Rosa

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Derek

Dejo la pequeña caja blanca que le he comprado a Jade en el cajón de mi mesilla. No sé cuándo se la daré, pero sé que quiero hacerlo pronto; al menos antes de que se vaya por Navidades. ¡Navidades...! Detesto la idea de separarme de ella, no sé cómo voy a llevar eso de no estar con el amor de mi vida durante quince días.

Me dejo caer en mi cama y me propongo empezar a leer algún libro cuando el incesante tono de mi teléfono suena. Me remuevo un poco hasta sacar el aparato de mis tejanos. Es Jade.

–¿Derek?—dice cuando descuelgo. Su respiración es irregular, y mi corazón da un vuelco.

–¿Jade?, ¿estás bien? ¿Qué te pasa?—me incorporo con un nudo en el estómago.

–Derek... He... He...—se le traban las palabras y eso no hace más que inquietarme—. He tenido un accidente..., por favor...

–¿¡Qué!? ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?

–Estoy bien, pero... Derek..., ven..., por favor—suelto un montón de aire que no sabía que retenía cuando me dice que está bien. Menos mal, no sé qué habría hecho si le hubiese pasado algo.

–¿Dónde estás?—le pregunto poniéndome en pie y saliendo de la habitación.

Después de que Jade se ubique y me diga la dirección correcta, corro al garaje y no dudo en coger la moto que comparto con mi padre. Con ella podré llegar más rápido, y no tengo que preocuparme por él: muy pocas veces la usa. Salgo a toda velocidad del recinto de la casa.

No puedo dejar de pensar en Jade y en algún imbécil provocando un accidente. ¡Mierda!, y yo no he podido estar ahí, con ella. Esto es justo lo que no quería que pasase; debería haber estado junto a Jade. Me pregunto qué habrá podido pasar. Durante todo el trayecto tengo el corazón en un puño, no me quito de la cabeza imágenes a cada cual más horrible y devastadora. No. Jade me ha dicho que está bien, no ha pasado nada grave... Mi cruel imaginación y mi sentido común libran una fuerte batalla mientras me dirijo al centro.

Después de lo que se me hace una eternidad, llego a la dirección. Está en pleno centro de la ciudad, y es por eso mismo que no tardo en localizar nuestro coche en la cuneta de la calle. Vaya..., está algo rasguñado por la parte de atrás, pero no podría importarme menos. Sinceramente, en todo este tiempo en lo único que pensaba era en Jade, ni se me había pasado por la cabeza que el coche también podría haberse dañado. Aparco la moto delante del vehículo.

Casi me da un infarto cuando veo que Jade está sentada en el asiento del conductor y tiene una herida en la sien. ¡Una herida! Corro hasta la puerta; ella me abre. Le sangra ligeramente y tiene un pequeño moratón justo encima de la ceja. Parece aturdida y asustada.

–Mierda, ¿qué ha pasado?—inquiero cogiéndola por los brazos y sacándola del coche. La apoyo con suavidad en la puerta.

–No sé... Yo... No me he dado cuenta de que tenía que arrancar, y el de atrás me ha dado...—balbucea—. Lo siento, Derek, lo siento muchísimo.

Recorro su rostro, y es entonces cuando veo que más que asustada, se siente culpable. Madre mía, ¿cómo puede sentirse culpable? Me da completamente igual que el Ferrari tenga una abolladura, o dos, ¡o tres! Lo único que me importa es ella y la herida que se ha hecho en la sien. Le doy un beso justo ahí.

–No importa, Jade. El coche me lo pueden arreglar, da igual—le prometo dándole otro beso—. ¿Tú estás bien?

–Sí. Me he quedado un poco aturdida; eso es todo.

–¿Dónde está el imbécil que te ha dado?—le pregunto buscando sus ojos. Ella niega con la cabeza.

–Se ha ido..., pero no ha sido culpa suya, Derek, de verdad—murmura—. Estaba distraída, y no me he dado cuenta...

–No digas eso, Jade—la interrumpo—. Sabes que él no debería haber arrancado, no ha sido tu culpa.

Oigo cómo suspira y se lanza a mis brazos. No dudo en rodearla por la cintura y estrecharla contra mí. Dios..., no sé qué hubiese hecho si le hubiera pasado algo. La quiero tanto, joder, nunca había querido a nadie como la quiero a ella. Detesto imaginármela herida o, quién sabe, ¿y si el accidente hubiera sido más grave? No, por Dios, no... No quiero ni pensarlo. La estrecho con más fuerza contra mi cuerpo y le doy un cariñoso beso en la cabeza.

–Lo siento—vuelve a murmurar.

–Deja de decir eso, ¿vale? Voy a llamar a Charlie para que lo lleve a un taller. No vuelvas a disculparte, no ha sido culpa tuya.

Jade asiente mientras saco el móvil y marco el número del contacto "chófer". Vaya..., creo que debería cambiar el nombre, sobre todo ahora que sé cómo se llama. Le explico lo ocurrido, le doy la dirección  y él me promete que llegará en menos de diez minutos. Cuelgo, y al levantar la vista, veo que Jade se está palpando la herida.

–¿Tienes pañuelos de papel?—le pregunto con suavidad. Ella asiente y se saca de los tejanos un papel arrugado.

Me río, se lo quito de las manos y lo mojo un poco con mi saliva. Se lo paso por la sien para que la sangre deje de caer. Jade me mira, agradecida, y no dudo en darle un largo beso en los labios. Sonríe al notar mi contacto y me corresponde abriendo la boca para dejar entrar a mi lengua. Pasado un tiempo, la apoyo contra la puerta del Ferrari y nuestros cuerpos se tocan.

–Derek—jadea—, para; estamos en un sitio público, nos puede ver cualquiera.

–¿Qué más da?—le digo con la voz ronca y separándome unos centímetros. Ella suelta una risita y me empuja para crear más espacio entre nosotros.

–No me gusta estar en medio de la calle—repone—. Bueno, de la carretera—rectifica haciéndome reír.

Unos minutos más tarde, aparece Charlie. Viene caminando con rapidez hacia nosotros, y se muestra preocupado cuando ve el notable moratón en la sien de Jade. Después mira el abollado coche y seguidamente a mí. Creo que le sorprende que no esté enfadado. Madre mía..., ¿cómo iba a enfadarme con Jade por tener un accidente? Sería incapaz.

–He venido lo más rápido que he podido—nos dice cuando llega a nuestra altura.

–Gracias, Charlie—contesto yo. Le tiendo las llaves del Ferrari—. ¿Puedes llevarlo al taller? Lo iré a buscar mañana.

No me extraña ver la inminente expresión de sorpresa que pasa por sus ojos café. Nunca antes le había dejado conducir mi coche, pero la verdad es que ahora me da igual. Lo único que me importa es la seguridad de Jade, que le den al coche. Charlie tarda unos segundos en reaccionar, aceptar las llaves y asentir.

–De acuerdo..., ahora mismo lo llevo al taller—dice aún algo confuso—. ¿Estás bien, Jade?

–Sí, solo ha sido un pequeño susto—sonríe ella—. Será mejor que no vuelva a conducir..., al menos, no por un tiempo.

El chófer le devuelve una sonrisa mientras toquetea las llaves del Ferrari. Si mi instinto no falla, diría que está bastante emocionado por conducir el coche. Con un simple gesto con la cabeza le indico que es todo suyo y que ya puede irse. Él asiente, se despide de nosotros y desaparece con mi Ferrari calle abajo.

–Perdona, si es que soy una torpe...

–¿Quieres hacer el favor de dejar de disculparte?—la interrumpo—. ¿Cuántas veces te tengo que decir que no ha sido culpa tuya?—Jade frunce los labios y se encoge de hombros—. Será mejor que vayamos a cenar fuera, ¿te apetece?

–Sí, claro—conviene con una sonrisa deslumbrante—. ¿Podemos ir a la pizzería del otro día? Creo que no está muy lejos de aquí.

–Por supuesto—le sonrío.

Diez minutos después estamos cenando unas pizzas deliciosas.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora