Ámbar

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Derek

–¿Quieres más, preciosito?—mi madre señala la bandeja de salmón.

–Eh..., no, no. Estoy lleno—consigo contestar.

No sé si mi madre se está haciendo la tonta o si es terriblemente despistada: los indicios de mi resaca son más que evidentes. Me he pasado todo el día en el apartamento de Will, bebiendo cerveza y Dios sabe qué otras cosas. Después de la quinta ronda ya no estaba pendiente de lo que me llevaba a la boca. Por suerte el alcohol se nos ha acabado entrada la tarde, y es por eso por lo que ahora no estoy borracho. Pero me duele la cabeza y siento que va a explotar. Si mi padre estuviese cenando con nosotros, podría intentar disimular mi resaca; ninguno de los dos me haría caso y solo estarían pendientes de ellos mismos, pero, cómo no, la suerte no me acompaña y estoy cenando cara a cara con mi madre. Porque no; Jade tampoco está aquí. No sé dónde narices se ha metido, y no voy a negar que me preocupa. Sigo cabreado con ella, pero que no aparezca me está poniendo de los nervios. ¿Y si le ha pasado algo? ¿Y si ha tenido un accidente? Me encantaría llamarla para asegurarme de que todo va bien, pero, agh: mi orgullo. Soy demasiado orgulloso para ser yo quien llame o quien hable primero; especialmente porque esta vez soy yo quien llevo razón. En otras ocasiones —más de las que me gustaría— yo soy quien la caga, ¡pero ahora tengo razón! No pienso dar mi brazo a torcer, Jade tiene que darse cuenta de lo equivocada que está.

–¿Quieres llamarla, hijito?—la voz de mi madre me saca de mi ensimismamiento. Me duele demasiado la cabeza para discutir y decirle que no me llame así.

–No, es igual. Seguro que no tarda en llegar—suspiro echándome para atrás. Veo la preocupación pasar por sus ojos azules, pero no dice nada. Y se lo agradezco.

Dejo que mi madre se acabe el salmón en silencio, así que me callo e intento ordenar mis pensamientos. La resaca me obstaculiza el trabajo, pero para cuando Jessica nos ofrece una ensalada de frutas, estoy un poco más despejado. Me como la macedonia en silencio bajo la atenta mirada de mi madre. Sabe perfectamente que algo sucede, pero me conoce y prefiere no preguntar. Mucho mejor así, no tengo ganas de explicarle que Jade me ha mandado a la mierda esta mañana.

Y cuando dejo el tenedor al lado del bol ya vacío, las luces del Ferrari entran en el recinto de mi casa. Debería estar nervioso, o al menos un poco inquieto por ver a Jade, pero la verdad es que nunca había estado tan tranquilo e impasible. Que me asesine con la mirada, que monte una escena, si quiere, pero yo tengo razón y en algún momento lo tendrá que aceptar.

Oigo la puerta trasera abrirse y cerrarse y mi madre sigue con la mirada a Jade mientras se acerca a la mesa.

–Buenas tardes, Jade—la saluda educadamente mi madre. <¿"Buenas tardes"? Será "buenas noches"...>

–Buenassss—oh, mierda.

Me giro por primera vez en todo este rato y me encuentro con una ebria Jade intentando hacerse sitio en la mesa sin tropezarse. Tiene los ojos rojos y huele a cerveza barata. No, no y no. ¿¡Cómo se le puede ocurrir venir hasta aquí borracha!? El otro día tuvo un accidente y ahora que ha vuelto a conducir, lo ha hecho bebida. Genial. Hago como si mi madre no estuviera —sino sería aún más avergonzante— y me levanto para llevármela a su habitación.

–No. Derek, no me tttoques—se queja.

–No estás en condiciones, será mejor que vayas a tu habitación—la miro directamente a sus ojos avellana, ahora afectados por el color rojo que le ha provocado el alcohol. No puedo evitar mirar su boca y sus labios carnosos; detesto imaginármelos sorbiendo cerveza.

–No quiero hablar contigo—replica como una niña pequeña.

–Yo tampoco quiero hablar contigo—contesto con toda la sinceridad del mundo—, solo quiero que vayas a tu habitación y descanses.

Jade entorna los ojos; está claro que no se esperaba oír eso. Mira al suelo, a la mesa y después a mi madre, que lo está presenciando todo como si estuviera en el cine. Después de lo que se me hace una eternidad, asiente levemente y alza la cabeza.

–Vale—masculla—. Hassta mañññana.

Y se aleja del comedor, camino al piso de arriba. Me reservo las ganas que tengo de reprocharle haber cogido el coche borracha para mañana y trato de apaciguar mis sentimientos. La quiero muchísimo, Dios, la amo, pero ¡no puede aparecer así! ¿Ha estado bebiendo con Emma? ¿La han obligado o se ha sentido obligada a beber? ¿Ha bebido porque se ha discutido conmigo? La verdad es que yo también me he tomado unos tragos para intentar olvidar nuestra discusión, ¡pero yo no he llegado borracho a casa!

–Lo siento—le digo a mi madre cuando se oye la puerta de Jade cerrarse de un portazo.

–No pasa nada, todos hemos sido jóvenes—me sonríe, y yo doy gracias porque mi padre no ha estado presente. Si hubiese visto a Jade borracha, habría utilizado eso en contra de nuestra relación. Como si pudiera leerme la mente, mi madre dice—. No se lo diré a Victor, Derek, no te preocupes.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora