima suyo de emoción cuando me hace un gesto para dejarla seguir—. Cuando vio mis notas, me llamó para preguntarme si tenía pensado ir a la universidad. Le dije que no y él me comentó que tiene un contacto en San José, y que podría arreglárselas para conseguirme una plaza. Hablará con él estas Navidades, pero está seguro de que no habrá ningún problema. Yo... yo... no le he dado aún ninguna respuesta.
–¿Qué? ¿Qué respuesta?—vale, todo iba muy bien hasta el final.
–No sé si aceptaré la plaza—suspira.
–¿¡Qué!? ¿Por qué? Pero... ¿qué demonios?—ahora si que no entiendo nada—. Jade, te están dando la oportunidad de tu vida. ¡Dios...!, pensaba que íbamos a separarnos para siempre cuando acabase el instituto, pero ¡joder! ¿Tienes idea de lo cerca que están Stanford y San José? ¡Podríamos vivir juntos, Jade! ¡Imagínatelo! Sería genial. ¿Cómo puedes plantearte rechazar esa plaza?—exclamo. De veras que no me entra en la cabeza.
Por un momento se me cruza en la mente nuestro posible futuro. Despertarme cada mañana a su lado; ver su rostro domido y despertarla a base de besos. Desayunar juntos todos los días; enseñarle a hacer tortitas; comprar litros y litros de zumo de naranja para ella. Irnos cada uno a su universidad, y después de clases verla otra vez. Podría acariciar su piel cada día, chincharla cada día, besarla cada día, tenerla cada día...
–Por mi madre—sus palabras interrumpen mi fantasía.
–¿Tu madre?
–Sí. Me rompería el corazón dejarla sola, Derek. Si ya me ha dolido irme este curso, imagínate toda la carrera.
–Podrías visitarla cuando quisieses—me apresuro a decir—. ¡Yo te pagaría el viaje! Por Dios, Jade, no sería ningún problema. De verdad que no entiendo cómo puedes dudar en aceptar la plaza.
Oigo cómo suspira y se lleva las manos a la cara. La veo realmente agotada; lo más probable es que haya estado días dándole vueltas al asunto. Decido relajar un poco el ambiente, y poso mi mano sobre su muslo.
–Sabía que ibas a emocionarte mucho..., por eso no te lo quería decir—susurra—. Estoy hecha un lío, Derek. No sabes lo que me gustaría estudiar en San José, cerca de ti... Pero tampoco sabes lo mal que me sentiría después de dejar sola a mi madre en Melbourne—me mira como si se sintiera culpable, y a pesar de tener muchas ganas de hablar sobre el tema y convencerla, me decanto por abrazarla. Debe saber que tiene todo mi apoyo.
–No te preocupes, ¿vale? Aún tienes mucho tiempo para decidirlo—le digo.
–Hablaré con mi madre estas Navidades—suspira apoyando su cabeza en mi hombro—, y entonces decidiré.
Le regalo varios besos por la cabeza, el pelo y la cara. Le susurro que la quiero y que no pienso presionarla, aunque en el fondo me muero porque acepte la plaza. Ella traza círculos sobre el dorso de mi mano y me acaricia el pelo. Aunque ya no menciona nada sobre ello, sé que su mente está entre San José y su madre, y decido distraerla para que deje de comerse el tarro.
–¿No crees que deberíamos practicar un poco más para el baile? Sigues fallando cuando te doy la vuelta—la chincho y consigo lo que quiero: su sonrisa acompañada de unos ojos en blanco.
–No fallo—replica—. Solo... me tropiezo con tus pies. ¡Pero es que los colocas mal!
–Claro que sí...
La cojo de la mano y la pongo de pie, frente a mí. Coloco una mano en su cintura y la otra la entrelazo con la suya. Ella me mira, divertida, y lo único que sé es que la próxima vuelta que le doy la hace perfecta.
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Blanco y Negro
Romance"He tenido la maldita suerte de ganar el sorteo para hacer un intercambio con un instituto privado de Estados Unidos. A pesar de mis constantes quejas, mi madre me ha obligado a irme a vivir allí un curso entero. ¡Un curso entero! Ocho largos meses...