Blanco

247 9 0
                                    

Derek

He tardado ni más ni menos que siete horas en asumir que Jade no es virgen. Sí, siete horas; todas las de la noche, vaya. Sé que mi reacción de ayer al enterarme no fue la más acertada, pero es que no me lo esperaba. Siempre había pensado que nadie la había tocado, que solo había tenido los típicos rollos de adolescente, sin llegar a nada más. Descubrir que tiene una vida sexual anterior a mí fue... doloroso. Lo cierto es que me apetecía enseñarle todo lo referente al sexo y disfrutar de sus primeras veces. Quería vivir esos momentos con ella y ser testigo de cómo nuestros cuerpos se fundían, dando lugar a una sensación sublime. Quería ser su primera vez.

Pero supongo que Jade no va a dejar de sorprenderme nunca. Desde que la conocí me ha enseñado que no todas las mujeres son iguales, que no todas buscan dinero y fama. Que algunas, como ella, son especiales y van por libre; no se dejan enjaular. Durante estos meses he aprendido mucho de Jade, y me supongo que no dejaré de hacerlo nunca. Ella es diferente y no debo olvidarlo. Esta no ha sido más que una de esas ocasiones en que me lo demuestra, y es por eso que necesito disculparme antes de que se vaya.

Mierda, ¿por qué siempre acabo cagándola? Si echo la vista atrás, he tenido que perseguirla rogando su perdón muchas más veces de las que me gustaría. ¿No se supone que era ella la novata en las relaciones? En fin: una cagada más de Derek Harford.

Son las ocho de la mañana y el vuelo de Jade es a las nueve y media. Mi madre —porque mi padre no ha invertido ni el mínimo de su esfuerzo— le ha conseguido una acreditación con la que puede acceder a la puerta de embarque sin tener que pasar por los controles de seguridad, y es por eso que aún estamos en casa. De hecho, me estoy abrochando la camisa negra que más le gusta a Jade. ¿Es muy ridículo vestirme con la ropa que sé que más le gusta? Joder, estoy nerviosísimo: tengo que hablar con ella.

Una vez vestido y más o menos presentable, salgo de mi habitación para reunirme con mis padres y Jade en el recibidor. Mientras bajo las escaleras, veo que me miran con atención —cada uno de una forma completamente distinta—. Mi madre sonríe, se nota que pase lo que pase soy su "hijito" y su "preciosito". Mi padre, en cambio, me mira con cara de pocos amigos. Una fina raya define su boca y sus ojos están entreabiertos, como si estuviera intentando fulminarme con ellos. Por último, Jade me mira con indiferencia. No paso por alto sus notables ojeras ni sus ojos rojos, lo que me parte el corazón. Ha estado llorando por mi culpa. Por mi culpa. ¡Por mi culpa! Soy imbécil. Intento devolverle una mirada que le haga entender que lo siento muchísimo, pero mi padre desvía nuestra atención:

–Derek, hijo, ¿te importaría ser más puntual? Dijimos a las ocho, no a las ocho y diez. A este ritmo Jade perderá el avión—me ladra. Ah, qué sorpresa: Victor Harford metiéndose conmigo.

No digo nada y paso de largo. Me hago camino para llegar al... ¡oh, no! ¡Vamos al aeropuerto en el Bentley de Charlie! No sé por qué narices tenía en la cabeza que iríamos en el Ferrari. Joder... Tenía pensado hablar con ella de camino, pero si vamos a ir todos juntos va a ser imposible. Mierda, mierda, mierda. Mi plan hecho añicos y mis posibilidades de disculparme reducidas. Genial.

Después de meter el escaso equipaje de Jade en el maletero, nos subimos todos al coche, dejando paso a una escena de lo más incómoda: mi padre y yo sentados juntos, de cara a mi madre y Jade. Tengo a mi novia a menos de un metro, pero la siento a miles de kilómetros. Durante el trayecto intento buscar su mirada, establecer un mínimo contacto visual. Pero no: Jade huye de mis ojos y se dedica a mirar por la ventanilla mientras mis padres hablan de alguna tontería. Su aspecto me rompe el corazón. A parte de sus notables indicios de haber pasado la noche en vela y llorando, percibo varias marcas en su cuello que le hice antes de que lo mandáramos todo a la mierda. No quiero imaginarme lo doloroso que debe de haber sido para ella mirarse al espejo y ver esos chupetones después de haberme echado de su habitación. Cuanto más la miro, más idiota sé que soy.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora